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Es martes por la mañana en Terán (Cabuérniga) y los rayos del sol templan las calles al ritmo de la monotonía. A la izquierda de la residencia de Tercera Edad Santa Ana hay dos casonas de piedra. Una es la de Fernando González Díaz, ' ... Nando, el asturiano', como llaman en Cabuérniga a este multinstrumentista nacido en Riosa (Asturias). La otra casa es de una vecina que escucha la radio a todo volumen. Por suerte, la belleza del paisaje eclipsa las cifras de contagios del informativo matinal. «Pasa, pasa». Nando abre la portilla de su finca precedido por dos perros, que ladran pero no muerden. El verano respira sobre los árboles que rodean la vivienda. El valle reside en una calmosa burbuja alejada de la realidad y se recupera todavía del pinchazo del Covid. En marzo el coronavirus entró en la residencia de ancianos y afectó a trabajadores y usuarios. El edificio de la tercera edad emite ahora un resplandor propio de quien ha sobrevivido.
Dentro de la vivienda del artista, la misma tranquilidad que fuera. Una calma que este verano se ve especialmente interrumpida por los vehículos de turistas que atraviesan la carretera a diario. «Vienen a comer a Bárcena Mayor y a Carmona –ambos forman parte de la Asociación de Pueblos más Bonitos de España– y yo creo que hay más tránsito que nunca», asegura Nando. A él este verano se le hace tan raro como el pasado y el anterior. La vida, en general, no es la misma desde que hace dos años muriera su otra mitad sobre el escenario, 'el Caudillo de Novales'. Actuaban como dúo en romerías y verbenas. Nando toca el acordeón, la batería, el requinto, la armónica y hasta la flauta. Ha sido taxista en Torrelavega, camionero, conductor de autobús y hostelero. Pero, sobre todo, independientemente de donde trabajase, Nando el asturiano se siente artista. Y cabuérnigo.
Es mucho de ambas cosas, «porque llevo en esta casa –la de sus padres– toda la vida». Las paredes cuentan 200 años de historia. Nando empezó a tocar con su hermano Antonio cuando tenía 17 años. Uno el acordeón y otro la batería. Ganaban veinte pesetas por actuación. «Íbamos caminando a los pueblos del valle por el monte, a veces durante la noche, para actuar al día siguiente». Llegaban tan frescos. «A las romerías iba todo el pueblo, era un acontecimiento».
San Blas se celebraba en Sarceda (Tudanca) el 3 de febrero. «Tocábamos dentro de una cuadra y nos poníamos de pulgas hasta las narices». La gente entonces bailaba, «no se quedaba apoyada en los bancos». Ahora ya ni eso. Con el covid están prohibidas las romerías. Y bailar. Así que este año no se han celebrado el Carmen en Sopeña, ni San Pedro en Valle. Tampoco el Corpus y Santa Eulalia en Terán, San Vicente en Selores, ni la Fátima en Viaña. Como alternativa, el Ayuntamiento y la Consejería de Cultura organizaron la 'Noche Folk' el pasado uno de agosto, con aforo limitado y distancias. Llovió, pero salió bien. A la nueva realidad «es cuestión de acostumbrarse», dice Nando, que antes del covid iba a la residencia a cantar a los ancianos. Otra cosa que ya no hace.
Los sábados y los domingos se iba de 'cantá' con dos amigos por los bares de los pueblos. «Con el coronavirus ya no se atreven a salir tanto, así que a veces voy solo». Y se da cuenta de que los chavales del 2020 no son como eran ellos antes. «Íbamos a los blancos y animábamos el ambiente de los pueblos, pero ahora los jóvenes solo cantan si hay dinero de por medio». Las orquestas también han cambiado. «Actualmente contratan a una empresa que trae un equipo de sonido y apenas se canta en directo. Nosotros tocábamos de oído».
La historia de Nando es de esas que no se acaban nunca. Parece que tiene varias vidas dentro de una. En Cabuérniga hay más 'nandos', con otros nombres y otros recuerdos, pero les une una memoria colectiva. Y es esa forma de entender las cosas, esa que casi ya no existe, la que atrae a cientos de visitantes cada año.
Y este verano de pandemia más, porque el entorno rural es seguro. Igual que las casas rurales y los camping, que abundan en el valle y que son los hospedajes preferidos por los turistas. Ya lo dice Nando, que este añove «más chiquillos que nunca corriendo por las calles». Los ve todos los días, cuando va con su biznieta a la orilla del río Saja y le muestra el encanto de lo auténtico.
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Sheila Izquierdo
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