![«La noche me ha dado mucho, pero también se ha llevado a muchos amigos»](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202007/26/media/cortadas/57149137-ktYD--1248x1436@Diario%20Montanes.jpg)
![«La noche me ha dado mucho, pero también se ha llevado a muchos amigos»](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202007/26/media/cortadas/57149137-ktYD--1248x1436@Diario%20Montanes.jpg)
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Huevero, hostelero, galerista, corredor de rallies, ganadero, empresario del calzado... Cuando se escucha a Carlos Crespo hablar de lo que ha hecho en la vida, da la sensación de que tiene siete, como los gatos. Aprendió de muy joven a que las castañas se las saca uno del fuego (tuvo que compaginar su último año de estudios con el trabajo) y siempre se ha dejado guiar por su instinto. El resultado: unas veces le ha salido muy bien y otras, «ha sido un verdadero horror», confiesa sin ninguna vergüenza. Pero de todas esas caídas, siempre ha sacado un lado bueno, el de la experiencia y el conocimiento. Y ello le ha llevado a ser socio del exitoso Grupo Cañadío, con tres restaurantes en Madrid y a punto de abrir otros tres (La Maruca II, en septiembre; La Maruca III, en febrero de 2021 y la Gran Cafetería Santander, en octubre de este año). Por el camino, bares que hicieron vibrar la noche santanderina, como el Blues o el Zeppelim, o restaurantes como El Riojano, Pan de Cuco o Días Desur. Se nota que se siente bien consigo mismo en este momento. En cuanto a nuevos retos, siempre tiene algo en mente, aunque afirma que «estoy aprendiendo a estarme quieto».
-Su primer negocio lo monta cuando aún era muy joven. Vendía huevos. ¿Ya estaba dentro el germen del emprendimiento?
-La verdad es que yo no lo veo así. Fue más la necesidad lo que me llevó a montar este negocio. Por motivos económicos tuvimos que trasladarnos a una casa propiedad de mis tías, donde existían unas instalaciones avícolas abandonadas. Aprovechando esta circunstancia, vi una posibilidad; compré 2.000 gallinas y comencé a vender la producción. Tenía 18 años y era bastante tímido, pero tal vez por mi juventud y con el ánimo de ayudarme, pronto tuve una larga lista de clientes. De hecho, llegó un momento en el que la demanda superaba mi capacidad de oferta. Me dediqué a ello durante casi dos años.
LA DIFICULTAD
CARRERA PROFESIONAL
-Lo que no puede negar es su capacidad de emprender. En ese tiempo también montó un bar en Solares, cuando estaba muy de moda, y llevaba un toro mecánico por las discotecas de los pueblos.
-Tampoco era algo vocacional. Si en aquel momento, con 20 años, alguien me hubiera ofrecido otro tipo de trabajo, quizá hubiera seguido un camino diferente. Por entonces, mi único objetivo era ayudar a mi familia. En los 80, Solares estaba muy de moda. Para montar el bar necesitaba financiación. Para ello, se me ocurrió comprar un toro mecánico que alquilé en diferentes discotecas. Así puse en marcha el bar 'El Tubo', en Solares. En el 86 di el salto a Santander y hasta hoy. Yo creo más en la necesidad que en la vocación. Pero si aciertas en lo que haces, te puede llegar a apasionar.
-De esos bares que hicieron vibrar a Santander durante muchos años, ¿alguna niña bonita?
-Probablemente, 'El Zeppelim'. Fue el primero que abrí en Santander, en sociedad con Pantaleón Arce y Fernando de la Lama, en el 1986. Se convirtió en un lugar de encuentro obligado, con un ambiente muy especial. Mantengo mucha relación y cariño con amigos que trabajaron en ese local, entre otros, Javi Hierro. Posteriormente, los tres socios abrimos otros locales: 'Run Runner', 'Rocambole', 'María', 'Grúa de Piedra' o el 'Balneario de la Cocha'. De cada uno guardo gratos recuerdos y experiencias. El que más repercusión tuvo fue el Blues, en la plaza Cañadío, que se abre en el 88, junto a Paco Quirós y Jesús Pérez Fraile. Es cuando conozco a Paco. En este momento, mi niña bonita es la Bodega del Riojano, un local con mucha historia. También tengo especial cariño a la Vermutería Solórzano, abierta en 1940, al bar 'La Frontera', con mi socio Carlos Salas; a 'Días Desur' o los últimos proyectos de hamburguesería, bajo la marca La Carnaza, y el restaurante Pan de Cuco, en Suesa, con Alex Ortiz Cayón.
-Imagino que también hubo momentos malos.
-Sí. La droga y los accidentes de coche marcaron a toda una generación. La noche me ha dado mucho, pero también me ha quitado a muchos amigos. Muchos murieron por la carretera.
-¿Cuántas veces ha tenido que volver a empezar?
-Me he equivocado muchas veces y lo sigo haciendo. No sé si volver a empezar resultaría una exageración, pero sí ha habido momentos y circunstancias que me han generado mucha incertidumbre y que alguna vez lo he pasado peor. Recuerdo la crisis del 93, que nos cogió con una hipoteca (compramos el local del Rocambole) en yenes y la peseta se devaluó. O un negocio de 'bagels' (panes con un agujero en el centro), al que dediqué mucho tiempo y esfuerzo, pero que me fue mal. Después llegó la crisis del 2007, con varias tiendas de zapatos. Parece que las crisis, cada cierto tiempo, están ligadas a la historia y hay que convivir con ellas. Pueden desestabilizar, pero también sirven para reinventarnos y generar nuevos recursos.
-La primera vez que su socio de ahora, Paco Quirós, le pidió que fuera con él a Madrid a montar Cañadío, dijo que no.
-Así fue. Tal vez el momento no era apropiado o la visión que tenía de Madrid no me resultaba atractiva. La segunda vez que lo hizo, a los dos años, en 2012, le dije que sí. Mi situación personal y profesional era otra y creí que un cambio me vendría bien. Y así fue. La Maruca arrancó siendo un éxito y luego vinieron La Bien Aparecida y La Primera. Estamos contentos del equipo que hemos conseguido. Es una aventura que crece, con otros tres restaurantes en la parrilla de salida.
-Si digo Paco Quirós, ¿cómo reacciona su cuerpo?
-Con agradecimiento. Paco y yo tenemos personalidades y dinámicas diferentes. Precisamente la combinación hace que formemos un tándem que funciona. Paco me aporta seguridad y experiencia en puntos esenciales de este negocio. Creo que lidera el Grupo Cañadío sacando lo mejor de todos. Le agradezco que me invitara a participar en esta aventura de Madrid.
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