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La hija y la mujer de Ferreyros, el desaparecido, junto a la hermana de San Pedro Faleato, uno de los fallecidos Foto: Roberto Ruiz | Vídeo: Pablo Bermúdez

«Necesito el cuerpo de mi marido, no paren de buscarlo»

El minuto de silencio del Barrio Pesquero se convierte en un grito desesperado de las familias de las víctimas arropadas por los vecinos | La mujer y los hijos de Ferreyros claman porque siga la búsqueda y los allegados de Faleato critican el abandono: «Nadie nos llamó»

Álvaro Machín

Santander

Martes, 4 de abril 2023, 10:26

El minuto de silencio lo convocaron junto al mar. Frente a la lonja y a la vista del lugar exacto del muelle santanderino en el que atraca la flota. Justo al final del paseo de Alberto Pico, el cura que contaba en los funerales que estuvo a punto de morir a bordo de un barco. El párroco de salitre apelaba en la homilía a los marineros que sabían de qué estaba hablando. Del miedo. «Tú, fulanito, has pasado por eso», decía a uno durante la misa. Y fulanito asentía. Porque el Barrio Pesquero sabe de mar, de miedo y de muerte. Por eso, este martes, en bloque, el vecindario arropó a las familias de la tragedia del Vilaboa Uno. Para el minuto de silencio y para su grito desgarrador. No se callaron. «Estoy no hay por dónde cogerlo». Lo decía en alto Gema, hermana de Francisco San Pedro Faleato, 'Fali'. Un fallecido –y un hijo del barrio– del que, según voceó su hermana en medio de un corrillo entre la multitud, a esa hora no sabían nada. No habían visto su cuerpo. «No lo hemos visto en ningún momento. No hay manera de localizarlo. Nadie ha llamado. Han pasado muchas horas y no sabemos nada. Es una sinvergonzonería». Y el barrio asintió como hacía con el cura. Lo mismo que cuando la mujer de Walter Jhon Ferreyros, el maquinista que permanece desaparecido, pedía con desesperación que sigan buscando a su esposo. «Necesito su cuerpo, que no paren de buscar». Todo, a escasos cuatro o cinco metros de la clase política cántabra en pleno. No es que hubiera tensión, pero sí rabia. Mucha. Varios reproches y desesperación. De las familias. De todo el barrio.

Poco antes de las doce, por delante del restaurante Los Peñucas pasaba una riada de chavales del instituto. Ellos también fueron. Al final del paseo había vecinos, marineros, familiares, conocidos... Coches en doble fila. Ni un sitio. Muchos políticos. Del Ayuntamiento (que convocaba el minuto), del Gobierno regional, de la Delegación, de la Autoridad Portuaria. Cargos y aspirantes en las elecciones que están a la vuelta de la esquina.

Roberto Ruiz
Imagen principal - «Necesito el cuerpo de mi marido, no paren de buscarlo»
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«Cómo voy a estar tranquila si le he visto nacer», decía una señora emocionada. Hablaba de 'Fali', el marinero de 57 años al que rescataron ya sin vida los tripulantes del Siempre Nécora (la otra víctima mortal fue Gogfrey Kofi Buabeng, de Ghana, 58 años, cuyo cuerpo fue sacado del mar por la gente del Ave Fénix). Un vecino del barrio de toda la vida aunque llevara una temporada viviendo en Maliaño.

Aún no eran las doce y Gema tomó la palabra. Nada organizado. Dijo en alto lo que pensaba. Estalló, rompió de rabia. «Hemos ido a los juzgados, se ha ido a comisaría, se ha ido... Ya no sé a dónde tenemos que ir para saber dónde está mi hermano y qué ha pasado –a esa hora seguían sin poder ver el cuerpo–. Está mi cuñada que no sabe por dónde tirar. A ver. Autoridades, ¿dónde están? ¿Dónde tenemos que ir para ver a mi hermano? Aquí está mi cuñada, que todavía no sabe nada». Habló de «impotencia».

Mensajes en cada corrillo

«Tres familias y no tenemos ninguna notificación», dijo agarrada del brazo de la mujer de Ferreyros, que pedía que no se contaran mentiras, que no se manchara el nombre de Walter Jhon. Que busquen, que pongan los medios que haga falta, repetía. Los testimonios de rabia saltaban ya de corrillo en corrillo entre la multitud. «Tuve que ir allí, a la otra banda (a la zona de la lonja), para que me dijeran que era mi sobrino. Tirando de colegas porque nadie nos dijo nada». Eso, lo contaba un tío de 'Fali'. «Hay una mujer que se ha enterado por las redes sociales de que su marido estaba fallecido. Eso no es normal. Nosotros nos hemos enterado seis horas después de que mi padre estaba desaparecido. Eso de que no tenían el teléfono ni forma de contacto no se lo cree nadie». Eso, la hija de Walter.

