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JOSÉ JAVIER GÓMEZ ARROYO
Martes, 3 de diciembre 2019, 18:58
Cuando echamos la vista atrás a nuestra formación escolar de infancia rememoramos inevitablemente la influencia que determinados maestros han tenido en nosotros. A unos los recordamos con más agrado y a otros no dejamos de pensar, con la conciencia ya de adultos, que quizá ... no fuesen tan mal intencionados, sino rectos en su proceder por nuestro propio beneficio educativo. Pero no cabe duda que su manera de obrar los convierte a todos en paradigma de nuestras vidas, pues tendíamos a menudo a imitarlos en la forma de comportarse y en la interpretación emocional que nos transmitían porque, al igual que nuestros progenitores, ellos también han sido espejo cuando éramos niños.
La imagen que acompaña nuestro artículo es la de un educador, Leoncio Suárez Ibáñez, torancés con ascendencia pasiega y con toda una vida desenvuelta entre pasiegos; mas su historia la del reconocimiento a una vocación, «con sus ayunos al traspaso y sus hambres calagurritanas», como dejó escrito Emilia Pardo Bazán, porque el viejo dicho de la sabiduría popular que reza «pasar más hambre que un maestro de escuela» también hacía mella en nuestro joven Leoncio cuando llegó a Vega de Pas en 1890, aludiendo la notable escritora a la inmerecida situación económica a la que se vieron sometidos los docentes de enseñanza primaria durante los siglos XIX y principios del XX, profesión marcada por la penuria y la escasa consideración social que injustamente se tenía de ellos. El 10 de junio de ese mismo año se le asignó un sueldo anual de 825 pesetas, los escasos cinco euros que se gasta en un periquete hoy un niño en golosinas, aunque esta lamentable condición comenzaría a remendarse con el buen hacer del conde de Romanones cuando ocupó la cartera de ministro de Instrucción Pública en 1901, adoptando las medidas oportunas para que el pago a los responsables de escuelas primarias dejase de depender de los ayuntamientos, que en numerosas ocasiones quedaban a deber años enteros de sus roñosos sueldos y así, las atenciones de primera enseñanza, dejaron de depender de los cabildos y pasaron a los presupuestos del Estado, dignificación de la figura del maestro que vería su culminación años más tarde con la llegada de destacados ideólogos de la educación, como fue igualmente nuestro insigne pasiego el Dr. Enrique Diego-Madrazo y que consideraban la formación pedagógica como base primordial para la modernización de nuestro país.
Nuestro reputado maestro contrajo matrimonio en 1893 con una pasiega de Vega de Pas, Matilde Ruiz Revuelta, fijando su residencia muy cerca de la escuela de la villa y con quien trajo al mundo a sus siete hijos, alguno de ellos dedicado también a la enseñanza, como fueron Amparo, maestra en Parbayón, o Cayo, maestro municipal de Santander. Su interés por la educación desembocará en el ofrecimiento para dar clases a los adultos que deseasen poseer los conocimientos básicos de escritura, lectura y demás instrucción cultural, algo que reportaría beneficios a la comunidad de la propia villa con una sociedad de mayores que, por desgracia, contaba con una elevada tasa de analfabetismo, disposición por la enseñanza que igualmente le llevó a publicar diversos manuales de Nociones de Geometría, Nociones de Aritmética y Nociones de Geografía en la imprenta de Blanchard y Arce de Santander en 1905, a los que sucederían Derecho, Nociones de la Historia de España o Nociones de Fisiología e Higiene y una posterior de Nociones de Gramática Castellana y que significaron ser obras todas de referencia dentro del mundo de la docencia en la provincia cántabra. En Vega de Pas nuestro buen maestro se centrará en la dotación de material escolar para los pequeños pasiegos, con láminas de historia, mapas, libros, resmas de papel, tinta y hasta un globo terrestre que costó 40 pesetas, incluyendo también entre las facturas que obran en el archivo histórico de la localidad la pintura, los cristales, alguna que otra puerta nueva y demás necesidades básicas para una escuela con un maestro, cuanto menos, preocupado por el bienestar y educación de sus alumnos, quizá los mejor preparados a lo largo de la historia didáctica de la villa y que incluso algunos de ellos fueron becados por el propio Dr. Madrazo que, aunque desprendido mecenas, no malgastaba el dinero si la cosa no lo merecía. Solo el vacío que le dejó el fallecimiento de su aún joven esposa en 1908 condujo a don Leoncio a aceptar su traslado como maestro a Guarnizo, aunque nunca dejó de venir constantemente a Vega de Pas, que en sesión del 17 de agosto de 1933 le nombró hijo adoptivo y predilecto de la villa pasiega. Lamentablemente poco pudo disfrutar de tan merecido honor, pues apenas tres meses más tarde dejaría este mundo terrenal en el que tan honda huella dejó como pedagogo y como persona.
Venido al mundo en 1869 en la noble villa de Vejorís de Toranzo, cuna solariega de nuestro escritor del Siglo de Oro don Francisco de Quevedo y viviendo prácticamente toda su vida en Vega de Pas, don Leoncio siempre presumió de estas dos mitades en que partió su corazón, sentimiento y orgullo del que alardeó y que en numerosas ocasiones dejó patente en sus reseñas periodísticas, como en aquella en que confesaba su estreno como bailarín en las populares y alegres romerías de Cantabria: «Fue unas veces, las más por ser en las tardes domingueras, el corro de aquél puebluco torancés que guarda mis primeras alegrías y dolores el lugar de mi actuación... y por las fiestas de Vega de Pas, bajo el fresno centenario que cobijó a los gloriosos progenitores de los Madrazos, Pelayos, Ruices, Sañudos, Orias y miles de pasiegos cernidos por España...» (Artículo 'El Baile' de Leoncio Suárez Ibáñez, publicado en el semanario regional El Porvenir, de Cabezón de la Sal, el 20 de febrero de 1916).
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