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Anabel Rodríguez está sentada con las piernas cruzadas y se dobla ante un lienzo de casi diez metros cuadrados desplegado ante ella. En la imagen, un ángel refulge de una forma peculiar ante la cercanía de los calcetines fucsias de la restauradora, mientras pasa la ... punta de un hisopo empapado en agua con alcohol. «Es el mejor disolvente para quitar las manchas», dice, y da leves roces a la tela de 140 años de antigüedad como si estuviera curando una herida en la piel de un niño. Anabel trabaja sobre uno de los 60 lienzos que siete años atrás fueron retirados de las paredes de la iglesia del Seminario Mayor de Comillas, en estado de abandono, como el resto del complejo de la Pontificia. Era 2014 y empezaban las obras de restauración. Todo el arte mueble, la sillería y el órgano, así como los 130 metros cuadrados de lienzos que cubrían el presbiterio, la cúpula y las capillas laterales fueron embalados e inventariados hasta que pudiera acometerse su restauración. Fase tras fase, y 30 millones de euros mediante, el ala este del edificio ha recuperado su lustre, y también la Iglesia, que ahora ve culminada su rehabilitación integral con la restauración de todos sus elementos.
El equipo de restauración lo forman por ahora cinco personas y llevan algo menos de un mes trabajando en la recuperación de estos tesoros, una actuación que contempla 1,8 millones de presupuesto, la mitad a cargo del 1,5% Cultural que aporta el Ministerio de Fomento. La actuación sacará a la luz los óleos que llevan la firma de Eduardo Llorens (1837-1912), extendidos y ordenados por mesas donde trabaja una cuadrilla, la de pintura. En otra estancia de la planta baja del edificio Hispanoamericano, también deshabitado, trabajan los encargados de la madera. Cae polvo del techo sobre los muebles que hacen cola en los pasillos para pasar por las manos de Michel Giavarra Iglesias, maestro ebanista que se encarga de devolver el lustre a la sillería de nogal que cubre el altar, y también el del coro. «Primero se friega con un producto neutro para no estropear la madera y después lo aclaramos, una vez limpio de polvo y suciedad, vemos lo que hay que arreglar», dice con un acento extranjero. Es italiano, se formó en Francia donde trabajo durante varios años en el Palacio de Versalles, y ahora le toca Comillas; le toca lijar las partes más oscuras de la madera para igualar el tono, dar tinte y varias manos de cera, que es lo que protege después el mueble. «Está bastante bien», dice sin dejar de acariciar las volutas. A su lado, la restauradora Alma Campuzano limpia con un cepillo un capitel. Los adornos son hojas de roble y bellotas que, al mojarse, adquieren el aspecto de un bombón de chocolate.
Acaban de empezar a restaurar, y lo hacen con la parte baja de los bancos del presbiterio, que están desmontados en tres partes; el asiento, el respaldo, y la cúpula ornamental con forma de tejado. En la superficie de alguna se distinguen pequeños agujeros provocados por la polilla, un rastro reciente, con el polvillo característico de lo recién comido que no irá a más con la «desinfección» que harán una vez estén rehabilitados. «Así va a quedar», dice, y en mitad del pasillo que separa ambos talleres, la parte central del mueble de la sacristía luce brillante, con los tiradores de metal bruñido, como un superviviente extraño entre tantos desconchados y bultos embalados con su nombre escrito en rotulador. Ese envoltorio en papel de estraza los convierte en regalos, y así irán apareciendo, desvelando su interior a medida que sus predecesores pasen por las manos de Michel y Alma.
Con los muebles en marcha y el órgano desmontado en otra estancia, a la espera del especialista que iniciará en enero su recuperación, los lienzos se llevan la atención de los otros tres efectivos. Las pinturas están repartidas en varias estancias, ordenadas por partes, con un lámina de poliestireno para separarlas y que absorban la humedad. Todos los lienzos estaban clavados en las capillas y en las paredes, cubrían absolutamente todo el espacio, y se retiran cuando se hace la restauración integral de la Iglesia. ¿En qué estado están? «En un estado de bastante deterioro, sobre todo las partes de la capilla del Evangelio, que es la que recibía más humedad y más goteras cuando estaba todavía la iglesia sin restaurar», explica Javier Rebollo, encargado del equipo de restauración. Los daños que tienen son provocados por hongos, pero también falta material, y hay agujeros en las telas al haber estado clavadas: «Salvo casos concretos, el pigmento está bastante bien, son óleos sobre loneta de un algodón duro, y esto ha ayudado a que no estén tan craqueladas», dice el restaurador. Los del presbiterio no van a ir clavados directamente a la pared, sino que los pondrán «sobre un soporte especial de resina para preservar el lienzo de la humedad».
Al otro lado de la gran mesa donde Anabel sigue agachada sobre el borde del lienzo, Judit Marañón humedece un algodón en un pequeño cazo que humea sobre un hornillo eléctrico. Los lienzos estaban empapelados, protegiendo la pintura donde estaba mal, y ella está retirando esos restos con agua caliente. Natural de Aranda, es la quinta vez que trabaja en Comillas, la última en 2017, en la rehabilitación de la Iglesia. Entonces ya estaban retirados los lienzos y solo vio las paredes desnudas. ¿Cómo ha sido verlos por primera vez? «Impresionante, no era consciente de que cubrían todas las capillas». Trabajan por cuadrantes, y en la zona donde han terminado el trabajo, las pinturas se ven tamizadas por un brillo nuevo.
Pero ni la belleza de los lienzos ni los muebles, que emergen entre el polvo y el papel de estraza como recuerdos del modernismo, evitan que se vea lo decrépito del ala oeste del edificio, con el claustro desmoronándose, apuntaladas sus fachadas exteriores ante el riesgo de colapso. «Dentro de esta partida se abordará también la estabilización estructural del ala oeste, el que da a la Iglesia», explica Beatriz Aparicio, responsable técnico de Saicc (Sociedad de Activos Inmobiliarios Campus Comillas), y señala una pared con alicatado blanco y reluciente, que convive con la visión derrotada del ladrillo rojo abandonado. La joya del arquitecto modernista Joan Martorell i Montells tiene recuperada su ala este. Pero falta: «Lo mejor para el edificio sería llevar a cabo toda la restauración integral del claustro oeste», dice. Por ahora, el arte mueble y el ala que linda con la Iglesia gana estos días su batalla contra paso del tiempo.
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