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No tiene suerte Íñigo de la Serna desde que es ministro de Fomento. Problemas con aeropuertos, estibadores y taxistas, rescate de autopistas, presiones por el soterramiento de las vías... La semana pasada se desplazó hasta Cantabria, buscando ser profeta en su tierra, para «inaugurar, visitar ... e iniciar» obras, un tres en uno que no fue precisamente el «veni, vidi, vinci» de Julio César porque en Renedo no pudo cortar la cinta de inauguración, siquiera para llevarse un trozo de recuerdo; nadie tuvo el detalle de ponerla. No me extraña que le pareciera la ceremonia más triste de su vida, poco acorde con una obra que había costado casi 56 millones de euros. Quizá para aminorar su tristeza ninguno de los allí presentes –vecinos, políticos o periodistas– cuestionaron sus palabras, que juzgo inexactas, a no ser que la relación entre la velocidad, el espacio y el tiempo haya variado desde mis años de bachillerato. Decía el ministro que esas obras «han permitido elevar la circulación de los trenes a 160 kilómetros por hora [...] y una disminución de alrededor de 25 minutos entre Palencia y Santander».

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