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Son las cinco de la tarde y el pueblo de Cóbreces, en Alfoz de Lloredo, se despereza tras la siesta en una tarde de cielo pálido en Cantabria. Se nota que es agosto porque hay más gente de lo habitual, más coches, más movimiento y ... más todo. Dos familias con aspecto de turistas esperan junto a la ermita de San Roque, cerca del desvío hacia la playa de Luaña. Eduardo Izquierdo y Sandra Lavín no tardan en llegar. Son los fundadores de la Asociación Sociocultural El Molino de Bolao -la misma que organiza el Festival Bolaofolk- y los encargados de ofrecer rutas guiadas por el patrimonio monumental y medioambiental del pueblo alfocense. A este tipo de visitas 'gratuitas' en las que el usuario paga 'la voluntad' ahora se les llama 'free tours'.
Eduardo y Sandra llevan a cabo esta iniciativa desde hace dos años, a raíz de la puesta en marcha del festival de folk. A las cinco, la ruta patrimonial, a las siete la medioambiental. Dos horas cada una y unos diez kilómetros en total. Casi todos los días. El objetivo es ofrecer a los turistas otro punto de vista «diferente del que ven desde la carretera cuando van desde Santillana del Mar a Comillas, donde destacan la Abadía de Santa María de Viaceli y la iglesia de San Pedro ad Víncula, y que conozcan el patrimonio oculto del pueblo», aclaran los guías.
Es jueves y hay 16 personas en el primer itinerario, el que recorre los principales monumentos arquitectónicos de Cóbreces. Los más importantes y los que nadie sabe que existen si no conoce el pueblo. «Por eso nos hemos apuntado», asegura José Biedma, de Alicante, que ya ha venido más veces a Cantabria, «pero queríamos ver el pueblo con alguien que sea de la zona y nos lo explique». Alguien como Eduardo, que parece haberse aprendido de memoria la historia de cada edificación. «Y como no hace para playa» este tipo de actividades son muy demandadas. Aunque los hay que van igual (a la playa), como María Ángeles Belmonte, que pasa unos días en la región junto a su familia. «Hemos estado en Oyambre, en el bosque de las secuoyas -donde no pudieron entrar porque no encontraron aparcamiento-, en Comillas...».
La visita comienza en la ermita de San Roque, «el patrono contra las pestes, las enfermedades y las pandemias». Después los andarines emprenden camino hacia el actual cementerio y la iglesia de San Félix, ahora prácticamente en ruinas. «Qué gusto ir sin coches», dice una señora. El pueblo es apacible, llano en algunos tramos y cuesta arriba en otros. Ya en la iglesia, Eduardo se detiene a explicar cuáles son los tres linajes del pueblo: «la familia Villegas, la familia Quirós y la familia Cabeza».
Más tarde visitarán los edificios que construyeron por las calles de Cóbreces. Desde el cementerio se observan la Abadía y San Pedro ad Víncula a lo lejos. «La primera mención al pueblo de Cóbreces data del año 1025», señala el guía, que relata la historia de este rincón del occidente de Cantabria con todo lujo de detalles. Los esqueléticos muros de la iglesia de San Félix hacen que los visitantes retrocedan dos siglos en el tiempo. Eduardo muestra los escudos de la familia Quirós, habla de sus descendientes, de los cargos que ocupaban, de la defensa de una ciudad medieval cuyos vestigios se asoman al presente. De Quirós pasa a explicar quién era la familia Cabeza y acompaña a los participantes hasta el cementerio, donde está el mausoleo con un Cristo del escultor Jesús Otero. Antes de llegar a la Torre de Villegas, los visitantes pasan por la fábrica de quesos, porque Cóbreces es también el pueblo del queso.
OPCIONES
EDIFICACIONES
Juan Ramón Calvo lo sabe, un vasco que lleva casi veinte años veraneando en Cóbreces y que también se ha apuntado a la ruta. «Aquí estás en un entorno privilegiado», asegura. Continúa el recorrido por el barrio de Ribero, la conocida como casa quemada (una impresionante edificación con vistas al mar que sufrió un incendio en los años cincuenta) y el barrio Somavía, donde está la casa de los López de Villegas y el torreón. Todo es monte y huele a hierba recién cortada. Siguen por la iglesia de San Pedro y el antiguo colegio del Sagrado Corazón (hoy albergue) para a continuación desembocar en la Abadía y terminar en el colegio, el antiguo Instituto Agrícola de Quirós. Ha quedado claro que este pueblo lo tiene todo: «playa, costa, montaña, mies, tierras para cultivar...». Y queso, mucho queso.
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