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El sábado por la mañana, apenas unas horas después de que se incendiara y derrumbara el número 24 de la calle Albericia, los vecinos del edificio y de otros inmuebles de la calle hacían cábalas sobre las causas del siniestro y señalaban a una de ... las víctimas que residía solo, Manuel Fernández Cuenca (43 años), como el posible causante. Todo eran conjeturas, teniendo en cuenta que el suceso era reciente y que había que esperar al resultado de la investigación policial. Pero era una posibilidad.
Al mismo tiempo, la Policía Judicial de la Policía Nacional recababa información sobre los historiales de los vecinos, sobre todo de los fallecidos. Cuando analizaron los antecedentes de Manuel, al que conocían en el barrio por Lolo, empezaron a barajar la hipótesis de que el siniestro hubiera sido provocado.
De hecho, fuentes cercanas al caso han revelado a El Diario Montañés que esta es la hipótesis que más fuerza cobra, si bien los investigadores no descartan que el suceso haya sido fruto de un accidente doméstico.
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«Todavía es muy pronto para saber algo sobre las causas del siniestro», adelantaban ayer de forma oficial desde el gabinete de prensa de la Policía Nacional, al tiempo que recordaban que el caso se encuentra bajo secreto de sumario. Una decisión que adoptó de forma automática el titular del Juzgado de Instrucción Nº2 de Santander, Miguel Ángel Agüero, en funciones de guardia, cuando se hizo cargo de la investigación.
Esta medida suele aplicarse en los casos en que existe un riesgo grave para la vida, libertad o integridad física de otra persona, que no es el caso, o para impedir en lo posible una situación que pueda comprometer seriamente la resolución de la investigación.
Aunque la información trasciende con cuentagotas como consecuencia del secreto de sumario, lo que sí se sabe es que la investigación corre a cargo del departamento de Policía Judicial, que está practicando pesquisas desde el mismo día de los hechos, así como de la Policía Científica, que será la encargada de recabar pruebas del edificio con las que poder determinar el origen del suceso. La previsión es que este departamento acuda este lunes al edificio para practicar una inspección ocular y tomar muestras.
Lo que indican los testimonios de los propios residentes en el edificio siniestrado es que el origen del suceso fue un posible escape de gas. Después, por causas que se desconocen, algo provocó que ese gas diera lugar a varias explosiones, y eso causó un incendio que se propagó por el edificio –de madera principalmente–, y que provocó el colapso de la estructura. «Va a ser muy difícil determinar si el siniestro fue accidental o provocado», advierte un experto en este tipo de casos a El Diario Montañés.
Otra cosa es que se pueda determinar el origen: si ese gas pudo venir de una bombona de butano, de una caldera suministrada por gas ciudad o bien de los fogones de una cocina. Pero saber si hubo intención o no, teniendo en cuenta que el supuesto responsable, de serlo, está fallecido, y, en principio, no hay testigos del origen de todo, «va a ser prácticamente imposible».
Lo que sí se sabe es que si todo empezó por un escape de gas, bien sea intencionado o accidental, alguna acción humana –bien sea el encendido de un mechero, o una luz– fue la que provocó las posteriores explosiones. «Tiene que haber una mezcla suficiente de gas y oxígeno para que se produzcan las explosiones. Si hay poco o mucho gas (sin oxígeno), no se produce la detonación», explica este mismo experto, que, por su experiencia, afirma que es «complicadísimo» que explote una bombona de butano.
Al margen de las causas del suceso, desde el Instituto de Medicina Legal de Santander seguían trabajando ayer en las autopsias de las tres víctimas.
Según han desvelado fuentes cercanas a la investigación, los cadáveres no han podido ser identificados oficialmente por sus respectivos familiares, dado el estado que presentaban por el incendio cuando fueron recuperados por los bomberos de Santander.
Esta circunstancia obligará a los forenses a confirmar sus identidades mediante una prueba de ADN.
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Gonzalo Sellers
En cualquier caso, lo que se sabe es que el vecino fallecido que vivía solo en el primero derecha es Manuel Fernández Cuenca (43 años), un hombre «tranquilo», que durante años vivió en ese piso con su madre, hasta que ella falleció poco después de que se desatara la pandemia del covid.
Las otras dos víctimas son Daniel y Raquel, que vivían en el primero izquierda del edificio afectado. Lo poco que ha trascendido de este matrimonio de etnia gitana es que ella tenía 41 años y que sus dos hijas, de 2 y 19 años, pudieron salvar su vida con la ayuda de algunos vecinos de la zona.
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