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Una mañana cualquiera de un día entre semana se vive en pleno centro de Santander con más tranquilidad de la acostumbrada. El confinamiento de ... municipios, el miedo al virus y el cierre de la hostelería ayudan a vaciar las calles; y pese a todo, la Policía Local continúa teniendo mucho trabajo.
Casi en cada esquina hay una razón para intervenir. Una, por poner un ejemplo, sucede en un banco de los jardines de Pereda, donde tres jóvenes conversan. Uno de ellos, sin mascarilla, la pone cuando divisa que los agentes se aproximan. «¿No sabe usted que debe tenerla puesta en todo lugar público?», preguntan los uniformados. El chico se excusa educado, lo identifican y le advierten de que no puede volver a ocurrir, o será sancionado.
A pocos metros del lugar sucede algo parecido. Una señora mayor disfruta del aire libre con la boca descubierta. «¿Hay alguna razón porque no tenga la mascarilla puesta?», cuestionan los policías; y ella responde que había terminado de fumar y estaba pensando en ponerla.
HACER DIDÁCTICA
RECURSOS HUMANOS
Justo a su lado, un joven hace fotos con el móvil a su novia, que muestra una sonrisa perfecta a la cámara. «Perdone, ¿sabe que tiene que tener puesta la mascarilla?», cuestionan, y acto seguido la joven obedece y se la coloca.
Son tres escenas reales que suceden en menos de 15 minutos en pleno centro de Santander esta semana. El Diario acompañó una mañana a una patrulla de la Policía Local para comprobar el día a día de un trabajo que continúa garantizando la seguridad ciudadana y que ahora, además, ha de preocuparse de todos los preceptos que deben cumplirse en este estado de alarma: mascarillas, distancias de seguridad, aforos...
A los pocos minutos queda claro que los agentes avisan más que multan. Y es que algunas veces son criticados por aprovechar la actual coyuntura para repartir alegremente sanciones con ánimo recaudador; pero lo cierto es que unos tienen la fama y otros cardan la lana. Si realmente multaran por cada infracción en la calle, diariamente se tramitarían cientos de casos.
«Hacemos mucha, pero mucha labor didáctica», explica el oficial de la Policía Local Fernando Villoslada. «Entendemos que hay mucha gente que no ha interpretado bien la norma, sobre todo mucha gente mayor. Y luego hay también mucha indignación, irritabilidad y desilusión por todo lo que está sucediendo, con lo que procuramos ser bastante cautos antes de sancionar», confiesa.
Un día cualquiera el turno de mañana comienza a las 06.30 horas, para dar relevo al de la noche. En total, la capital cántabra tiene en plantilla a 24 agentes de movilidad y 170 policías locales. Suele haber en la calle al mismo tiempo 4 equipos (8 agentes) y 3 mandos. «Uno de los oficiales se ocupa del trabajo de los agentes de movilidad, que son unos 8 cada turno y que administran el tráfico», informa Villoslada. Se divide Santander en 9 zonas o distritos y se administra la vigilancia de manera que no queden zonas blancas. «Nos repartimos como podemos de acuerdo con los recursos que hay, y esto depende de las llamadas de centralita, que tienen que ver con seguridad ciudadana».
Como en todas las patrullas, Villoslada camina junto a un compañero, en este caso Francisco Javier Ruiz. En el paseo marítimo, se acercan al lugar donde un chico ha desplegado una orquesta de muñecos en el suelo. Los mueve al ritmo de la música. Los agentes solicitan al hombre la documentación y éste sólo dispone de la solicitud de un permiso de ocupación de la calle para realizar el espectáculo. Lo informan sin multarlo: «Esto es sólo una solicitud que ha presentado en el Ayuntamiento pero todavía no le han dado el permiso. Hasta que no se lo aprueben, no puede ponerlo, lo siento». El chico se molesta: «No dejáis vivir. Aquí no molesto a nadie»; pero en realidad los agentes comprueban más tarde en la base de datos de la centralita ubicada en la calle Castilla que de hecho el consistorio le ha denegado el permiso.
Continúa la jornada de trabajo de camino a la plaza Pombo, donde es obligado vigilar el aforo de las terrazas. «En una inmensa mayoría la gente lo cumple. La distancia, los aforos, todo», confirma Ruiz. Pero la infracción es caprichosa, y aparece cuando menos se la espera.
En uno de los bancos de la plaza, bien a la vista, un hombre y una mujer beben cerveza en lata, fuman uno junto al otro, sin mantener la distancia de seguridad entre ellos ni con los paseantes, y han olvidado la mascarilla en el bolsillo. «No pueden fumar sin mantener la distancia, y no pueden consumir alcohol en la vía pública», informan los policías. Los infractores se excusan: «Vivimos en la calle, venimos de la cocina económica». Pero la norma es la norma, idéntica para todos. «Haciendo esto usted puede contagiar el virus a alguien que pase por aquí», alegan los agentes, que contrastan con la base de datos de la Policía Nacional que ambos tienen antecedentes pero ningún asunto pendiente, y los sancionan por consumir alcohol en la calle.
El paseo continúa por El Sardinero, Las Llamas, Valdenoja o Cueto. Paseo de apercibimientos, vigilancia y visibilidad, porque esta labor consiste en buena parte de los casos en hacer acto de presencia para disuadir a los potenciales infractores. Y a las 14.30, cambio de turno.
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