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LUCÍA ALCOLEA
Cabezón de la Sal
Viernes, 7 de abril 2023, 02:00
Es miércoles por la mañana y en la entrada al Museo de la Naturaleza de Cantabria, en Carrejo (Cabezón de la Sal), hay varias mochilas ... pequeñas -algunas con forma de unicornio- apiladas contra una pared. No se ven niños ni se escuchan gritos. Tan solo se oye la voz de una guía a través de la puerta de la denominada 'Sala Territorio'. Dentro, los escolares prestan atención, en silencio y a oscuras, mientras visualizan «una proyección de cinco minutos que les informa sobre lo que ha sucedido desde el Big Bang hasta la actualidad».
Así empieza la visita al centro de interpretación, cuya notoriedad se ha incrementado en los últimos cinco años -desde que experimentase su última remodelación en 2018- más que en los treinta que tiene de historia. La difusión a través de las redes sociales también ha contribuido a que el museo pase de prácticamente el ostracismo -apenas recibía visitantes en comparación con otros espacios culturales de la comarca, más allá de las excursiones de los colegios- a convertirse en un recurso atractivo, sobre todo para el público familiar. También atrayente, porque se encuentra en una casona montañesa que alberga presente y futuro.
Defiende su causa la directora del centro, Marta Sainz de la Maza, quien asegura que es «fundamental para concienciar a la sociedad sobre los problemas a los que nos enfrentamos con el cambio climático». Dice que para proteger algo, «primero tienes que amarlo». Por eso, en este espacio, que depende del Gobierno de Cantabria pero que es un poco la casa «modesta, pequeña y coqueta» de Marta y su equipo de guías, «tratamos de transmitir el conocimiento sobre la naturaleza, ligado a un concepto actual de la ciencia y la biodiversidad». El objetivo es «que las personas conozcan el planeta y les apetezca más contribuir a su conservación». De momento, incide, «no estamos haciendo nada ante el cambio climático, lo que nos llevará a un dramático final».
Para evitarlo, «es necesario disponer de información y el futuro del planeta pasa por conocer centros como este», asegura. En Carrejo conviven animales disecados y probetas. Lo primero no está muy bien visto. «Hay taxidermia, sí, pero en ocasiones es la única oportunidad que tenemos de conocer determinadas especies, como el quetzal de Costa Rica, por poner un ejemplo, y de valorar el ecosistema». Un plumaje verde cubre armoniosamente el cuerpo esbelto de este ave de ojos y cabeza redonda que se expone disecado en el interior de una vitrina.
También hay piezas prestadas por el Museo Nacional de Ciencias Naturales, que fueron elaboradas por los hermanos Benedito, maestros en la taxidermia europea del siglo XIX, cuando no había internet y las personas no tenían ni idea de cómo era un elefante. En otra vitrina, dos estorninos se miran con sorpresa sobre la rama de un árbol. A esta visión de la naturaleza se une otra más actual relacionada con el arte. Como exponente, está la escultura del lobo del artista Okuda o los lienzos que aluden a motivos de la naturaleza. Y, por supuesto, la recreación del despacho de Darwin, «que en el siglo XIX era la cuna del conocimiento», como lo es hoy el pequeño laboratorio cedido por el Idival.
El museo de Carrejo es una noria que te eleva desde los cimientos de la tierra hasta el momento actual. Es la evolución del pensamiento. Así lo refleja la propia escalera, de 18 escalones -que comunica la primera planta con la segunda-, donde aparecen recogidos los 17 objetivos del desarrollo sostenible.
Este aspecto del centro de interpretación de la naturaleza, basado en la divulgación y la formación, compensa su limitada capacidad para renovar e incrementar las colecciones. «Tenemos una exposición reducida, pero de excelente calidad», señala la directora, que pone el foco en la transversalidad del proyecto. «Despertamos el interés del visitante por la naturaleza y por otras disciplinas ligadas a ella». En ese sentido, incide en la importancia de los valores que se pretenden transmitir mediante este viaje. El museo es un «centro inclusivo donde se aboga por reducir la desigualdad entre la población», relata Sainz de la Maza mientras los alumnos alcanzan la segunda planta, donde conocerán las especies de animales que se dan en los diversos ecosistemas.
«Tienen el pelo marrón y les gusta jugar entre ellas, ¿de qué animal estamos hablando?». La guía lanza la pregunta mientras los pequeños se sientan frente a una vitrina en cuyo interior se ha recreado un bosque. «Ahora trabajamos con animales artificiales», justifica Marta, que cuenta con algunas piezas de este tipo tras la remodelación del espacio que se ejecutó hace cinco años. «La nutria», responde la guía, mientras algunos niños repiten «claro, la nutria». Los pequeños visitantes finalizarán la experiencia en el jardín exterior, donde de nuevo se recrean los cinco principales ecosistemas de bosque que hay en Cantabria. Es primavera y los pájaros cantan. Marta se despide esperando haber despertado el interés de las nuevas generaciones.
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