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José Javier Gómez Arroyo
Vega de Pas
Miércoles, 30 de noviembre 2022, 17:47
Seguramente fue en los libros donde encontró refugio para su desdichada infancia, pues siendo niña perdió a tres de sus hermanos, cuando tenía doce años falleció su madre y en plena pubertad vio marchar también al padre. Además, como remate estrambótico de esta faena vital, ... en un descuido la cocinera de la familia se llevó por delante la vida de su otro hermano Eduardo y su tío Cástor al confundir el veneno para ratas con harina. Aquella sabiduría encuadernada, junto a una docta familia que incluía a su abuelo como fundador del periódico La Abeja Montañesa, a su tío Enrique que hizo lo propio con El Atlántico, a su prima la pintora María Blanchard y a la escritora Concha Espina, casada con un primo de su madre, la condujo a fundar en los años veinte del pasado siglo la Academia Torre en Cabezón de la Sal, villa que la vio nacer y en la que también en 1924 creó el orfeón «Voces Cántabras», coro de canto y danzas que tuvo un extraordinario éxito en el Royal Albert Hall de Londres en 1932.
Admiradora del sistema pedagógico que el cirujano Enrique Diego-Madrazo había implantado en sus escuelas públicas de Vega de Pas, siguiendo los principios de educación integral que promovía la Institución Libre de Enseñanza, Matilde de la Torre mantenía desde hacía años una sólida amistad con el médico pasiego, a quién a menudo visitaba recreándose en continuos paseos por los jardines y aulas que conformaban aquel proyecto educativo que ella también emuló: «Abrió la Academia Torre, de la cual se ha dicho que cumplió la máxima de Platón: «Si junto a la biblioteca tenéis un jardín, ya no os falta de nada». La Academia Torre funcionó en su propia casa y reunió a muchachos de ambos sexos. Sin método académico y a puro sentido común, Matilde abrió las puertas al deseo de saber y sus alumnos aprendieron a pensar jugando en aquel jardín inmortal y leyendo en la biblioteca que ya no existe, pero existió». (Úrsula Álvarez Gutiérrez, Centro de Estudios Montañeses, 27 de febrero de 2021).
Jose Javier Gómez Arroyo
Historiador pasiego
Su fascinación por Cantabria, tal como ella misma decía «asomada a las crestas de los Picos de Europa o agazapada tras los diablos menores de la región del Pas», era también pasión por sus gentes, en especial por sus mujeres, doctas e iletradas, campesinas y nobles, pues por todas ellas luchó desde un feminismo que, como dijo el periodista José del Río Sainz, no aspiraba a conmover sino a convencer. Quizá por ello, porque la parafernalia sentimental no le interesaba para nada, debamos convencernos nosotros también de que para comprender la importancia del feminismo primero debemos conocer lo que se pretende desde este movimiento y que no es sino alcanzar una sociedad donde todas las personas tengan los mismos derechos y oportunidades, donde sean valoradas y respetadas por lo que son y tributan como hombres y mujeres, cambiando de una vez por todas esa trasnochada estructura social fundamentada en mantener a la mujer en situación de dependencia y con la obligación de acatar los roles de madre, esposa y cuidadora que tradicionalmente se le han atribuido, o rompiendo la brecha salarial y la feminización de trabajos peor remunerados, entre otras muchas cosas pendientes.
Distinguida invitada a la inauguración del monumento que a Madrazo se le tributó en Vega de Pas en 1932, Matilde de la Torre fue quien leyó las cuartillas que el prestigioso cirujano, preso de la emoción, había escrito como agradecimiento. A continuación, nuestra protagonista, deleitó con su coro «Voces Cántabras» al público congregado, subió al estrado con una corona triunfal dispuesta para el busto y rememorando a los atletas de la antigua Grecia los refirió como «a quienes el jurado de los Juegos Olímpicos coronaba de laurel ante las miradas prometedoras de las bellas, premiando con ello el músculo, el esfuerzo físico, que en aquellos tiempos era la razón de los fuertes sobre los débiles; y las naciones, al tributar su máxima admiración a los vencedores, satisfacían su preponderancia sobre las demás. Pero ahora no debe ser la fuerza la que debe premiarse, no ha de ser la materia la vencedora, sino la inteligencia, la ciencia, lo que es espiritual y da realce a los pueblos…» (Diario El Cantábrico, 13 de septiembre de 1932). Sin duda, un inteligente y actual discurso con el que Matilde de la Torre nos incita a reformular la definición de mérito o valía, ya sea en un cuerpo de mujer o de hombre, pero que lo aparte de la desigualdad fundamentada en diferencias y lo haga sin fuentes de fricción y sin que una u otra tendencia busque imponer sus creencias, ni políticas ni religiosas, ni de tradición ni de nuevas reglas de lenguaje artificial, porque eso no es útil para ningún movimiento de integración que pretenda una sociedad que todos deseamos sea justa.
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