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La tecnología dejó este viernes colgado a medio mundo. A los que esperaban un avión, a los que tenían que entrar con su camión a una fábrica, a los que reservaban viajes en una agencia. Un día de locos con los teléfonos de los informáticos echando humo. «¿Ya se puede entrar en el programa? ¿Ya conecta? ¿Sigue caído?». En este mundo de teclas y pantallas, de prisas y nervios –más de uno se pasó el día tirándose de los pelos–, lo clásico no falla. Una mecha, una chispa y un cohete. Eso, y ganas de divertirse. Hasta euforia. Nada de eso falló en la Plaza del Ayuntamiento. El chupinazo cumplió y los santanderinos –y los que lo son por unos días–, también. Un estruendo salvaje. Sí, el chupinazo también fue como una potra salvaje que en el oleaje no pierde el sentido. Aquí también. Tres, dos, uno... Bienvenidos a la Semana Grande. Tanto que es la única que dura diez días.
La sensación desde el balcón es que cada vez hay más gente. No es que la plaza se llene, es que hay riadas humanas por Juan de Herrera, por Isabel II, por San Francisco... Miles de personas que desparraman euforia y ganas de pasarlo bien. Más gente y más peñas. Hasta 21 estuvieron representadas en el Ayuntamiento para el chupinazo. Su papel es básico y su importancia –como la del propio chupinazo– se ha disparado en los últimos años. Dan color, dan alegría, dan vida. Ellas protagonizan el pasacalles previo por el centro de la ciudad. No estuvieron solas. Caminaron junto a los personajes del Circo Quimera, las 'majorettes' de Reinosa, las gaitas del Centro Gallego y hasta por un grupo de Seat 600 y una vieja ambulancia de la Cruz Roja con más años que la propia cruz. Una reliquia.
Porque la tarde del chupinazo siempre deja escenas curiosas. Lo mismo se cruza uno con dos agentes de la Policía Nacional a caballo por el muelle que con un gran danés gigante (un perro) con el pañuelo azul al cuello y tan campante entre la multitud. «Logan, es muy tranquilo».
Pero volvamos a las peñas. A la barca llena de globos que llevaban los del Barrio Pesquero, a la playa que montaron sobre el asfalto (con flamencos rosas y todo) los de La Cresta de Ola o a los personajes que van en carromatos con Los Chatos. A las clásicas como La Pera, que no falla nunca, y a las modernas como Los Caracolillos, creada en 2023. Al amarillo de Los Callealteros o los de Alme-jillón, al blanco del Pezón, el babi a cuadros de La Pirula o al azul del Desfiladero. A Los Vividores, Los Hijos de Julio, Los Tentirujos, La Panderetuca... Y así, hasta 21 (los últimos en salir al balcón fueron los de La Traviesa, una peña infantil).
Todos ellos ya hicieron sonar de lo lindo 'La potra salvaje' en el pasacalles. Con megáfono y a gritos. Lo de la Eurocopa se notó. No fue difícil ver camisetas de la Selección. Pero lo mejor fue ver –y escuchar– a cuatro chavalucos jugando subidos al templete de los Jardines de Pereda. Ellos no cantaban la de la potra. Andaban con «Cucu Cucurella se come una paella...». La vida puede ser maravillosa, Salinas.
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Álvaro Machín
El que puso música a todo volumen fue el DJ Álex, encargado este año de la animación en la Plaza del Ayuntamiento. Desde una grúa y a muchos metros del suelo. «Es el animador de las fiestas de las peñas», comentaban. Las únicas que no bailaron en la plaza fueron las Gigantillas. Son pura tradición y allí estaban. Don Pantaleón, La Vieja de Vargas, Doña Tomasa y La Repipiada. Si les hubieran contado hace muchas décadas que iban a salir en cientos de fotos de una cosa llamada Instagram no se lo hubieran creído.
Es lo que toca. Las fiestas son carne de 'selfie', de historia que dura 24 horas y de muro. El centro de Santander se pareció a un concierto de los de ahora. Con todo el mundo con el móvil en la mano. Posando ante las Gigantillas o poniéndose delante de los integrantes del grupo de Coros y Danzas de Santander por Juan de Herrera. Lo clásico y lo moderno. Fue –mérito de esta gente– ver como junto a mozos y mozas con trajes regionales se lanzaban a bailar espontáneos de todas las edades. Lo mismo una jota que un pasodoble. Y, lo mejor, dos o tres niñucas. Muy niñucas. «Venga, da la vuelta», decía una señora con pinta de abuela de una de ellas. Más que nada, por la cara de orgullo. Se le caía la baba –en el buen sentido– a la señora.
Se echaron unos bailes junto al Tiovivo Ecológico, otro que nunca falla. El viaje sale a 2 euros, pero si quieres dos seguidos, te cobra 3 («por niño», que lo deja bien claro en los carteles). El hombre que pedalea para que se mueva el asunto se debió coger anoche una buena sudada. Porque aquí no es lo de la ola de calor en Córdoba, pero hizo –como se dice en Santander– de playa. Sol y temperatura alta. Un tiempazo para el arranque de las fiestas.
Y eso lo notaron en las casetas. Cerveza va y viene. O pinchos. Venga, por ejemplo una «Mini burguer de vaca tudanca con lechuga, queso y patatas chip».
«Solo quiero desearos que tengáis unas fiestas muy felices, llenas de alegría y momentos inolvidables. Y, por supuesto, apelo a vuestra responsabilidad y sentido del respeto para que la alegría, la diversión y la convivencia pacífica sigan siendo las señas de nuestras fiestas», dijo Gema Igual ya cuando quedaba un suspiro para lanzar el cohete. En la Semana Grande cabe todo. También la reivindicación. Y en la plaza, poco antes de la hora del chupinazo, un grupo desplegó una gran bandera de Palestina entre la multitud.
La alcaldesa fue dando paso al representante de cada peña. Iban entrando y saliendo al balcón. Y cada uno soltaba una frase. Todas empezaban igual. «La Semana Grande es...». Que si «la más grande del norte», que si «descontrolada», que si «solidaria» (sí, también dijeron lo de salvaje y se puso a cantar todo el mundo el estribillo).
Así hasta que llegó el momento de encender la mecha del cohete preparado por la gente de Pirotecnia Emilio Díaz, de Quijas (un secreto: siempre tienen preparado otro cohete, por si acaso). Al estruendo inicial le siguió una traca prolongada y el cielo sobre la plaza se encapotó con humo y nubes de pequeñas tiras blancas y azules. Sonó más fuerte que nunca. La verdad es que la vista desde el balcón –El Diario Montañés ofreció todo en directo a través de su web– resulta espectacular y la alegría, contagiosa.
Durante varios minutos fue todavía difícil poder hablar y, sobre todo, escuchar otra cosa que no fuesen gritos y estruendo. Los representantes de las peñas se 'apoderaron' definitivamente del balcón y bailaron a la vista de los miles que estaban más abajo.
Como si descorcharan una botella de champán. Esa es la sensación. Que el chupinazo desparrama una alegría y una mecha para los próximos diez días que ya se notó desde la primera noche. Para alguno prometía ser larga. Cantando la 'Potra Salvaje' cada vez que la pincharan.
Sí, muy bien. Es la que toca y es pegadiza. Pero cuando por la megafonía se escuchó 'Santander, la marinera', la gente también se vino arriba. Ya saben, Santander «es la que más quiero yo...». ¡Feliz Semana Grande!
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