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Hay días en que uno teclea con un nudo en la garganta. Días en los que la razón pelea con la emoción, porque sabe que una parte de él y de su juventud se ha ido al desolladero. Para varias generaciones, el olor a puro ... del tendido y el aroma a churros de Rivero al salir de la plaza iban asociados a Enrique Ponce, que ayer se despidió de Cuatro Caminos, y a Morante de la Puebla, al que hay que tratar como si cada vez fuera la última. Sin embargo, Dios aprieta, pero no ahoga. Y siempre mira con el rabillo del ojo a la ribera del Guadalquivir. Allí donde el tiempo se para y donde un personaje casi decimonónico encaja la mandíbula, clava los talones y con un empaque que sólo da el de arriba se pasa los toros por la faja. Es sólo cuando quiere, o cuando puede, pero cuando se combinan los astros uno piensa que sí, que todo merece la pena.
Como el toreo es emoción (no hay día sin frase tópica), ayer los ojos del que escribe pasaron por encima aquello de la verdad y la mentira, y la anovillada, chica y escasa de trapío y celo corrida enviada por Domingo Hernández pasó a un segundo plano. Porque lo de verdad, esta vez, era lo emocional, el adiós y el reencuentro, poncismo y morantismo en una conjunción de éxito. Ponce tuvo tifo, ovación, tonadas populares para él ('Santander La Marinera' y 'La Fuente de Cacho') y el cariño en su adiós de una plaza que no siempre le entendió pero que, como todas, acabó rendida. Torero de época, el primero de la tarde le permitió una faena desapegada en la que, a base de tesón y tiempo, logró una oreja cariñosa. Dos apéndices se llevó del que hizo cuarto, tan indigno de la plaza como sus hermanos (perdón, ayer era la mirada amable), que se movió bajo los sones de 'La Misión' sin tener nada que ver con aquel Bendecidito de Miranda y Moreno de 2016. Enrique agradeció el cariño del coso con un traste largo, trabajado, de los suyos, en el que no faltaron las poncinas y esos lances de desmayo con el cuerpo entregado.
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Con permiso del de Chiva, la tarde fue para Morante. No fue la continuidad sino la estética, no hicieron falta alardes, pero sobró valor. Las verónicas de apertura dejaron claro que venía para volver, no para aliviarse, y un quite por chicuelinas confirmó que las 8.000 almas presentes eran unas privilegiadas. Dos remates por abajo y una serie tan ajustada como torera por el derecho fueron el culmen de una primera faena, premiada con una oreja pese al bajonazo, que dio pasó a un quinto animal que fue de esos que el sevillano manda al desolladero sin ver. Pero, esta vez, la cabeza quería y con un arranque por alto a los sones de 'Suspiros de España' la faena paró los relojes (que no falten los tópicos), en una serie de naturales, de uno en uno, en los que toda la tauromaquia pasada, presente y futura quedó expuesta.
La ficha
Ganadería Se lidiaron seis toros de Domingo Hernández, pobres de presentación en general, varios con hechuras de novillos y sin el trapío necesario en una plaza como Santander. Tercero y sexto se movieron con tranco y transmisión, mientras que el resto nunca se entregó y manseó en líneas generales. Indigna para Santander.
Enrique Ponce Estocada y aviso (oreja) y estocada fulminante (dos orejas).
Morante de la Puebla Estocada caída (oreja) y media caída casi recibiendo (oreja).
Fernando Adrián Estocada tendida fulminante (dos orejas) y pinchazo y estocada (oreja).
Incidencias Plaza de toros de Cuatro Caminos, con tres cuartos de entrada en tarde soleada, calusosa y ventosa. Presidió el festejo Juan Calahorra y se desmonteraron tras parear el quinto Joao Ferreira y Alberto Zayas.
Con la virtud de la quietud en el piso y el defecto del vaciado de la embestida, que le dejaba mal colocado, Fernando Adrián demostró en su primero que venía a comerse Santander y a recuperar esa racha que le ha hecho salir a hombros en más de veinte ocasiones consecutivas. El toro, tan chico como sus hermanos, arreó en banderillas y en la muleta tuvo un pitón izquierdo largo y con transmisión. El trasteo enloqueció a la grada con una serie en redondo con varios cambios de mano, lo que unido a una estocada tendida y fulminante derivó en dos orejas.
Invitado de honor en la fiesta de los veteranos, Adrián acabó por llevarse la tarde, la plaza y el honor de la bravura. Sobre todo cuando el sexto le arrolló en el galleó para llevarle al caballo y el diestro, sin apenas mirarse, pidió el cambio de tercio y puso las rodillas en tierra para citar por la espalda. Valor, valentía y corazón (esta vez no hay tópico, que es un taco) que retumbaron en todo el barrio de Cuatro Caminos con unas bernardinas ajustadas con recorte incluido. Era el invitado, pero tomó la palabra para decir bien alto que quiere ser figura del toreo. Va camino de ello, desde luego.
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