Histórica botica que visitó Azorín
BOTICA DEL PUENTE / 216 AÑOS ·
Evocada por Azorín un siglo más tarde de que se fundara, es pura historia santanderina, con su nombre asociado al puente de Vargas que cruzaba la vieja calle de la RiberaSecciones
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BOTICA DEL PUENTE / 216 AÑOS ·
Evocada por Azorín un siglo más tarde de que se fundara, es pura historia santanderina, con su nombre asociado al puente de Vargas que cruzaba la vieja calle de la RiberaActualmente es la farmacia más antigua de Santander, en el Paseo de Pereda, 4. Su historia está íntimamente ligada a la ciudad: tiene orígenes franceses y cubanos (propios del comercio de otros tiempos) y documenta diferentes vicisitudes vinculadas a la historia local, donde no faltan ... ni cambios de emplazamientos ni las consecuencias directas de la quema de 1941. Son cuatro generaciones de boticarios de la familia Navedo los que han mantenido vivo el negocio, sujeto quizá más que ningún otro a los cambios en los usos y las costumbres. Al primero de los Navedo, Cándido, le sucedió su hijo Antonio Navedo Basterrechea (licenciado en 1930), a este su hijo Antonio Navedo Camazón (licenciado en 1970) y a este su hijo Antonio Navedo Álvarez (titulado en 1998), actual propietario de la Botica junto con su esposa, Paula Alonso del Olmo (farmacéutica desde 2001). Los Navedo, de origen montañés, habían hecho cierta fortuna en Pinar del Río (Cuba) en la primera mitad del siglo XIX.
En su delicioso librito 'Cantabria en la literatura', Cantalapiedra recoge un texto de Azorín procedente de 'Los pueblos' (1905) en el que este, tras una visita a la ciudad, describe la calle del Puente: «A la derecha, frente a vosotros, hay una farmacia. No pone Farmacia el rótulo áureo de su dintel; esto quizás desentonaría un poco. Las letras rezan castizamente: Botica. Y dentro veis que todo está limpio, simétrico, que el piso es de azulejos diminutos, y que los botes son blancos, con sencillos dibujos pintorescos». La soledad del establecimiento a esa hora temprana de la mañana le evoca al escritor «sensaciones de niño: figuras de señores ya muertos, que habéis visto en otras boticas; cosas que habéis oído leer allí, en voz alta, en periódicos; discusiones sobre temas que entonces no comprendíais, horas plácidas, sedantes, pasadas en la trastienda sombría, húmeda, mientras en el morterico de mármol va majando un mancebo y remezclando mixturas que esparcen por el aire aromas extraños...».
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Es curioso porque Fermín Sánchez, en su impagable y reeditable 'Medio siglo comercial de Santander' (1961) también recupera detalles íntimos y tertulias de su infancia y dice que en la Botica del Puente la que se organizaba no era de carácter político, sino cinegética, «por las aficiones de su propietario», que entonces era don Cándido Navedo Dueñas, que había adquirido la botica en 1850 a los Riva-Herrán, que a su vez la recibieron de una familia francesa a la que hemos de tener por fundadores de la misma, nada menos que en el lejano año de 1806.
Se situó la botica durante nada menos que ciento treinta años en el número 10 de la calle del Puente, junto al antiguo puente, que en su lejano origen salvaba la ría de Becedo, que unía la Catedral con la iglesia de la Compañía de Jesús (iglesia de la Anunciación), cerca de otros comercios como la confitería Varona o los ultramarinos El Manco. El puente que aparece en tantas fotos antiguas de la ciudad, levantado en recuerdo de la entonces reciente batalla de Vargas (1833), era de piedra, diseñado por Antonio de Zabaleta. En 1936 el alcalde Castillo ordenó derribarlo para construir una avenida sobre La Ribera, calle muy antigua, que debía su nombre a su inmediatez con la dársena; atravesada por tranvías de mulas y luego eléctricos, durante décadas fue centro del tráfago portuario, con numerosas corredurías, escritorios y almacenes, muy cerca de la población de pescadores que se avecindaba por la catedral.
Durante la Segunda República (conviene precisar, porque la botica existió también durante la Primera) la botica fue requisada por los trabajadores y el propietario acabó encarcelado durante un año, al negarse a entregar las llaves. Con la población sumida en los desastres de la posguerra, en 1941 sucedió el gran incendio que devoró la botica y, como es bien conocido, decenas de negocios y edificios próximos. Durante unos años la antigua Botica del Puente se ubicó primero en un barracón de la plaza de José Antonio y luego en los bajos del actual edificio del Banco de Santander, hasta que en 1952 se trasladó a su ubicación actual, en el Paseo de Pereda, 4.
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Entrar en ella es, además de garantía de calidad en el servicio, revivir tiempos de antaño, con elementos señeros como las llamativas estanterías de castaño (realizadas por el carpintero Nicolás Gómez), las lámparas y, sobre todo, la magnífica colección de botellas, tarros, envases, libros de registro y otros artilugios propios de la actividad boticaria que nos hablan de la propia historia del negocio y que son un pequeño museo a preservar, valioso patrimonio de lo cotidiano para una ciudad que no suele apreciar su pasado. En los libros registro de los productos expendidos (que, por cierto, hoy en día se siguen obligatoriamente anotando) figuran facultativos como Aldama, Arce, Matorras, Quintana, Ruigómez y Santiuste; se consignan productos como aceite de ricino, alcohol alcanforado, alcohol etéreo, alcohol de romero, aspirina, cajas de ampollas, jarabe de brea, jarabe de limón, sal de Vichy, tintura de eucaliptus...; y se deja constancia de la preparación y expedición de cantidades exactas de ácido bórico, ácido salicílico, arseniato sódico, benzoato de sosa, citrato sódico, cloruro de calcio, cloruro de cocaína, fosfato de codeína, nitrato de pilocarpina, óxido de zinc, yoduro de sodio... En 1896 Cándido Navedo había obtenido el certificado de propiedad de un producto farmacéutico, el peptógeno.
Las farmacias siguen siendo establecimientos de rara mixtura entre lo público (con los convenios sanitarios) y lo privado (con la expedición de productos muy variados) y prestan un servicio extraordinario a la ciudadanía. Pero el actual propietario, Antonio Navedo, se lamenta de un problema que no suele ocupar portadas: el envejecimiento de la sociedad. Se aprecia, por ejemplo, en el espacio cada vez más reducido que reservan para los productos de niños, mucho menor que hace años... Escasean ya los medicamentos en supositorio, que antes eran tan usuales. Tampoco se despachan ya productos veterinarios (por ejemplo sueros y vacunas), al hacerse cargo de su venta los propios profesionales de la albeitería. Otro problema es el del mantenimiento de negocios históricos en el centro de la ciudad: a las dificultades de los alquileres (fórmula habitual, aunque hay que decir que los Navedo son desde hace poco propietarios del local) hay que sumar los problemas burocráticos añadidos a la restauración de cualquier inmueble. Verbigracia: a pocos pasos de la puerta de salida de la Botica está el antiguo hotel Ignacia, ejemplo de un abandono del que no son responsables sus actuales propietarios, sino quienes inexplicablemente llenan de trabas burocráticas la gestión de prósperos negocios para una ciudad cuyos comercios históricos, por lo general, o han desaparecido o languidecen.
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