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JOSÉ JAVIER GÓMEZ ARROYO
Miércoles, 17 de julio 2019, 07:22
Desde muy joven forjó su propia independencia de pensamiento y actuación, fruto quizá del empeño de su tía María Goyri que, además de ser una de las primeras mujeres en obtener la licenciatura en Filosofía y Letras en España, fue quien procuró educarla en ... historia, literatura o política y en las principales lecturas defensoras de los derechos de la mujer, todo esto en un tiempo donde ellas ni tan siquiera podían votar. Maria Teresa León Goyri (Logroño 1903-Madrid 1988) nunca lo tuvo fácil, pues aún con el apoyo de su instruida e influyente tía, que además estaba casada con Ramón Menéndez Pidal, hubo de luchar en su juventud y, al igual que su tutora, contra un mundo de hombres educados en convencionalismos absurdos hacia la condición femenina. Si su tía María fue obligada a asistir a las clases de la Facultad de Filosofía retirada de sus compañeros, a Maria Teresa León la expulsaron del colegio de monjas muy joven y por una rebeldía tan despreciable como pretender cursar bachillerato y ser una empedernida lectora de libros que las religiosas consideraban «poco edificantes». Pero precisamente aquel destierro se convirtió, sin querer, en la brisa favorable para poder navegar con independencia hacia el compromiso con las libertades, la defensa de los desamparados y el respeto hacia la mujer, además de haberla conducido a ser una de las escritoras más importantes de la generación del 27.
Nuestra turista ocasional en Vega de Pas, donde pasó algunos veranos invitada en casa del ingeniero Guzmán de la Vega por sus hijas mayores, Lola y Ángeles de la Vega Artiach, con las que hizo amistad en los lejanos tiempos en que todas ellas vivieron en Burgos su adolescencia, se vio con tan sólo 17 años apremiada a contraer matrimonio con don Gonzalo de Sebastián Alfaro, desposorio que pronto haría aguas y que la obligó a refugiarse en su actividad como escritora en el periódico El Diario de Burgos. Bajo el pseudónimo de Isabel Inghirami comenzaron a ver la luz sus primeros artículos en los que se reflejaba un interés inusitado tanto por la defensa de la cultura, a la que consideraba patrimonio de todos, como por la emancipación de los entonces confiscados derechos de la mujer.
No alcanzamos a imaginar lo que nuestra joven prosista vería por aquellos años en las mujeres inmersas en una sociedad rural y anticuada como era la pasiega, donde además del duro trabajo que las suponía la ayuda con el ganado, al igual que hoy en día, se ocupaban también de la casa, los hijos y procurar sustento a la familia, y repito lo de igual que hoy en día. Eso teniendo en cuenta que las pasiegas, como ya dijo el escritor Enrique Gil y Carrasco muchos años atrás, «... no ceden en robustez, aguante y sufrimiento a los hombres más recios y determinados del país...» aunque, por desgracia, las mujeres en el ámbito rural, siempre han tenido estas labores domésticas injustamente consignadas por el mero hecho de haber nacido con esa condición y, lo peor de todo, impalpable en cuanto al reconocimiento de ese quehacer. Y es que olvidamos muchas veces que la vida se comparte, no se reparte y, quizá, este último principio es el que nos frena a apreciar esta pesada labor que ellas siempre desempeñan sin rechistar.
Maria Teresa León volvería a Vega de Pas por última vez ya casada e invitada de nuevo por la familia de don Guzmán, seguramente con su matrimonio a punto de romperse y en un reencuentro que invocó poco después en la revista Cantabria allá por el año 1928, remembranza que hizo adentrándose en las fértiles montañas pasiegas que amó, según ella misma confesó, «... a través de los libros de Pereda y de recuerdos de mi noviazgo tempranero...». Aquella visita duró unos días, lo suficiente para recrearse en un tiempo pasado y feliz que en aquellos veraneos que pasó en compañía de sus amigas pasiegas: «Así, sintéticamente evocada, la maravillosa perspectiva de alcores y montañas, de prados verdes y caseríos blancos extiende su decoración en mi recuerdo una mañana brillante dominando la Pasieguería desde las Estacas de Trueba».
Madre de dos hijos, su separación de Gonzalo de Sebastián no solo fue del esposo, sino también de los vástagos, pues ese fue el desgarrador precio que le marcó la ley hecha por los hombres y que hubo de pagar por vivir en primera persona y con la dignidad y libertad de ser la valiente mujer que era. Al año siguiente, en 1929, conocería al que sería el gran amor de su vida durante más de cincuenta años, el poeta Rafael Alberti, después vino la absurda guerra civil española y el largo exilio a Argentina en compañía del autor de Marinero en tierra y donde trajeron al mundo a Aitana, la hija con serrano nombre y apellidos de inspiración y coraje. No sería hasta 1977 cuando regresó a su querida España, la que tanto estimaba y por la que tanto había luchado, junto al gigante Premio Cervantes que, durante el resto de su existencia, la había amado tanto como ensombrecido y, ya desmemoriada por la enfermedad de alzheimer, fallecería en 1988 igualmente tan escoltada como desprotegida, tan llena como descargada.
Detengámonos todos, siquiera un momento, a valorar el justo pensamiento de aquella ilustre visitante en esta tierra pasiega donde las mujeres siguen silenciadas, recordando sus palabras, aprendamos de una vez a considerarlas: «Valle de Pas, ricos cuencos de leche, cuévanos de yerba, caseríos que parecen pañuelos enredados en un cagigal, vacas de nacimiento, belleza suave en sus mujeres con el pañuelo con dos puntas como mariposas que nunca volarán. En todos los pueblos de España hay una tienda 'El Pasiego'; ellos cogieron sus trastes y entre puntillas y dedales y cintas hicieron acudir a las mozas al reclamo de sus artes de mercader. Pero viendo sus casucas no se comprende en estos seres aislados y plácidos el ansia de correr mundo, de abarcar inmensidades, ni de medir sus fuerzas con la necesidad». (María Teresa León. Revista Cantabria nº 54 de 29 de febrero de 1928).
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