Felices 100 años, Magdalena
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Natural de Pámanes y vecina de Santander, Lena celebra un siglo de vida, del que recuerda con especial cariño su etapa en Guinea EcuatorialMagdalena Santiago de la Hoz cumple hoy, 24 de junio, 100 años, edad a la que llega con lucidez, buena salud y bastante autonomía e independencia, como ya lo hizo su madre, que sumó 104 años, y su tía, que también superó el siglo de ... vida. Nacida en Pámanes, en el municipio de Liérganes, en 1923, Lena (como la llaman sus amigos) vivió cerca de dos décadas en Guinea Ecuatorial cuando era colonia española. Una vida «azarosa» -como ella define- y llena de aventuras, a la que se adaptó «con valentía y optimismo».
El continente africano no era el destino habitual para una maestra de Entrambasaguas. Fue el amor a su marido, Gustavo Pino, lo que le llevó a adentrase en aquel desconocido destino, donde el matrimonio fundó un aserradero de madera, ubicado al borde del río Muni, en un punto conocido como El Mango.
No había cumplido los 7 años cuando su padre, Zoilo, falleció con solo 30 años. Un duro golpe en su niñez cuyo recuerdo todavía hoy ensombrece la amplia sonrisa de Lena al recordar aquella fatalidad: «Falleció de un ataque al corazón de camino a casa después de trabajar en la cantera».
Su madre, Josefa, y su hermana mayor, Emilia, se fueron a vivir con su abuelo paterno, que también vivía en Pámanes, y al que describe como «muy estricto».
«¿Qué cuando conocí a mi marido, aquel guapo-rubio-rizoso? No lo recuerdo. Creo que siendo bebés ya nos conocíamos por nuestras familias. Crecimos juntos como amigos». Una amistad que pasó a convertirse en algo más especial tras celebrar una magosta. En 1950 Gustavo emprende viaje a Guinea para trabajar, reclamado por un primo que tenía fincas en el país.
La tierra de por medio no hizo sino acercar más a la pareja y, tras dos años de cartas, le llegaría una declaración de amor con petición de mano, también por correo. «Me pidió casarme a distancia con un representante de él, pero yo le dije que ni hablar. Así que regresó al pueblo y nos casamos». Desde entonces fueron uña y carne. «Fueron una pareja única; terriblemente unida», añade su sobrina.
En aquel entonces viajar al país centroafricano era una odisea: la travesía en barco podía alargarse un mes. Lena recuerda en concreto una embarcación a la que llamaban 'Pepe el tumbao' que «estaba llena de peligro por lo escorado que navegaba». «Llegué a África y cuando vi aquellas casa donde viviríamos provisionalmente, con paredes hechas de hoja de palmera, fue un gran choque. Los bichos campaban a sus anchas y teníamos que dormir dentro de mosquiteros bien cerrados. Para comer, en la despensa había unos pocos ajos, un huevo y plátanos; estos últimos abundaban, al igual que las legumbres. Con eso nos teníamos que arreglar. La pesca también era abundante».
Los inicios fueron duros, pero pronto se mudaron a la casa que estaba construyendo su marido, que ya era más consistente. Lena tuvo una gran iniciativa cuando pidió a sus familiares de Cantabria que les enviaran por carta semillas. «Yo veía que había buena tierra en Guinea, aunque no había huertas ni vi una sola verdura. Nada de nada».
Paso a paso, fue organizando una buena huerta, y más tarde, un gallinero. «Las semillas que me enviaban tenían que pesar poco para que llegaran por carta. Primero probé lechugas, pero no se daban bien. Lo que sí crecieron hermosos fueron los pimientos, berenjenas, tomates, judías verdes, rabanitos...».
Su calidad de vida fue mejorando y también su adaptación. Lena se movía por el río, a orillas de su casa, en un cayuco que manejaba con destreza, ataviada con el típico sombrero de exploradora. «El río era nuestra carretera. Con los años me lo llegué a aprender como la palma de mi mano y no había veterano local que pudiera enseñarme nada de aquel río», presume la centenaria cumpleañera.
El negocio de la madera funcionó bien. «Mi marido vio en esta materia prima un porvenir y acertó, aunque costó unos años. No fue fácil arrancar la empresa. Cuando logramos juntar los ahorros suficientes, regresamos a Puente Arce y pusimos una gasolinera».
Dejaron el continente africano «con pena», pero la tierra y la familia también eran importantes. Su casa de la calle Vargas, en Santander, está llena de esculturas de ébano, cuadros de las aldeas y el río Muni de Guinea, que le permiten tener muy presentes aquellos recuerdos. Gustavo falleció en 2012. «Vivimos 68 años de matrimonio en los que no reñimos nunca», resalta con orgullo.
Magdalena ha gozado siempre de «una memoria privilegiada», destacan sus familiares. Todavía hoy la conserva, lo que le permite contar todas estas anécdotas y muchas más sobre esta juventud inquietante y que tanto ha cambiado con respecto a nuestros días. Su simpatía y sus ganas de compartir le harán disfrutar hoy de la comida de celebración de su centenario.
La misma se celebrará en el Hotel Sardinero rodeada de 70 familiares y amigos que estarán encantados de escuchar más de estos recuerdos y también de conocer el secreto para llegar a tan avanzada edad con tanta salud. «Ser mesurada en la mesa y con el alcohol; llevar una vida activa, practicar gimnasia a diario y dedicarle tiempo a la lectura. Yo diría que esto es lo que a me ha ayudado. Además de los genes familiares, ya que por parte de madre somos longevos», apunta Lena.
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