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Vivir de recuerdos siempre es bonito. Pero rescatarlos, embellecerlos y otorgarles el valor que merecen evita, no solo que caigan en el olvido, sino que los hace eternos entre las generaciones venideras. Arnuero, hace dos décadas, apostó por recuperar los vestigios de su pasado. ... Los históricos, los culturales y los naturales. Devolvió a la vida edificios ruinosos que, ahora, conquistan a los turistas que buscan algo más que sus paradisiacas playas.
En pleno corazón de la marisma de Joyel es posible rebobinar en el tiempo y adentrarse en las entrañas del molino de mareas de Santa Olaja, en Isla. El inmueble estaba abocado al más absoluto abandono cuando el Ayuntamiento decidió restaurarlo a modo de museo y lo volvió a poner en marcha. Aunque, eso sí, solo para las visitas y en marea baja.
«Desde principios del siglo XVIII y hasta 1953, los agricultores del municipio acudían cada día hasta este ingenio hidráulico para moler el maíz de sus cosechas y convertirlo en harina aprovechando la fuerza del agua», explica Marco Pérez. Es guía del Ecoparque de Trasmiera y enseña a los foráneos la tierra en la que nació -hunde sus raíces en Castillo Siete Villas- y que tanto ama. Una de las curiosidades del molino es que, aparte de un lugar de trabajo, fue un punto de encuentro social. Los que allí acudían a moler aprovechaban para ponerse al día de los cotilleos y acontecimientos del pueblo. Quién les iba a decir a aquellos vecinos que casi 70 años después, ese artilugio medieval sería abierto al turismo erigiéndose en buque insignia del reconocido Ecoparque de Trasmiera.
Desde hace un puñado de años la Casa de las Mareas, en Soano, le hace sombra al molino. También fue rescatada del olvido. Igual que las antiguas escuelas de Arnuero y de Castillo, hoy convertidas en el Observatorio del Arte y el Centro de Tradiciones Salvador Hedilla. «Hemos vuelto al pasado para reconocernos en el presente», resume el guía. Este atípico verano todos estos espacios se mantienen abiertos al público con la salvedad de que para visitarlos hay reservar antes por internet. «Ofrecemos ocho experiencias, en las que también hay rutas por los acantilados de Isla, el monte Cincho y la ría de Castellanos, con aforos reducidos a 20 personas». Hasta el momento están funcionando «bastante bien». «Somos un destino turístico seguro», sostiene Marco.
La gastronomía es otra de las cartas de referencia de Arnuero. Los pimientos de Isla, el marisco del Cantábrico o los caricos seducen los estómagos. En estos meses en las huertas se mezclan los rojos y verdes intensos de unos pimientos que no tienen competencia en sabor y grosor. En septiembre hay una feria que les rinde pleitesía y pone a la agricultura en el lugar que se merece. «En los últimos tiempos bastante gente joven se ha interesado en plantar pimientos y continuar con esta tradición». Aunque, sin duda, el producto estrella de Isla es la langosta. «Muchos hoteles y restaurantes tienen sus propios viveros naturales bajo tierra». Unas curiosas cuevas del tesoro en las que habitan bogavantes, centollos y hermosos ejemplares de langosta.
Quejo, un barrio de Isla, fue declarado puerto exportador de este crustáceo en el siglo XIX. En el pueblo aún resisten dos antiguos viveros de langostas muy deteriorados que actualmente son objeto de restauración para convertirlos en piscinas de agua salada. Si el coronavirus no lo hubiera parado todo, este verano más de uno se hubiera dado un chapuzón en estas instalaciones naturales, pioneras en Cantabria. Estarán listas para el próximo estío y será un paso más en la filosofía de Arnuero de recuperar su patrimonio e historia y convertirlo en atractivo turístico.
Aunque hay sitios que son imponentes de serie como los acantilado de Isla. «Mi rincón favorito es el observatorio de aves que hay en la ruta de los acantilados. Allí, viendo el mar infinito me siento libre. Es un lugar mágico que te inyecta ganas de vida y positivismo». Los veranos para Pérez son sinónimo de trabajo en un sector que lo da todo en estos meses. En el recuerdo de su niñez quedan las andanzas en pandilla con su bicicleta por los callejos de Castillo y las verbenas por San Roquín, en Arnuero, con fiesta de disfraces incluida. Quizás entonces empezó a querer tanto a su municipio, ese que muestra con la pasión e ilusión del primer día. «No podría imaginar mi vida sin estar ligado al turismo».
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