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Un hombre se acerca al coche, da un golpe en la ventanilla para pedir que se baje e introduce un papel con «un mensaje muy importante de la Virgen». Hay estampitas en las casas, en los garajes, en los muros que circundan las calles y ... hasta en las lunas de los coches, la gran mayoría mal aparcados. Los rótulos están escritos en inglés y una decena de contenedores verdes recibe a los visitantes a la entrada del pueblo. Llegar aSan Sebastián de Garabandal, la pequeña localidad de Rionansa en la que supuestamente la Virgen se le apareció a cuatro niñas en sucesivas ocasiones hasta 1965, es llegar a un lugar especial. Ya de por sí el ajetreo y el tránsito de los peregrinos ofrece una imagen poco común de un pueblo que, como muchos otros en Cantabria, lucha contra la pérdida de habitantes.
El núcleo rural se ha convertido en un foco de atracción de turismo religioso y numerosos devotos de diferentes congregaciones –no todas reconocidas por la Iglesia, que no admite pero tampoco niega las apariciones– acuden desde todo el mundo a conocer el pueblo en el que se produjo el milagro. El pasado viernes se escuchaban acentos de Andalucía y Cataluña, pero también de Latinoamérica.
Todos, atraídos por el milagro que supuestamente se produjo. Y por el que se producirá. Porque la aparición mariana incluía mensajes que profetizaban aquello a lo que la humanidad se enfrentaría en el futuro. Es más, hay garabandalistas que consideran que en una de esas advertencias, la Virgen anunciaba la pandemia. Para ellos ya se ha cumplido el castigo que reveló María. O al menos uno de ellos. Más motivos para la fe.
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Disquisiciones aparte, «el interés que ha despertadoGarabandal lo ha convertido en el activo económico de la comarca del Nansa», reconoce el alcalde, José Miguel Gómez (PP), quien asegura que «el 99% de la gente que compra una casa aquí lo hace por la cuestión religiosa». Vienen –dice– «porque quieren disponer de una propiedad en el lugar donde supuestamente ocurrirá el milagro». De cada diez licencias de obra que concede el Consistorio, nueve son para construir en Garabandal. Según Gómez, «no hay especulación porque el interés no es hacer dinero». No se edifican viviendas de uso turístico, pero se construye más de lo que cabe esperar en un pueblo con un centenar de habitantes censados. Y no siempre con todos los parabienes legales.
Este pequeño boom urbanístico lo evidencian los carteles de 'se vende' que cuelgan de fincas o viejas edificaciones. No por antiguas cuestan menos. Así lo relata un vecino que atraviesa la plaza del pueblo: «Hay casas medio derruidas en venta por 200.000 euros». Y terrenos. Fincas como las que han adquirido las monjas de Zurita, Siervas del Hogar de la Madre, para construir una ermita enGarabandal, donde acuden a rezar cada sábado a las cuatro y media de la tarde.
El viernes por la mañana hay más actividad en la iglesia parroquial que en los pinares, el lugar más simbólico del pueblo. Dos pantallas flanquean la entrada a la capilla y la voz del párroco se filtra por cada partícula del aire desde el interior del templo. Está a rebosar y cuatro devotos se arrodillan en el soportal. Hay gente del pueblo, de fuera... Con ropa de calle, algunos con hábito y pertenecientes a las comunidades que se han creado en Garabandal. ¿Cómo compatibilizan los autóctonos la defensa de las apariciones –en eso van todos a una– y la pertenencia a una Iglesia Católica que duda sobre ellas? Allí no es un problema.
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Daniel Martínez
También hay banderines por la fiesta patronal del día anterior, 18 de julio, la fecha elegida para trasladar San Sebastián. «En enero nevaba mucho, se cambió entonces porque ese día era festivo nacional y después no se ha tocado», explican. En un tendal, una toalla de Pocoyó. En medio de la plaza, una tienda con artículos de recuerdo y un cartel en azul que dice: 'religious store'. La imagen de la Virgen está por todas partes y se comercializa.
