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«El presentador Carlos Sobera era el ídolo de mi madre. Ahora le odia». Jaime no da ninguna explicación a ese odio y tampoco levanta la voz cuando pronuncia una palabra tan dura. Su dicción es elegante, también sus formas; el polo de marca le ... sienta bien, porque ahora «se cuida» y hace deporte. Hay cierta paz en que la imagen que transmite Jaime, el nombre falso de un cántabro de 31 años que cayó en la adicción al juego 'online' y llegó a dilapidar 40.000 euros en apuestas de todo tipo.
Ahora es libre, o al menos aprende a serlo con la terapia a la que asiste en Proyecto Hombre, en Santander. Pero ni su discurso bien construido ni sus frases razonadas disimulan el rencor contra un sistema capaz de hundir a jóvenes como él: «Me pregunto si Sobera sería capaz de seguir haciendo los anuncios que hace promocionando el juego 'online' si a su hijo le pasara esto», dice. ¿Y qué es 'esto'? Una adicción al juego que a Jaime le llevó a endeudarse con 21 créditos «simultáneamente»; 'esto' es un problema que provoca que un café «te acabe costando 150 euros por las apuestas que haces al tomarlo»; 'esto' es una «droga silenciosa» que se propaga con cada apertura de casas de apuestas en la ciudad y el «descontrol» de los anuncios en televisión, tanto de juego como de préstamos inmediatos, la publicidad permanente en cualquier página web.
Jaime, 31 años | Jugador en tratamiento
Todo esto sucede en la intimidad con que cualquiera manejamos un teléfono móvil o vemos un partido, pero ¿qué es lo que lleva a tres jóvenes en torno a 30 años a dar ese paso y jugarse todo su dinero? Jaime, Christian y Fran (nombres ficticios) quieren contarlo aunque sea desde el anonimato de una ventana a contraluz porque el estigma está ahí, pero también su responsabilidad de «querer advertir a quienes se encuentran fuera» de que están dilapidando su futuro y gastando lo que no tienen: «Los que no se atreven a venir a Proyecto Hombre son los que tienen el problema. Aquí, desde el primer día, se te quita la tontería».
Todo empezó para Jaime con la curiosidad mal entendida: le dio por probar al ver tantos anuncios que le saltaban en el móvil. «Tuve la mala suerte de ganar el día que hice mi primera apuesta», dice, algo que, según la psicóloga de la institución, Arrate Emaldi, es algo que «procuran las casas de apuestas y la informática que está detrás del juego 'online' para captar jugadores. El azar por sí mismo no es capaz de tanto». Escucharla hablar de casas de apuestas en las que «acceden menores» o de apuestas en horario de máxima audiencia «durante el descanso de un partido de fútbol ante millones de espectadores, con famosos promocionando las apuestas», hace que uno piense en cañas de pescar y en anzuelos con gusana viva en mitad de un banco de peces. Actualmente se estima que hay más de 1,4 millones de jugadores en nuestro país, más del doble que hace cuatro años, y según datos de Hacienda, los ingresos de las empresas del juego en línea en 2017 ascendieron a 560 millones.
Christian, 30 años | Jugador en tratamiento
Para Jaime, la vorágine de adrenalina y también la «falsa impresión de controlar la situación» le llevó a mentir a todos, hasta a sí mismo, para seguir jugando: «Dejas de vivir», dice como sentando cátedra. Porque con el bachillerato terminado y «once años consecutivos de trabajo cotizados», no había sido capaz de ahorrar «ni un solo euro». La razón, esa quemazón que sentía cuando la soledad el trabajo por turnos le apretaba los pulgares. «Da igual lo que hagas, el juego va a por ti». Al principio «casi siempre ganas. No era mucho, lo suficiente» como para seguir invirtiendo en tragaperras virtuales: jugar debe ser lo más parecido a volar, sólo que la ingravidez es caer al vacío. Y rápido. «Pero no lo ves», dice. ¿Cómo verlo si una noche, solo en el salón de casa, Jaime ganó 18.000 euros en apenas media hora? Más del bruto anual de un trabajo de mileurista.
Decidió guardarlo en una cuenta de ahorro, pero con la misma rapidez con que lo había ganado, lo perdió: «Me duró dos meses», y empezó entonces a pedir créditos. «Es increíble lo fácil que lo ponen, te salta la publi en el móvil, lo ves anunciado en la tele, y como el fútbol es tan bonito, y es deporte, como se normaliza tanto el juego y la apuesta, caer es inevitable», explica sin disculpar su actitud, sino advirtiendo del peligro que esa normalización conlleva: «Deberían ponerse límites al número de apuestas y tampoco deberían permitirte contratar más préstamos si ya tienes otras deudas contraídas», dice.
