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Laura Fonquernie
Santander
Domingo, 9 de octubre 2022, 08:03
Era feliz cuando juntaba a la familia. Porque pasar el tiempo con su entorno era lo que «más le llenaba». Lo reflejaban su sonrisa y, sobre todo, sus ganas de repetir el plan siempre que podía. María Jesús Tezanos, vecina de Santander, se dedicó a ... cuidar de los suyos y, sin quererlo, hace ya dos años se convirtió en la protagonista de una de esas imágenes que se han quedado grabadas en la memoria de la pandemia. En la fotografía aparece emocionada mientras agarra la mano de su hija, también María Jesús, después de pasar casi tres meses confinada en la residencia San Cipriano, en Soto de la Marina. Aquel 27 de mayo de 2020 fue el primer día que los centros de mayores de Cantabria recuperaban las visitas de familiares. La región fue la primera en implementar los protocolos y devolver el contacto a quienes fueron los más vulnerables durante la crisis sanitaria. Hace casi tres meses, el pasado 11 de julio, la mujer falleció y ese segundo inmortalizado para siempre es ahora un recuerdo para la familia que le dedica estas palabras a través de su hija.
La herida está todavía reciente y, más aún, esa sensación de no haber podido aprovechar los últimos años de su vida. «El covid nos fastidió ese precioso tiempo», cuenta María Jesús, que recuerda a su madre como una mujer humilde que llevó una vida sencilla. Desde muy pequeña asumió el cuidado de la casa y la familia. Su madre era cocinera y pasaba muchas horas fuera de casa. Al igual que su padre, que también trabajaba. Así, como la mayor de cinco hermanos (de ellas cuatro chicas), le tocó el papel «responsable». Pero asumir ese rol «no es algo que ella viera como negativo», aclara María Jesús. Al contrario, disfrutó de su papel. Es más, era lo que «le hacía feliz».
Pero por el camino «sí sacrificó mucho». Asumir esa responsabilidad le obligó, en cierta medida, a aparcar los estudios, aunque no en su totalidad porque se apuntó a una academia y estudió Peluquería. Una profesión que ejerció durante unos años en un local que su padre le compró en la calle Canalejas de Santander. Además, aprovechó la oportunidad para enseñar a sus hermanas un oficio con el que continuó Carmen, la pequeña de la familia y que ella dejó atrás en cuanto se convirtió en madre. Una vez más dejó su vida para asumir el cuidado de su familia y dedicarse, en este caso, a María Jesús y Luis porque «no podía con todo».
Así que la mayor parte del tiempo en casa lo pasaban con su madre, que era quien se encargaba de llevarles al colegio y hacer con ellos los deberes. «Le tocaba ser quien nos reñía y nos echaba broncas. Mi padre llegaba tarde y con él jugábamos», reconoce María Jesús. A pesar de encargarse de llamar la atención de los hermanos cuando se portaban mal, «nunca me enfadé con mi madre», añade.
María Jesús era de Santander, vivió en la calle Vista Alegre y después se mudó a Magallanes, que fue donde nacieron sus dos hijos. ¿Y cómo era? Alegre. Con ella «nos hemos divertido muchísimo, le gustaba bailar, cantar...», enumera la hija. En verdad cualquier otra actividad que supusiera disfrutar del tiempo en familia. «Recuerdo cuando nos juntábamos para ir a comer fuera. Solíamos ir a Potes o pasar el día a cualquier pueblo, nos gustaba mucho». Así que sus vacaciones y planes familiares le han servido para recorrer la geografía cántabra.
Luego, en cuanto salía el sol, se iban a la playa: «Casi todos los fines de semana de verano». Repartían las jornadas entre los arenales de Somo y el Puntal. Lo disfrutaban porque su padre tenía un barco atracado «y a todos nos gustaba salir», comenta María Jesús. Y esa parte de disfrutar de la familia y buscar siempre el momento de juntarse es algo que «hemos sacado también los demás». Todavía hoy «somos muy de juntarnos», y así seguirán.
Además, de ella ha aprendido cosas como «el coraje, la fuerza para tirar hacia delante, luchar. Y, si te caes, te vuelves a levantar». Ha sacado el mismo «carácter», por eso, algunas veces, «chocábamos», admite. Cuando se fue de casa, María Jesús la llamaba «todas las noches» aunque no tuvieran nada nuevo que contarse. Y lo «más duro» fue llevarla a la residencia. Un paso que se convirtió en necesario dado el deterioro cognitivo que sufrió tras el fallecimiento de su marido. «Para ella también fue duro porque no quería ir», reconoce. Pero estos años ha estado encantada y bien cuidada, como en familia. Lo que más disfrutaba.
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