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Hubo cambio de roles. Los camareros y responsables de algunos restaurantes de El Sardinero dejaron durante un rato la barra para achicar agua de sus establecimientos o limpiar las calles y alcantarillas cercanas de hojas. Esa era la estampa sobre las 14.30 horas. Todo ... a la par que los bomberos hacían lo propio en la Plaza de Italia. «Estamos indignados», resumía con contundencia Fernando Burgués, dueño del bar Caribe, ubicado en la calle Joaquín Costa. Sin disimular su enfado, el hostelero no entendía lo que acababa de ocurrir. «¿Cómo puede pasar esto?», añadía a la par que estiraba el brazo y señalaba al frente. En concreto a la balsa de agua formada a las puertas de su negocio que impedía la entrada. «Mira, mira cómo tengo los zapatos». Su local de La Cañía es el más próximo a la rotonda de la plaza, por ende, el más afectado por las intensas lluvias que cayeron ayer en Santander y que inundaron su cocina. «Ha sido en cuestión de media hora», añadía.
Esa fue también la sorpresa para muchos: ¿Cómo puede inundarse todo en tan poco tiempo? Para el bar Caribe, con 20 centímetros de agua en la cocina, las precipitaciones de ayer supusieron pérdidas que se añaden a la larga lista de gastos que ha dejado la crisis sanitaria. La entrada de agua en el negocio se tradujo en evidentes pérdidas de clientela, pero también de género y motores de máquinas estropeados. «Hay que desconectarlos, esperar a que se sequen y ver si funciona», explicaba uno de los trabajadores. Un proceso que para el negocio supone parar durante un par de días y perder jornadas clave para el sector hostelero y la zona de El Sardinero como la de hoy y la de mañana, sábado.
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A esas alturas del día, el reloj marcaba ya las 15.00 horas, los hosteleros compartían dudas y enfado y los vecinos, sorpresa, porque aún nadie sabía el motivo de la inundación. «Acabo de llegar y he alucinado», reconocía Luis, vecino de la zona, que apenas tardó un segundo en enviar fotos y vídeos a sus amigos y familiares. La situación no era para menos. «Nunca he visto esta zona así», añadía mientras ocupaba una de las mesas de la terraza del bar Costa 43, también afectado por la lluvia. «Ayer por la tarde -por el miércoles- ya nos entró un poco de agua en la cocina», explicaba su responsable, María Ángeles Gonzalves. «Y llevamos una hora sacando agua», comentaba, en su caso más resignada que enfadada porque la inundación llega cuando parecía que levantaban cabeza tras los cierres obligados por el covid. «Parece que no salimos de una para entrar en otra», añadía. La hostelera no iba desacertada al comentar que, a su parecer, un problema añadido a las intensas lluvias que cayeron en cuestión de minutos era la limpieza de las calles. «Está todo lleno de hojas y así el agua no pasa. Es un cúmulo de cosas».
Fernando Burgués | Bar Caribe
María Ángeles Gonzalves | Bar Costa 43
Carmen Sánchez | La Cañía
Valentín Calvo | Quiosquero
En la zona, mientras los bomberos trabajaban para desatascar el agua y la Policía Local organizaba el tráfico, también se preguntaban una y otra vez hasta que punto era un problema derivado del recién estrenado tanque de tormentas, un punto que posteriormente el Ayuntamiento de Santander se encargó de aclarar. Mientras unos fueron testigos de lo que ocurría en la calle, Carmen Sánchez, encargada del restaurante La Cañía, no fue consciente del impacto de la lluvia hasta que salió a la terraza interior del establecimiento, donde también pasaron un rato achicando agua. «Madre mía, mira cómo está todo. Como estaba dentro ni lo había visto», comentaba la hostelera. «Menos mal que ha llovido sólo media hora», añadía Sánchez imaginando el escenario si pasadas las 14.30 horas, aproximadamente, la lluvia no hubiera decidido conceder una tregua.
En una de las mesas de ese mismo restaurante Valentín Calvo aprovechaba para tomar algo. Pero no era un vecino de la zona, sino el quiosquero de la Plaza de Italia, a quien la lluvia le pilló justo cuando salía a hacer el recorrido para vender cupones. ¿Qué ha pasado? «Ha empezado a llover y de pronto se ha inundado», resumía con sorpresa y desconcierto porque, como comentaron otros tantos, «no ha sido para tanto». Al menos esa fue la sensación. En su caso, en el negocio dejó cupones colgados, dinero... «No puedo entrar a recogerlos», expresaba con dudas de cuándo podría pasar a comprobar el alcance de los destrozos.
A algunos clientes los cambiaron de mesas, otros dejaron el café a medias y otros se quedaron encerrados en el local. Ocurrió en el Maremondo según empezó el aguacero: «Tengo a quince clientes que no pueden salir», comentaba Paloma Marcos, directora general del restaurante mientras observaba con impotencia cómo los escasos coches que intentaban pasar por delante de su negocio generaban olas que le metían el agua dentro. Todo hasta que los servicios de emergencia acudieron al rescate...
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