Y, sobre todo, advierte de la edad: «Lo veo en los chavales, que están jugando con el móvil, apostando en el instituto con las aplicaciones en el reloj». Después de perder 18.000 euros y sumar un saldo negativo de menos veinte mil en deudas por los préstamos que no era capaz de devolver, Jaime se vio atrapado. «Me ayudó mi madre, lo dejó a cero», dice, pero enseguida endurece el gesto, porque la recaída fue peor: «Volví otra vez a apostar, en sólo dos meses gasté muchísimo dinero y mi madre se dio cuenta, así que fui a casa, dejé todas las tarjetas, entregué todo y asumí que necesitaba ayuda».
«La valentía es decir hasta aquí», dice Christian, que a sus treinta años comparte con Jaime una trayectoria profesional estable, de diez años laborales. Él empezó como parte del ocio con sus amigos. Un día fueron al bingo a «echar una risas con un par de cartones». Iban después de las cenas, pero lo que comenzó «de un modo esporádico» se convirtió en un problema el día que empezó a ir él solo: «A principios de 2018 iba casi todos los días y gastaba mucho dinero, porque el juego también me llevó a consumir cocaína: gastaba para consumir y gastaba para jugar, estaba relacionado». Apostaba a todo, dice Christian, y además las 24 horas al día porque a las once de la mañana estaba pendiente de una apuesta, por ejemplo, en Canadá, por el cambio horario. «Y así con cualquier evento deportivo, así a cualquier hora».
Fran, 29 años | Jugador en tratamiento
Él sólo supo parar cuando le asfixiaron las deudas: «Soy mileurista, así que pedía un crédito de 500 euros y al mes siguiente tenía que pagar mil euros. ¡Es tan fácil! Puedes pedir en un día 6.000 euros, gastarlos, y buscar al día siguiente más sitios para seguir pidiendo dinero. Te sangran más los préstamos que el juego», aclara, y Jaime añade un dato que corrobora su argumento: «Si los préstamos y los intereses pongamos que eran de 45.000 euros, al juego había destinado 15.000», dice para alertar dónde está el otro pastel de este negocio. «Se te acumulan muchos créditos, si te retrasas en pagar te suman otros cien, y lo tienes en la mente constantemente, y no sabes por dónde salir», dice Christian.
La salida para él y los demás, al final, es una entrada, la de Proyecto Hombre: «Afronté el problema gracias a mi familia. Al principio era reacio por que no sabía a quién me iba a encontrar y no te ves como los que vienen aquí, gente con problemas de drogadicciones con los que tú jamás te verías identificado», dice, «pero cuando vienes y te encuentras gente joven, con trabajo, pareja y una vida normal que hemos caído en el mismo problema, te das cuenta de que todo es fruto del desconocimiento». Y añade: «Venir a Proyecto Hombre es lo que me está salvando».
Este mes cumple siete meses en tratamiento. Fran, en cambio, lleva ya un año. Él se enganchó por el fútbol, «me gustaba mucho», dice. Al principio jugaba a la Quiniela. Luego abrieron las casas de apuestas «y en la que yo jugaba había ruleta». Y ahí empezó su perdición, en esa rueda: «La primera vez que lo probé metí 25 euros, gané 300 y me dije, esto es lo mío», dice. «En la misma casa jugaba a la ruleta y hacía apuestas deportivas». Entonces Jaime añade nuevamente más datos: «En esta calle de aquí abajo, cada 50 metros, hay una casa de apuestas», luego mueve el brazo en la otra dirección: «En esta recta, hay tres», y así cifra la paradójica cercanía de estos centros con un lugar para curar la adicción. «Pero es que vas a institutos y están rodeados de casas. Coges el móvil y te saltan anuncios de famosos diciéndote que juegues. Kirolbet tenía en Cantabria 11 locales y este año ya suma 24». «Ahora me dedico a bloquear correos electrónicos y anuncios que me saltan sin parar en el ordenador y en el teléfono», dice Jaime. ¿Y cómo parar todo lo demás?
Fran reconoce haber mentido «mucho» a su pareja, a sus padres. Siempre intentó ocultar la cuenta, y por suerte, dice, el trabajo nunca le ha faltado: «Llevo once años y no he faltado ni un solo día, pero tampoco tenía nada ahorrado en este tiempo». Ahora puede irse de vacaciones una semana con su novia, ella le salvó al pillarle el extracto de la cuenta. «Si no fuera por ella...». A la vuelta, dice, «con la paga extra terminaré de pagar mi deuda». Y entonces sí, podrá empezar de cero. Como Christian. Como Jaime.
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