![Herrerías: Entre el fuego y el río](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202008/19/media/cortadas/cades%20(2)-kRJF-U11010931295325h-1248x770@Diario%20Montanes.jpg)
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Vicente Cortabitarte
Cades
Miércoles, 19 de agosto 2020, 12:06
El valle del Nansa es uno de los territorios de la región menos conocidos para la mayoría, no solo turistas sino también para muchos cántabros. El contar con un potente referente como es la cueva del Soplao cuando apenas comienzas el recorrido desde ... la costa no ha servido todavía para encandilar al viajero para que se sumerja en el interior de este amplio espacio, y no será porque no cuenta con enormes atractivos naturales y un valioso patrimonio que, precisamente, por no haber sufrido ese empuje del turismo masivo de otras zonas de Cantabria se encuentra en general mejor conservado.
El nombre del Nansa invade todo el valle orgulloso de un río que lo configuró y le dio vida a lo largo de su historia, marcando en gran medida el modo de vida de sus habitantes. Por eso todo el valle, desde el punto más alto en Polaciones hasta la desembocadura del río en Tina Menor cuenta con numerosos ingenios hidráulicos, vestigios del pasado en unos casos y que se encuentran en pleno funcionamiento en otros.
Uno de los más interesantes es el que se ubica en el municipio de Herrerías, la Ferrería de Cades, que forma parte de un conjunto rural de mediados del siglo XVIII integrado por la propia ferrería, un molino, una casona montañesa y un bosque de ribera. El conjunto permite al visitante conocer la importancia que el agua y el hierro han tenido para esta tierra, lo que se recuerda a la entrada al centro con la frase de Marcelino Menéndez y Pelayo: «Puso Dios en mis cántabras montañas, auras de libertad, tocas de nieve y la vena de hierro en sus entrañas…».
Adentrarse en sus muros es hacer un viaje al pasado en el que se podrá observar el funcionamiento de este ingenio excepcionalmente recuperado y hacer sentir la dura realidad de los que allí trabajaban, los ferrones, gracias a la extraordinaria labor de rehabilitación emprendido desde la Asociación de Desarrollo Rural Saja Nansa y, de manera muy especial, a las guías, Rebeca Tuero y Mariana Gámez, que no solo acompañan a los visitantes en el recorrido por las diferentes salas, sino que transmiten su pasión por este singular espacio, convirtiéndose en la voz de los antiguos ferrones que a lo largo de un siglo de funcionamiento desarrollaron el duro trabajo y también su vida encerrados entre los muros de mampostería de la ferrería.
Muros en los que desde hace ya casi tres décadas, gracias a esa labor de recuperación del patrimonio, se han puesto de nuevo en marcha los enormes fuelles de madera que con el empuje del imprescindible agua del Nansa sobre la rueda hidráulica insuflan aire al horno para mantener el calor que permite trabajar el mineral. El mismo que posteriormente, con el potente mazo golpeando contra el yunque, permitía producir los tochos, es decir los lingotes de hierro que después se transformarían en herramientas y otros útiles de la época.
De forma paralela a la visita de la ferrería se puede conocer un molino de la misma época, también admirablemente rehabilitado, que estuvo funcionando hasta mediados del pasado siglo, lugar al que acudían lo vecinos de la comarca con el maíz que recogían en sus huertas para transformarlo en harina con la que posteriormente realizaban la borona, los tortos o las pulientas. En definitiva, la base alimenticia de la mayoría de las familias de aquella época.
Por si le faltase algún atractivo, en el exterior se cuenta con un sendero que introduce al visitante en la magia de un bosque de ribera en el que se puede disfrutar de un paraje natural extraordinario.
No es extraño que el matrimonio madrileño Martínez López, junto a sus dos hijas, se hayan quedado gratamente sorprendidos al final de la visita destacando que «la explicación que nos han dado de una actividad que desconocíamos ha sido muy interesante, pero lo mejor es que lo hemos podido ver con una demostración que ha sido muy visual. Nos ha encantado».
Percepción positiva que es general en los cerca de 10.000 visitantes que recibió este centro el pasado año y al que también acuden cántabros como el matrimonio camargués Del Río-Salgado que llevaron a su hijo Álvaro «para que desde pequeño vaya empapándose de la historia de nuestra tierra».
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