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Muchos de los turistas que leen la programación de las fiestas de Santander se preguntan qué es un tiovivo ecológico. Así, de entrada, cumple con las características de uno común. Con sus columpios, la música y los colores infantiles. La diferencia es que la rotación ... de este, el movimiento, depende de lo fuerte que pedalea su dueño.
Manuel Sañudo Abascal tiene 64 años y lleva trece en la programación de la Semana Grande con su atracción. Aunque reconoce que ya le va tocando jubilarse, también dice que lo hace por «amor al arte». Utiliza una bicicleta como motor. Pedalea en ella para que una rueda más gruesa mueva el engranaje central y, así, circule. La mayor parte es de madera y el techo está cubierto por una lona de colores. El diseño es cosa suya y la producción tiene historia.
En sus inicios, todos los columpios estaban hechos de gomas de rueda y tenían forma de caballo. Hasta que un día, conduciendo por las carreteras cántabras, se fijó en el porche de una casa en la que colgaba un columpio de madera. Se acercó y preguntó por él. Resultó que el señor de la casa lo construyó para su nieto y, tras presentarle un par de diseños propios, aceptó hacer los que a día de hoy forman parte del tiovivo de Manuel. Algunos son azules, otros amarillos, unos cortos y otros largos. Y, según la edad de los niños que montan, los cambia o los mueve. Cuando solo hay niños pequeños, deja los de colores porque son «más estables» y para los más grandes -con un máximo de edad hasta los 9 años- utiliza los antiguos de goma, que son más grandes y tienen mayor soporte.
Se encuentra en la calle Juan de Herrera y, al ser verano, la calle está lo suficientemente transitada para que la gente admire o monte en la atracción. Son muchos los niños que suben y, si a primera hora hay pocos en la cola, solo falta que uno quiera para que el resto también lo haga. «Ya sabes, los niños son 'un culo veo, culo quiero'», comenta una de las madres. Hay quienes viven cerca y aprovechan la vuelta a casa para pasar por ahí. «Mi hija siempre quiere montar, es costumbre hacerlo todos los años», indica otro de los padres.
Cada viaje dura tres minutos y lo cuenta con un reloj de arena al que le da la vuelta dos veces. Admite que «si no hay niños esperando y hay uno que se lo está pasando exageradamente bien», le da otra vuelta más al reloj. «Me dicen que siga pedaleando mil veces y cuando eso pasa, es difícil decir que no», añade. Casi siempre es Manuel quien pedalea, pero también hay momentos en los que cede su asiento a algún padre emocionado. «Me preguntan si ellos también pueden y yo les dejo. Es más, hay veces que se han formado colas de padres que querían pedalear».
También es una atracción turística porque «la mayoría de los niños vienen acompañados de sus abuelos y son los que más valoran la infraestructura, lo ven de su época», explica. Y es que los caminantes de fuera de la región también se detienen para sacarle fotos. «Deberíamos volver a estas cosas, que no gastan y son preciosos». De hecho, el propio dueño lo define como «fuera de lo normal» porque no tiene comparación con el resto de atracciones. «No te subes y bajas y ya está, porque la música la elijo yo y también les pongo sombreros, les choco la mano cuando pasan y les hago reír».
El tiovivo estará disponible hasta el fin de la Semana Grande, el 28 de julio. El horario es de once de la mañana en adelante, aunque es orientativo. Los días de mucho sol es posible que abra más tarde porque «la gente suele estar en la playa».
Entre sus anécdotas favoritas, Manuel recuerda que algunos han crecido con el tiovivo: «Hay críos que han venido desde los nueve meses y es una pasada porque, aunque no tenga hijos, disfruto estando con ellos».
Eso sí, reconoce que la cosa no da mucho dinero. En la profesión, «podría ganarlo, pero no lo hago», comenta. Y se explica. Asegura que Cantabria ha sido una de las comunidades autónomas con más tiovivos y que, para ganar algo más, «tendría que ir a Segovia, que allí no queda ninguno». «De todos modos -aclara Sañudo-, no me dedico a esto por el dinero. Gano para vivir porque es más bien una afición que otra cosa». El viaje cuesta 2 euros y dos seguidos sale por 3. Pero, más allá de precios, dice Manuel, «esto ya se ha convertido en parte de la ciudad».
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