Secciones
Servicios
Destacamos
Cuando Gloria entró a trabajar en la corsetería La Sirena cobraba 600 pesetas al mes y aún no había cumplido los catorce años. Santuca, su hermana melliza, entró poco después. 700 pesetas. Al cabo de una década decidieron empezar por su cuenta. Queen, Boutique de ... moda íntima. «Tuvieron que firmar nuestros maridos para poder poner el negocio. Así eran las cosas». Primero, en un piso encima de calzados Diamantina. Y, muchos años después, en otros dos locales comerciales. Pero siempre en la calle San Francisco. Y allí seguirán hasta el sábado «a mediodía». Se jubilan a los 68 tras una vida entera juntas y rodeadas de lencería. La tienda seguirá con nuevos propietarios -eso en estos tiempos suena a milagro-, pero ellas quieren «aprovechar lo que podamos para disfrutar de la vida» o tomarse «unas vacaciones, que de esas cosas no sabemos».
Gloria y Santuca Alonso Odriozola llevan más de medio siglo en el sector. Han visto de todo. «La lencería no tiene nada que ver. Ni la economía, ni las costumbres». Las chavalas ya no se llevan el ajuar al casarse. «La lencería clásica tiene menos salida entre los jóvenes, pero los picardías sí que les gustan. Ahora que los hemos vendido muy baratos venían a por ellos». Sus clientes han sido, sobre todo, mujeres (por allí han pasado las actrices Lola Herrera o Gemma Cuervo, por ejemplo). «Pero también venían hombres que sabían que sus esposas compraban aquí. Más cortados a veces, pero se dejaban aconsejar». Por no faltar, tampoco alguna extraña petición: «Pero eso era sobre todo por teléfono y les veías venir rápido».
Lo mejor de estos años, la clientela. «Estos días vienen, nos traen hasta regalos. Se pasan a despedirse y acabamos llorando juntas. Queremos mucho a nuestras clientas. A morir. Van tres generaciones pasando por aquí, debo ser ya bisabuela», bromea Gloria. Y, claro, todo ese tiempo pesa a la hora de marcharse. Están contentas, «pero los primeros días que pasemos por aquí delante nos va a dar impresión». «Igual tardamos unos días, pero pasaremos por si la chica que lo coge necesita algo». Ella, la nueva propietaria, es Laura Vallar, con años de experiencia dirigiendo puntos de venta en empresas multinacionales de cosmética y moda, y convencida de mantener la actividad del negocio (tiene ya otra tienda en San Francisco, Lavanda de Alta Provenza).
«Remate final. El 30 de octubre nos vamos. Muchas gracias a todas», pone en un cartel en la puerta del establecimiento. Hablan de las tres empleadas que llegaron a trabajar con ellas, de los arreglos que les pedían las clientas... «Nos jubilamos, pero esto continúa», le dicen a una amiga que se asoma para preguntar. Es lo que toca. «Fíjate, toda la vida juntas y ahora comentamos que nos vamos a ir juntas de viaje. La verdad es que no hemos discutido mucho. Con la mirada nos decíamos todo si estábamos enfadadas, pero se nos pasaba en nada», relatan.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.