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Hugo Obermaier y Henri Breuil, los reconocidos arqueólogos que dirigían la excavación de la cueva de El Castillo en Puente Viesgo, se habían levantado de mal humor. Daban por perdido aquel día lluvioso, uno más desde que habían llegado, un año antes, a Cantabria. ... Era la primera misión del Institut de Paléontologie Humaine de Paris, fundado por el príncipe Alberto I de Mónaco, y esperaban mucho de aquel yacimiento, aunque el tiempo les estaba desesperando. Como cada mañana, se levantaron pronto y Breuil, como buen sacerdote, oficiaba la misa diaria en la capilla del hotel en el que se hospedaban, el Vallisoletano, en Puente Viesgo.
Más enfadado aún estaba Eloy Gutiérrez González, joven del pueblo que a sus 23 años se estaba ganando la vida en las excavaciones. Llovía intensamente aquel 23 de mayo de 1911, el día de la Patrona, la Virgen de Gracia. Había quedado con sus amigos al término de la jornada, pero sin duda era mal día para trabajar y mal día para fiestas.
A primera hora esperaba al cobijo de la cueva de El Castillo a los arqueólogos. La verdad es que era un buen trabajo, sobre todo para los vecinos de Puente Viesgo, que de jóvenes tantas veces habían gateado por aquellas cuevas.
Eloy había entrado muchas veces en otra cercana, un acceso mucho más difícil pero llena igualmente de pinturas. Su familia le había dicho que sacara unas pesetas de aquellos alemanes y les contara cómo llegar a la que en el pueblo conocían como La Pasiega por ser cobijo (se decía antiguamente) de una pastora. En eso estaba cuando supieron que la lluvia había inundado las excavaciones y no se podría trabajar.
Eloy se acercó al ayudante de Obermaier, Paul Wernert, y le dijo que les podía llevar a otra cueva con más pinturas. El operario tenía una referencia muy clara para ubicarla, una higuera a cuyo pie estaba la entrada de la cueva, una higuera que se podía ver perfectamente desde el barrio de Villanueva, en Hijas, razón por la que algunos conocían la cavidad por ese nombre, la de Villanueva.
110años desde su descubrimiento por Hugo Obermaier, Henri Breuil y Alcalde del Río, conducidos hasta La Pasiega por el operario de excavaciones Eloy Gutiérrez González
Tanto Breuil como Obermaier y el mismo Hermilio Alcalde del Río se acercaron al lugar y ya figuran en los anales como descubridores oficiales de la segunda cavidad con interés pictórico en el monte Castillo. La primera llevaba el nombre de la montaña, y a la segunda se decidió bautizarla con el del valle que se atisbaba desde aquellas alturas, y no tanto por leyendas sobre pastoras.
Eloy Gutiérrez estaba ya a mitad de su cuento particular de 'la lechera' cuando recibió la orden de retirarse, para no despertar demasiado interés en el operario, se dijeron los arqueólogos.
Pedro de la Vega, recopilador de la historia y fotografías de Puente Viesgo, recoge lo relatado por Obermaier sobre el día del descubrimiento. La Pasiega iba a ser desde entonces un pozo de sorpresas con sus cuatro galerías. Dos de ellas se recorrieron ese día no sin serias dificultades. Otra, días más tarde por Hermilio Alcalde del Río. Dicen las malas lenguas que el solo, porque el resto de arqueólogos tenían miedo a los huecos profundos que allí había. La última la encontró junto a Obermaier y el abate Henri Breuil. Cuatro galerías que denominaron A, B, C y D, todas estrechas y bajas, todas ellas plagadas de pinturas y grabados.
Pedro de la Vega recuerda que el mundo conoció esas pinturas en 1913, cuando fueron publicados los dibujos que los prehistoriadores hicieron en Mónaco. Pero no serían sus descubridores los que la excavarían, sino Joaquín González Echegaray bastantes años más tarde.
Ya en 2018 la revista Science hablaba de pinturas que podían estar entre las primeras plasmadas por el hombre en la roca de sus cuevas, galerías que entusiasman a los entendidos, como el prehistoriador Jean Clottes, que reconoce en ella a su preferida. Hoy sigue siendo motivo de atención. Está en marcha una revisión exhaustiva del arte parietal de La Pasiega dirigida por dos investigadores belgas, Marc y Marie-Christine Groenen.
Uno de los guías de arte rupestre más reputados en Cantabria, Ludovico Rodríguez Liaño, es otro enamorado de una cueva Patrimonio de la Humanidad, «una de las cuevas más importantes del mundo en arte rupestre que encierra el misterio de las cavernas y nos muestra una variedad de colores pocas veces visto».
Destaca la Galería A, «paredes y techos plagados de figuras de animales, sobre todo ciervas tamponadas, caballos, bisontes». La Galería B alberga «figuras de gran tamaño, caballos, bisontes o una figura de megaceros (ciervo gigante ya extinguido), con una cornamenta mayor que el cuerpo del animal». Apunta que «por un camino muy pequeño nos acercamos a la galería central, donde veremos grabados arcaicos de uros, así como, en un piso elevado, caballos pintados con colores rojos y amarillentos».
Desde ese punto una serie de simas de difícil recorrido comunican con la Galería C, la descubierta por Alcalde del Río.
Rodríguez apunta que «al lado de la entrada del descubrimiento hay que destacar el famoso bisonte caligráfico, así como muchas ciervas en tinta plana y gran variedad de signos, en alguno de los cuales existe la controversia sobre diferentes dataciones. En ese punto hay una roca que se conoce como 'el trono', desde donde se puede divisar toda la sala. «Todo un espectáculo», asegura.
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