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Cañadío volvió a convertirse la noche de este viernes, como cada fin de semana, en uno de los lugares de Santander con mayor afluencia de público para disfrutar del ocio nocturno.
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La hostelería mantiene el cumplimiento de las restricciones. Las terrazas están acordonadas y no se puede servir a ningún cliente si no está sentado. Es el modo de controlar los aforos.
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Los jinetes de la Policía Nacional -en total son seis llegados de Madrid; aunque ayer en la plaza hubo sólo cuatro- hacen acto de presencia pasadas las once de la noche para disuadir a quienes barajan incumplir las restricciones.
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La mera presencia policial sirve, en muchas ocasiones, para dejar claro que todo el mundo debe obedecer las normas. Es algo fundamental sobre todo cuando se acerca la hora del toque de queda.
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Cuando los establecimientos hosteleros cierran sus puertas, los agentes comienzan a invitar a los presentes a abandonar el espacio público. Cientos de personas comienzan a replegarse hacia sus casas.
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Pese a todo el esfuerzo de la Policía, siempre hay quienes buscan apurar los últimos minutos que concede el toque de queda. A la una de la madrugada todo el mundo debe estar en casa, pero entre tanto todavía queda noche para disfrutar.
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El desalojo de la plaza de Cañadío, el más complicado de toda la ciudad, se consumó ayer sin que hubiera ningún incidente. «La gente está concienciada y entiende que hay que cumplir con las normas», acreditan fuentes de la Policía Nacional.
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Como en un juego, la estrategia de la Policía es ir ganando espacio en la plaza. No se retrocede ni un paso, y los agentes van 'empujando' a los jóvenes a que abandonen el lugar.
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Anoche fueron sólo cuatro jinetes los que apoyaron a los efectivos en Cañadío, pero su movilidad es tan ágil, y su presencia tan imponente, que parecían estar en todas partes al mismo tiempo.
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Los últimos jóvenes en abandonar la plaza, y con ello la diversión nocturna, regresan a sus hogares resignados, sabiendo que la fiesta ha terminado.
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