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Alfredo Casas
Santander
Sábado, 28 de julio 2018, 08:02
Reconozco sin tapujos mi admiración y cariño por Juan José Padilla. Creo a pies juntillas que el suyo es un ejemplo de tesón, superación y sacrificio del que nuestros jóvenes debieran de tomar buena nota. Sucede que las futuras generaciones prefieren fijarse en el espejo ... de ególatras y excéntricos deportistas. Malos tiempos para la denostada tauromaquia. A pesar de los sólidos valores que la han sostenido, a trancas y barrancas, hasta nuestros días. Para valores los que representa este torero jerezano cosido a cornadas, que ahora se despide de la afición con el corazón en la mano. Para muestra de mis palabras, las suyas. Con todos ustedes, Juan José Padilla.
–En noviembre de 2017 anunció que, al finalizar la presente temporada, se retiraría de los ruedos. ¿Por qué tanta prisa para comunicar su decisión?
–Porque lo decidí durante la Feria del Pilar. En Zaragoza llegué al convencimiento de que la presente temporada sería última. Este año cumplo 25 años de alternativa y, por fortuna, he vivido momentos y emociones que, difícilmente, podré superar. Y todo esto después de mi gravísimo percance en Zaragoza en octubre de 2011. Ya no tenía sentido forzar más la máquina. Era el momento de aceptar que toca cerrar una etapa maravillosa de mi vida.
–¿Se arrepiente de su decisión? ¿Seguiría una temporada más?
–No, no, no ¡para nada! Estoy plenamente convencido de que acerté al tomar la decisión. Del mismo modo que, en su día, acerté al reaparecer en Olivenza en marzo de 2012, apenas cinco meses después de la cornada de Zaragoza. En aquel entonces el torero salvaba al hombre. Ambas decisiones me dieron vida, fuerza e ilusión. No ha sido fácil, pero entiendo que retirarse a tiempo es una victoria.
–¿Preparó la temporada de su retirada como una más?
–Mi preparación ha sido idéntica a anteriores campañas. Y de la gestión se han encargado mis apoderados, Diego Robles y Toño Matilla. Gracias a Dios los empresarios han apostado por mí y se han confeccionado carteles de auténtica categoría, acordes a mi integridad. Todo se ha hecho con mucho respeto y cariño.
–¿Sabía lo tantísimo que le quiere la gente?
–¡Pues no! Claro que me he sentido querido y respetado, pero lo que estoy recibiendo este año llega a desbordar. Es tanto el cariño, el respeto y el apoyo que recibo a diario que… –se emociona–. Es que no se lo puede ni imaginar. Mire, sin ir más lejos, el otro día salí con mis hijos a una terraza; en un momento, pasó una cuadrilla de chavales de entre 20 y 30 años que, al verme, se detuvieron y empezaron a tocarme las palmas y a darme la enhorabuena. Fue un minuto tan emotivo. No sabía ni cómo corresponderles. Y no me pidieron ni una foto ni un autógrafo. Pues así a diario. La verdad es que estos detalles me dejan…
–Una semana antes de su paseíllo en Pamplona sufrió un serio percance en Arévalo –un toro le arrancó parte del cuero cabelludo–. ¿En algún momento se planteó no estar presente en la Feria del Toro?
–Nunca. Desde la misma noche del percance se descartó cualquier lesión neurológica y craneal. Después de conocer los resultados de las pruebas me tranquilicé. Entonces tuve la certeza de que estaría en Pamplona.
–¿Alguna noche llegó a soñar una despedida tan apoteósica como la de 'su' Pamplona?
–La verdad es que sí lo soñé, pero no llegué a imaginar la dimensión de lo que, posteriormente, viví en la plaza. Siempre imaginé que Pamplona me demostraría su sensibilidad, ¡pero tanto! Me dieron muchísimo más de lo imaginado. El conjunto de la tarde fue algo descomunal. Se me hizo muy corto, ni me enteré de las dos horas que duró el espectáculo. Fue una despedida gloriosa, un auténtico regalo de la vida.
–¿Qué le dijeron Cayetano y Roca Rey en sus respectivos brindis?
–Sus inmerecidas palabras me transmitieron respeto y admiración. Ambos compañeros me hicieron sentir un tremendo orgullo. Andrés –Roca Rey– me transmitió el respeto que sentía por mi ejemplar trayectoria y me dijo que yo para él era un espejo. Y Cayetano también fue muy cariñoso. Me habló del orgullo que sentía al haber compartido tantos paseíllos conmigo.
–¿Será Roca Rey el próximo ídolo de la afición pamplonesa?
–Las llaves de la puerta grande se las entregué –risas–. Ya le dije: 'A partir de hoy, tú te haces cargo' –carcajadas–. Fuera bromas, Andrés es un fenómeno y conecta con todos los públicos. Con el de Pamplona, con el de Santander, ¡con todos! Es un torero de mucha entrega y verdad, que torea francamente bien. Con su juventud y capacidad no va a haber plaza ni público que se le resista. Sin duda, Pamplona será uno de sus feudos.
–Llega Santander, otro bastión 'padillista'.
–Así es. Para mí Cuatro Caminos es una plaza talismán. Desde mi debut en 1999 siento una comunión especial con su público y mucha pasión. Y no sólo en el ruedo. He disfrutado mucho de la ciudad y de la categoría de sus paisanos. Con tu permiso, me gustaría destacar a la familia Renedo: Juan, Loli y sus hijas son unos fenómenos. Con todos ellos tengo un contacto permanente. La suya es una familia generosa, de gran calidad humana, ejemplar. Siento el Palacio del Mar como mi propia casa. En realidad, es la de todos los toreros. Vestirme en el Palacio es una tradición.
–¿Imagina su vida sin trajes de luces, paseíllos y el aplauso del público?
–Desde mi percance en Zaragoza, no pienso en el futuro a largo plazo. Dejándolo todo en manos de Dios, soy un hombre de fe, prefiero pensar, y marcarme retos, a corto plazo. Mejor, aquí y ahora. Evidentemente, el traje quedará colgado en una percha, pero seguiré vinculado, de uno u otro modo, a mi profesión y al toreo.
–No pretendía hablar de su percance en Zaragoza, pero usted se ha referido a él en varias ocasiones. Visto y analizado desde la distancia, ¿quizás Dios aquel día le abrió una puerta?
–Aquel día parecía que todo se acababa. Todo el mundo entendía que Padilla, que el 'Ciclón de Jerez', se acababa por siempre en aquel preciso instante de la cornada en el ojo. Sin embargo, superado el primer trago, tuve unos días de reflexión y, después de mirarme al espejo, decidí que el verdadero valor era afrontar la vida y volverme a vestir de torero. No sabía si para una, para diez o para veinte corridas, pero debía de ponerme nuevamente en funcionamiento. Puesto manos a la obra, el ambiente en mi casa se normalizó. Que el sufrimiento es parte de la gloria es algo que ha quedado plenamente demostrado, pero es cierto que Dios quiso regalarme una segunda oportunidad
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