Con un esfuerzo encomiable por mantener la serenidad, Max, otro hijo del desaparecido, fue el que ejerció de portavoz. El que aglutinó la atención para que el llamamiento familiar no cayese en saco roto. Lo hizo antes de que se guardara el minuto de silencio y también después. Y antes y después provocó el nudo en el estómago de los que escuchaban. «Sólo quiero que busquen a mi padre. No voy a permitir que no aparezca ni que se digan mentiras–mostró su enorme enfado ante comentarios que aseguran que pudo quedarse dormido–. No sé si está abajo y ha sacrificado su vida o si lo han visto salir. No sé qué hacer. Soy el pilar de mi madre y de mi hermana y si me derrumbo no hago nada. Les pido que hagan lo posible. Mi padre es un marinero que hizo mucho por esta tierra. Necesito que lo busquéis. Soy un hijo que busca a su padre. La sensación de no saber nada de un padre no se la imaginan. Es un hombre ejemplar y trabajador. Todos en mi pueblo, Laredo (son de origen peruano pero arraigados en Cantabria), lo conocen y lo quieren». Y, otra vez, el Barrio Pesquero reaccionó: «Como a todos los marineros», contestaron.

Una multitud de vecinos participó en el acto, en el que se palpó el nerviosismo por lo sucedido

Lo siguiente, el silencio. El motivo oficial del acto. Un minuto. Con todas las autoridades (muchas) juntas –no había consejeros del ala socialista del Ejecutivo regional–. Luego, un aplauso, un «vivan los marineros» a coro y Max volvió a tomar la palabra mientras a Gema la tranquilizaban a unos metros. Apeló directamente a Revilla. «Usted es padre y ha sido hijo. Yo estoy atado de pies y manos. Llevo dos días con un café y no puedo comer hasta que aparezca. No cesen la búqueda de mi padre. Se lo pido». Hubo, de hecho, un acercamiento y unas palabras al oído. Algo le dijo Revilla antes de que el chaval volviera a perderse entre la multitud sin ninguna gana de llamar la atención más allá de transmitir su mensaje.

«Es Salvamento Marítimo»

«Ya me gustaría a mí poder dar soluciones», empezó diciendo el presidente ante los micrófonos. Habló de «la angustia de tener a un familiar desaparecido» y recordó episodios como el último de Santoña «donde no se pudo recuperar al marinero». Insistió en que los medios cántabros estaban disponibles, que estaban haciendo «todo lo posible», pero dejando claro en todo momento que la operación está dirigida por «Salvamento Marítimo, que pertenece al Gobierno Central». «Han de poner medios para poder llegar al casco del barco y ver si está dentro del habitáculo», aseguró. Y también señaló a Salvamento Marítimo cuando le preguntaron por qué no se avisó a las familias (que se enteraron, en algún caso, por mensajes del propio Revilla en las redes). «Es Salvamento Marítimo quien tiene que hacerlo. Es un organismo que depende del Gobierno de España. Yo tuve conocimiento del hecho a las 07.10 y puse un mensaje de condolencia y hablé de la tragedia con los datos que me habían dado. Pero yo no tengo la capacidad ni la competencia para hacer esa labor. Salvamento Marítimo tiene la competencia».

Antes de irse hubo algunas explicaciones en los corrillos que se fueron formando. Ainoa Quiñones hablaba con unos vecinos, Gema Igual, con otros. La alcaldesa entendió los «momentos totalmente lógicos» que se estaban viviendo. La rabia. Los enfados. «Nadie va a poder evitar el dolor de estas familias, pero piden algo tan sencillo como información. Dentro de las posibilidades que tenemos cada uno, esa información es lo que tenemos que darles. Ese mínimo sosiego», consideró Igual mientras los vecinos iban volviendo a sus cosas.

Una, Pilar del Castillo, iba de brazo en brazo de los familiares de las víctimas. Repartiendo apoyo. Ofreciéndose a ayudar. Preguntando si hacía falta algo. «Yo soy la hija de la presidenta de la asociación de vecinos, pero mi madre es mayor y está tan nerviosa...». Le tocó ejercer. Y lo hizo. Reclamó una vez más información para las familias, insistió en la ausencia de llamadas institucionales hasta ese momento y contó una historia. Una de las que permiten hacerse una idea de lo vivido. «Ayer por la mañana –por el lunes– apareció por el barrio una mujer con dos bolsas en las manos y dos niños. Era la mujer de uno de los tripulantes del Vilaboa Uno y no sabía si su marido estaba vivo o muerto. Nadie decía nada. La metimos en la Casa del Mar y la ayudamos todo lo que pudimos. Pudimos saber que estaba vivo, pero nosotros no somos los que tienen que decir eso. ¿Cómo vamos a ser nosotros?». Ellos –como bien sabía Alberto Pico, el párroco– están para dar apoyo. Justo lo que hizo este martes todo un barrio que sabe de mar, de miedo y de muerte.

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