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Los silencios son ese diálogo que dirige la conversación cuando las palabras suenan molestas porque no consuelan. Aunque a veces ni siquiera es su misión y por eso ni lo intentan. Son solo voces que quieren contar, cerrar heridas y, de alguna manera, homenajear ... o gritar por quien no puede alzar la suya. Eso es lo que han hecho estos días los amigos y familiares de Bret Elorza -el motorista mortalmente atropellado el pasado viernes por un coche en Castelar-, en forma de ramos de flores, velas y fotografías colocadas en la mediana del paseo santanderino. Son gestos que hoy se han transformado en palabras que hablan de él. Y que también sueltan el enfado por lo injusto de lo ocurrido y, sobre todo, la repulsa hacía quienes provocaron el accidente. Algo que, quizá, «nos pueda servir de lección», reflexiona una de sus amigas. Aunque lo aprendido esta vez haya sido «muy duro». También lanzan un mensaje claro. Un ojalá a quien corresponda porque es momento de intentar cambiar las cosas para que algo así «no vuelva a pasar». Porque resulta inevitable recordar el accidente de la rotonda de Corbán en el verano de 2020 en el que murieron dos chicas de 28 y 29 años.
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Marta San Miguel
Bret, de apenas 19 años, era más bien «callado», cuenta Eduardo Elorza, su hermano mayor. Y coinciden sus amigos. Era tranquilo y en el ámbito social algo así como tímido. Salvo que se sintiera en un entorno seguro, con su gente más cercana. Ahí sacaba un lado un poco más abierto, pero, en general, era más bien introvertido. «A mí me transmitía mucha calma», continúa su hermano. Una persona con la que, en confianza, podía sentarse a hablar sin prisa. Y a charlar un poco de todo. Porque en las conversaciones no se notaba la diferencia de edad -se sacaban 17 años-. Bret era una persona «muy sensible» que en los últimos años había empezado a ser más maduro, reflexivo... Aunque muchos de esos pensamientos se los guardaba para él porque no siempre compartía, por ejemplo, lo que se le pasaba por la cabeza sobre qué quería hacer en el futuro, quizá algo normal en un chaval de su edad. Aunque sí mencionó que «le gustaba lo de ser bombero, actor...», recuerda Eduardo.
Tenía muchas inquietudes y le llamaban la atención muchas cosas. Quizá por eso su lista de aficiones era larga: surf, coches, motos... De eso hablaban a menudo porque los coches y el deporte eran intereses compartidos. También entrenaban juntos. Es más, últimamente estaba especialmente centrado en sus estudios y en el deporte. Iba a entrenar cuando el calendario y los exámenes se lo permitían.
Tenía ganas de ir al gimnasio aunque «siempre llegaba tarde», reconoce Aarón, su entrenador. Era un poco desastre a la hora organizarse y a veces tenía que andar detrás de él. Allí, entre las máquinas, también mostraba su lado más callado. Salvo cuando coincidía en horario con amigos. Entonces «se le veía más suelto». Y en esos ratos bromeaban con su altura (medía más de 1,90): «Le decíamos que las máquinas estaban hechas para gente normal, no para él», recuerda Eduardo. Y, además de un saludo, también tenía una frase con su entrenador para asegurar que no faltaría a la próxima cita: «¿Vendrás?». «Cien por cien», contestaba.
Eduardo Elorza
Hermano mayor de Bret
El surf, otra de sus aficiones, lo practicaba más con sus amigos en Somo y El Sardinero. Le encantaba y solía frecuentar la playa santanderina, así que, si alguien lo buscaba, sabía dónde encontrarle. Últimamente también empezaba a aficionarse al cine y veía «muchas películas». Sobre todo si eran de hace algunas décadas. Es más, «flipaba con las antiguas». Y cuando las terminaba, buscaba a su hermano para comentar con él todos los detalles que le habían llamado la atención. Conversaciones en las que también hablaban sobre coches.
A pesar de los diferentes intereses, tenía «las ideas claras» y esos silencios, o tranquilidad, escondían «mucha vida interior», señala Eduardo, que también destaca de Bret cómo evitaba las discusiones. El joven las esquivaba porque «le ponían nervioso las peleas». Prefería alejarse del conflicto y casi ni siquiera se picaba con sus tres hermanos. Y en ese día a día, algunas veces era más de pensar que de hablar. Tranquilo, insiste. Pero, a la par, alguien «positivo y simpático». Una forma de ser que trasladaba a su hermano: «Me daba calma». Y en las conversaciones, Eduardo incluso se sorprendía a veces de las reflexiones que compartía Bret y su manera de entender la vida. Ideas que no parecían propias para alguien de su edad. Porque se tomaba las cosas con filosofía.
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Estos días, decenas de amigos se han acercado a Castelar a recordar al joven fallecido. Un momento compartido que, para algunos, también ha servido para sentirse arropados y recordar con una sonrisa todas esas veces que Bret les hizo reír. Porque también «las liaba», cuenta una de sus amigas. Y era «muy gracioso». Quizá no sabían por dónde iba a salir, pero soltaba comentarios que podían hacer reír a carcajadas. Es más, ayer sonrieron antes de sentir el momento «de bajón». Ese en el que empiezan a asimilar lo ocurrido, aunque en realidad todavía no han tenido ni tiempo. Y entre la tristeza se cuela el enfado. Enfado con quienes la noche del viernes provocaron un accidente que se llevó por delante a un chaval «único y muy especial». Acompañado de un grito que solo pide en voz alta que no vuelva a ocurrir nada similar.
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