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Laura Fonquernie
Santander
Jueves, 25 de julio 2019, 19:35
. «¿No vamos a tocar una para animar?», preguntaba una de las gaiteras. Sí lo hicieron. Mientras entonaban esos primeros acordes, los más rezagados fueron llegando. «Buenos días por la mañana», bromeaba una mujer de la Asociación del Traje Regional Cántabro de Torrelavega a una ... de sus compañeras. Poco a poco, cada uno se fue colocando en su sitio, en varias filas. Preparados para empezar la procesión. Los saludos se mezclaban con el humo y el olor a brasa que inundaba la calle. «Son las ollas ferroviarias», le explicaba a un hombre uno de los chicos mientras trataba de avivar el fuego. Ya estaba todo preparado para la procesión de Santiago. Desde la calle Peña Herbosa, sede del Centro Gallego en Santander, hasta la Iglesia de Santa Lucía.
«Que se te vea bien en la foto», le decían a la joven que ocupaba la primera fila. Iba con el pelo recogido en un moño y el traje tradicional gallego. Camisa blanca, chaleco negro y una falda larga roja con dos rayas negras bordadas abajo. A juego con los zapatos y las medias blancas. Sujetaba con firmeza el estandarte de la bandera gallega y no podía evitar sonreír ante la expectación de la gente que se acercaba con curiosidad y sacaba el móvil para inmortalizar el momento.
«Sale Santiago», exclamaba un señor. Su figura, que la cargaban al hombro cuatro personas, iba escoltada por dos grupos. El primero, el de la Asociación del Traje Regional Cántabro de Torrelavega. Todos, con la vestimenta tradicional. «Estos son de romería, pero hay mucha variedad». Y el segundo, un poco más atrás, el grupo folclórico de Airiños Da Terra. «¿Estamos todos? Pues venga, vamos».
La primera nota la dieron las gaitas gallegas. Enseguida ese sonido se fundió con el de los tambores y panderetas. La música que creaban todos esos instrumentos juntos trasladaba directamente a Galicia. Esas notas tan características. «No hemos ido nunca a Galicia, pero estamos aquí y es como si hubiéramos ido», le comentaba una señora a su pareja. Justo eso. Un pedazo de Galicia en las calles de Santander.
La procesión no dejaba indiferente a nadie. Eran algo más de las once y cuarto de la mañana. Decenas de personas llenaban las aceras y acompañaban la figura del patrón. Los pocos que a esa hora estaban en las terrazas levantaban la cabeza para ver qué era aquella música. A las puertas de los bares se asomaban los que tomaban el café dentro. La música inundaba la calle. Cuando paraban para coger aire, solo se escuchaba la voz de una niña que pedía «otra, otra». Y volvían a empezar.
Sobre las doce, la procesión llegó a su destino, la Iglesia de Santa Lucía, donde se celebró una misa. Estaba abarrotada. Y a la salida continuó la celebración. La música y el baile se reunieron en la plaza de Cañadío. Una señora hacía gestos con el brazo para animar a la gente que se acercaba curiosa a cantar. El grupo de Airiños da Terra trasladó el ritmo a unos metros de allí, a Pombo. Subidos al templete hicieron que volvieran a sonar las gaitas y las panderetas. «Vamos a verlo». Conversación entre amigas mientras trataban de copiar los bailes típicos. Tocaron acordes y bailaron hasta las dos de la tarde bajo la atenta mirada de todos los que tomaban algo en las casetas de las fiestas.
Cuando la música cesó, todos los participantes volvieron juntos hasta el Centro Gallego. Allí cerca, las peñas seguían guisando las ollas ferroviarias.
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