Recorrer Garabandal es un viaje constante de ida y vuelta a 1961. Como constante es la llegada de nuevos coches y autobuses. El mayor problema, asumen los vecinos, «es el desorden del tráfico» y la inexistencia de espacios habilitados para aparcar, porque la localidad no cuenta con una infraestructura acorde a su fama mundial, que tras unos años de «parón», ha resugido tras la pandemia. «Así que vas a salir de casa y de repente te encuentras un coche medio encajado en la puerta. Encima dices algo y se revuelven. Hay gente que es muy religiosa y a la vez muy maleducada». «En agosto es terrible», apunta otra mujer desde el patio de su vivienda, donde llegan diseminados los rezos de la homilía. Antes del 'podéis ir en paz', el párroco hace referencia a las últimas informaciones publicadas en este periódico sobre las monjas de Zurita. Dice que no todo el mundo que está en el pueblo tiene buenas intenciones, insiste en que él está «en comunión con nuestro señor obispo»y que, «si alguno tiene alguna duda, que pregunte». Pregunta para el párroco: ¿Hubo un milagro como dicen los garabandalistas y está por llegar el siguiente? Respuesta:«Será Dios quien decida».
En el bar, Finuca –la dueña– fía el pan. Al lado una joven creyente de Toledo espera a su marido, «que está aparcando». Tiene que ir lejos, así que tarda en llegar antes de subir hacia los pinos. Mientras, trabajadores municipales retiran la barra de la fiesta. Otro operario, de los que vive en comunidad y viste túnica –también en el trabajo–, ha sido contratado para realizar labores de limpieza.
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Los fieles comienzan a salir de la iglesia y uno de los clérigos bendice a aquellos que desean ser bendecidos. Pese al gentío –no es el Sardinero en agosto, pero impresiona en un pueblo tan pequeño–, tan solo cuatro posadas operan en la localidad. Además, «atienden únicamente a los peregrinos». Una de ellas la regente el mismo hombre que también lleva una de las diversas tiendas de artículos religiosos y admite que su posada «está completa estos días». No hay restaurantes y los servicios resultan escasos para la actividad que se registra. Los peregrinos no tienen problema, porque un monje ofrece comida gratis a los peregrinos recién llegados.
De lo divino, a lo humano. Junto a un lugar que señala que allí se apareció el arcángel San Miguel, el inicio de la empinada cuesta que conduce a los pinos, el alcalde explica que «al otro lado de la colina hay una carretera asfaltada para las personas con problemas de movilidad». Muchos llegan con la esperanza de curarse. El objetivo de Gómez es dotar al pueblo «de las infraestructuras necesarias para facilitar el tránsito de los visitantes y la vida de los vecinos». Es «prioritario construir un aparcamiento a la entrada del núcleo, donde los autobuses puedan girar sin problemas».
También la Junta Vecinal, que ha alquilado las antiguas escuelas a un particular para instalar allí el centro de recepción del peregrino, dispone de un terreno junto al cementerio donde quiere habilitar un segundo aparcamiento. Disuasorio, para que los coches no tengan que atravesar –y colapsar– las callejuelas del pueblo. Se pensaron para un puñado de vecinos. Quién iba a decir que esta tierra soportaría millones de pisadas.
Las monjas de Zurita, que todos los sábados dirigen la oración en los pinos de San Sebastián de Garabandal, faltaron ayer a su habitual cita semanal. «Hace muchos años que vienen aquí todos los sábados, menos hoy. No sé lo que ha podido pasar», apuntaba un vecino del pueblo, extrañado por la ausencia. Quizás tenga algo que ver con el hecho de que las Siervas del Hogar de la Madre, que así se hace llamar este colectivo que no está reconocido como orden religiosa de manera formal por el Obispado de Santander, han ocupado durante esta semana las páginas de periódicos por su intención de construir una ermita en unas fincas rústicas de Garabandal.
Lo hacen a sabiendas de que no tienen el visto bueno de la Diócesis –de hecho, ni siquiera han pedido permiso– y después de que fracasara un proyecto anterior todavía más ambicioso, que consistía en levantar una basílica en esta localidad con un complejo asociado para dar servicio a los peregrinos. Ayer, ni las monjas –formalmente no lo son, aunque visten con hábito pese a que el Obispado no se lo permite– ni el sacerdote Rafael Alonso, fundador de esta organización religiosa, estuvieron en el rezo de Garabandal, pero sí participaron en la oración de los sábados (16.30 horas) algo más de medio centenar de peregrinos.
Según las monjas, en los pinos hay oraciones semanales, pero «nunca» se han celebrado misas, algo que fuentes de la Iglesia Católica ponen en duda. Además, las religiosas añaden que ellas no promueven el proyecto de la ermita –pese a ello, es el nombre de una de sus organizaciones el que figura en el documento registrado en la Crotu–, sino «una fundación civil», que también sería dueña de las fincas. Por último, destacan que están «en plena comunión» con la Iglesia y el obispo, negando discrepancia alguna.
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