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El dependiente, a la vez conductor, conoce a sus clientas por el nombre. Alrededor de siete se arremolinan en la parte trasera del camión. Es un supermercado sobre ruedas. Vende de todo. Desde productos congelados hasta fruta o verdura. «¿Tienes algo para matar las arañas?», ... le pregunta una de ellas. Saca dos aerosoles. Este vendedor ambulante sube dos veces por semana a San Sebastián de Garabandal. Los martes y los viernes. Un pueblo que vive dos realidades. Una, la de una tranquila localidad del municipio de Rionansa que pasa este verano caluroso con tranquilidad y parsimonia. La otra, por lo que es conocido en muchos puntos del planeta, la de un lugar de peregrinación al que acuden miles de devotos porque aseguran que allí se apareció la Virgen a cuatro jóvenes entre 1961 y 1965. «Más de dos mil veces», relata una mujer a otra. «Vivía más aquí que en el cielo», le contesta con entusiasmo la segunda.
Pero esto sucede unos metros más arriba del pueblo, en la zona que todos conocen como Los Pinos. Abajo, el día a día transcurre sin sobresaltos. «Ya no viene tanta gente», dice un hombre que pasea con un rastrillo en una mano y una vara en la otra. «En agosto carga un poco más, pero nada que ver con hace unos años y esas peregrinaciones masivas», recalca antes de despedirse y encaminarse hacia la cuadra donde tiene los animales. «Ya estamos acostumbrados, además la gente que acude es silenciosa y respetuosa. Más que a San Sebastián vienen a Los Pinos», afirma una mujer. Tras un paseo por las empinadas calles apenas se advierte el fervor religioso que se respira en la ladera de arriba. Solo hay tres negocios religiosos y están perfectamente integrados en el paisaje de madera y piedra que conforma el pueblo.
«Existe una explicación», cuenta un matrimonio que baja de Los Pinos de rezar a la Virgen del Carmen de Garabandal y al arcángel San Miguel. Porque allí, aseguran, también se apareció el compañero de Gabriel y Rafael. «Como no está reconocido por la Iglesia Católica –cuentan–, pues no se ha masificado», afirman. En realidad, el término empleado es 'no consta'. Esto despierta el debate. «Pero no está negado. Pablo VI bendijo a Conchita (una de las jóvenes que presenció las apariciones) y le dijo que lo hacía en nombre de él y de toda la Iglesia», afirma rotunda una mujer con un pañuelo en la cabeza mientras manosea con delicadeza un rosario. «Mucho mejor», admite otra que se suma a la conversaciones: «Yo he ido a Lourdes y a Fátima y, aunque me ha gustado porque soy muy creyente, aquello parece un centro comercial de la religión».
Este es el secreto de San Sebastián de Garabandal para muchos. Que no ha cambiado nada. Que sigue igual. «Es una capilla al aire libre», dice un joven venido desde Toledo. Los bancos, los reclinatorios, una hucha petitoria o las hornacinas colgadas de dos árboles con las tallas de la Virgen del Carmen y del arcángel San Miguel dan la sensación de estar en un templo a cielo abierto.
Para llegar hasta aquí hay dos opciones. Por el camino de toda la vida, La Calleja, o en coche por una senda estrecha y empinada con firme de hormigón. La primera es la más transitada. El día de la visita está encapotado, pero el mercurio de los termómetros está a punto de elevarse por encima de los treinta grados.
Los peregrinos tienen prisa. «Viene tormenta esta tarde y allí arriba no es muy recomendable estar», dice uno de los vecinos de las últimas casas. Algunos caminan descalzos. Otros se detienen en cada una de las estaciones para rezar arrodillados. Lo hacen en silencio. En Los Pinos hay treinta personas. Se reparten en varios zonas de la pradera. Este lugar se llama así por los nueve árboles de esta especie que bordean el lugar de las apariciones. «Fíjate en aquel, lo quemó un rayo. Fue una advertencia de la Virgen», asegura una mujer asida a una biblia.
«Aún no se ha cumplido lo que María dijo que iba a suceder, por eso vengo y lo haré hasta que suceda. No pienso rendirme. El mundo va muy mal, cada vez peor, y hace falta enderezar el camino de los valores personales porque la copa, como aseguró, ya está rebosando», sentencia una mujer que, tras decir esto, continúa sumida en el rezo.
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