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Las rondas marceras de Santander que recorren las calles estos días para desear la buena cosecha de marzo, nombran cada año al Marcero Mayor. En esta ocasión, el reconocimiento no recaerá en un coro o un instrumentista ni tampoco en deportistas de éxito o escritores ... consagrados, como en ocasiones anteriores. Este año las agrupaciones quieren premiar con el título honorífico al propietario de un bar considerado «un santuario para la familia del folclore de Cantabria», según destaca el presidente del Coro Ronda Altamira, Julio Merino.
Desde la parte de atrás de la barra del bar Madrazo, situado en General Dávila, José Antonio Rebanal explica a El Diario Montañés «la enorme emoción» que sintió cuando llegó a sus oídos que las rondas le habían elegido a él y a su bar, por ser «un espacio para actuar y de puertas abiertas para todos los amantes del cante».
«No soy yo una persona que le guste el protagonismo, pero este galardón me hace una gran ilusión, ya que el folclore lo llevo muy adentro». Nacido en la localidad de Terán de Cabuérniga en 1968, Rebanal explicó que las marzas le trasladan al lavadero de su pueblo junto al que cantaba su madre; y también lo hacía su tío, Manuel Gutiérrez, el solista conocido como 'El chaval de Cabuérniga'.
«El contacto con la canción montañesa fue intenso en mi infancia, unos años en los se te queda grabado hasta la médula», añade. Por eso, cuando a los 16 años hizo las maletas para encontrar trabajo en Santander –donde empezaría como camarero en varias cafeterías del Paseo Pereda–, no tardó en buscar en la ciudad vínculos que le transportaran mentalmente a sus orígenes.
Enseguida se introdujo en los grupos de aficionados a la canción que con frecuencia animaban con sus letras los bares de Puertochico, «en la zona de Zacarías, donde continuamente se cantaban canciones de la mar. Es de los pocos barrios donde sigue viva la costumbre de las rondas», apunta. Después, en 1999 abrió el bar Derbi, en Santa Cruz de Bezana, y en 2006 se instaló en el Paseo de General Dávila. «Inauguré los bares con un enfoque diferente. Quería que fuera un sitio donde los amigos del folclore pudieran sentirse a gusto y ofrecer actuaciones periódicas», añadió. La respuesta de la clientela fue positiva: «Hay mucha gente aficionada al folclore, solo hay que animarles a salir de casa y crear una atmósfera en la que se sientan bien recibidos; después todo va solo».
Cuando de niño cantaba marzas en su pueblo, Rebanal recuerda que lo hacían los muchachos antes de terminar la E.G.B. «Empezábamos con siete y ocho años y lo hacíamos para ganar un dinerillo que pedíamos de casa en casa, para después poder hacer una merienda o cena juntos».
A cambio de su canción, los jóvenes marceros pedían una propina a la que se referían como 'lo bien dao', que podía ser en dinero o en especias, como chorizos, huevos o embutidos, y que más tarde, alguna señora se ofrecía a prepararles.
Las marzas en aqueños años 70 solo las cantaban los niños, aunque hoy se están haciendo esfuerzos para que las niñas también participen de esta tradición, que tan buenos recuerdos dejó en Rebanal. «Rememoro con simpática cuando íbamos a cantarlas a casas donde sabíamos que eran familias más tacañas y cambiábamos la letra con sorna... teníamos que salir corriendo», relata el marcero.
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