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Tres mujeres pasean por la playa por delante del edificio de La Horadada, vallado en su perímetro. Foto: Roberto Ruiz / Vídeo: Pablo Bermúdez

La Horadada y otros horrores

Los Peligros y La Magdalena ·

El edificio es un emblema del abandono, pero no el único que hay en esta postal de playa

Álvaro Machín

Santander

Lunes, 14 de febrero 2022, 10:31

A las afueras de Monopoli, en la provincia de Bari (Italia), hay una playa de aguas cristalinas conocida como Porto Ghiacciolo. El reclamo para los turistas es que está a los pies de un llamativo edificio, la abadía de Santo Stefano. Aquí, en Santander, también hay una playa que posa para los fotos junto a una construcción. El problema es que La Horadada -desde hace años, pero ahora más- recuerda más a los bloques esqueléticos que dejó la guerra en Mostar (Bosnia) que a las postales de la costa en el tacón de la bota de Italia. Con las labores de derribo interrumpidas y el debate avivado sobre su futuro, el edificio ha dado un paso más en su estampa vergonzosa. Y, sabiendo que su destino depende de trámites y burocracia, tiene pinta de que seguirá así un tiempo. Pero en esa labor de dejar claro el abandono, La Horadada no está sola. El paseo -precioso- por La Magdalena y Los Peligros es un homenaje al deterioro.

El derribo, que ya estaba en marcha, quedó paralizado al detectar que el edificio está incluido dentro del Plan Especial de Protección del Conjunto Histórico-Artístico de El Sardinero. Así que el cartel de la obra que sigue en pie según se baja por las escaleras de Reina Victoria es papel mojado. Pone que la inversión prevista era de 298.573,81 euros y que el plazo de ejecución, de tres meses. Pero esa información vale ahora lo mismo que los cables que cuelgan de las fachadas. La Horadada está rodeada por una valla sostenida con estacas de madera, con puertas y ventanas tapiadas en la parte baja.

La primera vista -si se viene de las escaleras- es un esquinazo de la cornisa que parece haber recibido un morterazo. En ese mismo lado (la trasera), hay una empalizada de maderos para que no se pueda subir por las antiguas escaleras. Agujeros en las paredes, pintadas, desconchones... La planta superior, ya vista de frente, está al aire y sobresalen a la vista unas columnas y paredes en las que aún pueden verse restos de lo que fue pintura azul. Hay huecos en los techos tapados con cartones y maderos, y marcos de entradas oxidados.

Resulta curioso mirar desde el mar el edificio y ver, justo detrás, los palacetes de Reina Victoria. O fijarse y observar que en un esquinazo queda una webcam (es de suponer sin uso). O buscar en el traductor de Google el significado del mensaje de una pegatina que alguien ha colocado en una de las fachadas. Traducido del holandés, algo así como: «derribar esos muros a tu alrededor» (es por una canción).

El caso es que en toda la playa sobresalen las tareas pendientes. Empezando, en un lado, por un espigón en principio sentenciado para su retirada y, en el otro, por las vallas que pusieron y ahí siguen tras quitar los materiales de obra en el dique que no llegó a empezarse. Retiraron todo, pero una porción del paseo (la última), sigue cerrada al paso (vegetación abandonada, una fuente llena de óxido, dos bancos de madera que están desconchados...).

Ya en la playa, el antiguo paseo peatonal o en bicicleta por la pasarela de tablones de madera es imposible. Antes reponían los tramos afectados por los temporales. Ahora no tiene sentido. Con tan poca arena, la playa queda a diario partida en dos con la marea alta. Así que el camino se corta sin remedio. Y ahí, justo donde termina la pasarela, está el otro gran 'punto negro' de la zona, más allá de La Horadada (que está bien cerca).

Hace hasta honor al nombre de la playa. Los Peligros. Porque no parece muy seguro que, para poder seguir avanzando, los paseantes tengan que esquilarse por las piedras que quedaron tras venirse abajo la rampa que permitía el acceso a la playa. Lleva meses así. Con una losa enorme y pesada caída sobre la arena y con otra parte, la que no se ha caído, que está suspendida en el aire -ya no tiene arena por debajo- y que cualquiera que pasa piensa que acabará cayendo también. De hecho, si se viene de Reina Victoria, hay dos vallas destinadas, se supone, a prohibir el paso. Pero están cómodamente tumbadas a un lado.

Allí mismo hay tuberías al aire, un poste sin señal que ya no informa de nada y una puerta que volvió a salir a la luz por la falta de arena (cada vez mayor). Realmente no está la puerta, es el marco. Entero oxidado, como los restos de lo que queda dentro de la estructura a la que da acceso. Para que los turistas que vengan en Semana Santo o en verano (si es que sigue así) se entretengan buscando 'tesoros'. Hay, allí al lado, hasta una papelera que se ha disfrazado para no desentonar con el ambiente general. Llena de pintadas.

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