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Desde que la mañana del pasado viernes los agentes hallaran los cuerpos de Eva Jaular Montes y su bebé, de tan sólo once meses, ocultos en el corral de su casa, bajo la lona de una piscina hinchable, varias patrullas de la Guardia Civil ... han custodiado el precinto del número 232 del barrio Santa Ana, en Liaño (Villaescusa). Era fundamental que las pruebas permanecieran inalterables. Este sábado, los expertos de la Policía Científica continuaron recabando pruebas y buscando el arma blanca con la que el presunto homicida perpetró los crímenes.
Según fuentes cercanas a la investigación, los cuerpos presentaban múltiples puñaladas y los agentes han advertido a los vecinos de la zona que los avisen en el caso de encontrar «algún tipo de cuchillo o arma similar».
Para continuar con el trabajo, los investigadores procedieron este sábado a reconstruir la secuencia de los hechos acontecidos desde la mañana del pasado jueves, cuando Eva llamó a la Guardia Civil para alertar de que su expareja se encontraba en la casa, infringiendo la orden de alejamiento que pesaba sobre él desde el pasado 6 de noviembre.
Eva acudió la mañana del jueves al restaurante La Caracola (Somo) para tomarse un café. Eran alrededor de las doce de la mañana y estaba visiblemente nerviosa. Desde allí llamó a la Guardia Civil para avisar de que su expareja estaba en la casa y que la había increpado con actitud violenta. Aguardó un tiempo, hasta que a media tarde los agentes le confirmaron que lo habían expulsado de la vivienda y que podía regresar a casa. Confiada, ella volvió al domicilio sobre las cinco y media de la tarde. Un vecino, que presenció este hecho, vio cómo aparcaba el coche y entraba en la casa.
El mismo testigo de los hechos cuenta que horas después, cuando ya había caído la luz, los agentes de la Guardia Civil se personaron una segunda vez en la vivienda, supuestamente avisados por la mujer. «El hombre salió de la casa con una mochila y se despidió, confirmando a los agentes que ya se iba, que no iba a hacer nada y que no pasaba nada». Por segunda vez en un mismo día, la expareja de Eva había quebrantado la orden de alejamiento.
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Sobre lo que ocurrió durante la noche del jueves al viernes nadie sabe nada. En el vecindario dicen no haber escuchado ruido alguno «y es habitual que los perros ladren cuando se oye algo raro, fuera de lo normal, o alguien pasea de madrugada», relatan los vecinos. Nada de nada. Y a la mañana siguiente, la madre y la hermana de Eva, alertadas porque no contestaba al teléfono, entraron en el domicilio de Liaño acompañadas por Borja Breijo, amigo de la familia y compañero de trabajo en el restaurante La Caracola.
Eran poco más de las diez de la mañana y en el interior de la vivienda no encontraron rastro de la mujer, ni de su bebé,pero la escena que contemplaron les inquietó. Había armarios destrozados, electrodomésticos por los suelos, la cuna de la niña tirada y la casa entera desvencijada. «Parecía que hubiera sucedido una gran discusión», cuenta Breijo. Llegados a este punto es inevitable volver a pensar cómo una pelea de tal magnitud no se escuchó en el vecindario. Alertada por la escena, la familia se puso inmediatamente en contacto con la Guardia Civil, al tiempo que inició la búsqueda por las inmediaciones de la vivienda y por el monte cercano. Al no encontrar rastro alguno de la mujer y de su hija, todos pensaron que quizá se habían ido de casa.
Los agentes respondieron a la llamada, se personaron en Liaño y en una primer inspección ocular no encontraron rastro de las víctimas. Nadie imaginaba que ambos cadáveres estaban escondidos a tan sólo unos pocos metros, en el corral, cubiertos por la lona de una piscina hinchable.
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A media mañana, sin rastro de los cuerpos pero con las notables evidencias de que en la casa había sucedido una fuerte discusión, la Benemérita citó en el cuartel de El Astillero a la expareja de Eva. El hombre, con iniciales J. C. R., acudió voluntariamente y en cuestión de minutos. Desde el primer momento, y en conversaciones informales con los agentes, negó taxativamente tener nada que ver con los hechos, una postura que, según ha podido saber este periódico, ha mantenido en todo momento, como confirmaron las autoridades policiales a la familia.
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Finalmente, a las dos de la tarde, con el presunto homicida en el cuartel, la Policía Científica hallaba los cuerpos de la madre y de su bebé ocultos en el patio de la casa. La familia de Eva se enteró del trágico desenlace cuando vieron el coche fúnebre aparcado junto a la puerta. Hacía sólo un mes que la mujer había presentado una denuncia por maltrato con lesión y amenazas. Eva relató entonces que él le había dicho: «Ahora vas a ver lo que te espera». Yentonces el detenido le enseñó un cuchillo y le dijo: «Mira cómo corta», tras lo que empezó a destrozar el mobiliario del domicilio.
Según el alcalde de Villaescusa, el regionalista Constantino Fernández, la víctima había recibido en al menos dos ocasiones la llamada de la trabajadora social del Ayuntamiento, pero ella la rechazó ambas veces.
J. R. C. tenía antecedentes penales y había sido condenado ya por un delito de violencia machista por amenazas. Sobre él pesaban, además, condenas de otro tipo. Fuentes del Ayuntamiento de Villaescusa confirman que «tenía amedrentado al vecindario». Había amenazado a varias personas «y hasta llegó a matar varios animales, un perro y unas gallinas, de una finca cercana. Todo porque, según él, le molestaban».
Varios residentes en el pueblo lo describen como «una persona violenta, mal encarada y con mal aspecto, insano». De otro lado, según ha podido saber este periódico, el presunto homicida padece una enfermedad oncológica y está en tratamiento.
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