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En las estanterías de la perfumería Calderón, situada en la calle Ataúlfo Argenta de Santander, los botes de cristal de colonias como Gotas de Oro, los bálsamos labiales, como las míticas cajitas rosas de la marca Vaselina, o las cajas de azules de Nivea se ... mezclaban con los últimos perfumes de moda o cremas faciales de última generación. En sus armarios, tras el mostrador hecho a medida a mediados de los años 50, sus productos estrella: el alcanfor, la cera para suelos, el limpiaplata, el producto para cubrir las canas o la brillantina para el pelo. Cien años después de que abriera sus puertas, el pasado sábado se cerraron para siempre. Los hermanos Luisa y Fernando Calderón han decidido que les toca descansar. Están cansados de luchar contra unos competidores que son multinacionales: David contra Goliat.
Hasta ahora, la atención y el servicio que distingue a una empresa familiar como la suya, en la que ambos aprendieron el oficio desde pequeños, cuando se colaban detrás del mostrador tras el colegio, les había ayudado a mantenerse al pie del cañón, pero los años les pesan y la competencia cada día es más dura.
Supieron ir adaptándose a los cambios y a las crisis: «Cuando vimos que empezaban a abrir otro tipo de comercios que nos hacían una competencia brutal, decidimos introducir otros productos que se han vendido hasta el último momento estupendamente bien, como bolsos, pañuelos o gorros de agua», relata Luisa a este periódico.
Luisa Calderón | Propietaria de la Perfumería Calderón
Hoy confiesa que está «emocionada. No te puedes imaginar cómo han sido estos días. Han venido a despedirse todos nuestros vecinos, hasta los de la joyería Ballatine. Y decenas de clientes, además de muchas de las nietas de los que ya están fallecidos». Así que su estado de ánimo es similar al de una montaña rusa, «Esta perfumería ha sido nuestra vida. El sábado me acosté llorando. Son tantos recuerdos... Al tener que vaciar la tienda (lo hemos vendido todo, hasta un martillo nuevo que tenía en la caja de herramientas) han aparecido muchas cosas de nuestro padre y abuelo. Cartas, el recibo de mi colegio en Roma... En fin».
Pero Luisa es una mujer con mucha energía y no se deja arrastrar por esa melancolía. «Este martes he tenido mi primera clase de pilates y al volver a casa, he aflojado el paso. No me había dado cuenta de que era mi primer día de libertad y de que ya no tendré que ir con prisa a ningún sitio», expresa.
Entre los recuerdos desempolvados, el de ella siendo apenas una adolescente. «Iba a la tienda con patines, para poder llegar al mostrador. Cuando una clienta le pedía algo a la dependienta, ella me chivaba en bajito en qué cajón podía encontrarlo. ¡Iba rodando! He sido tan feliz en este lugar», rememora. Tampoco olvida que uno de los secretos del éxito «nos lo desveló nuestro padre. Él siempre nos decía que el 'no' no existía en esta tienda. Que si una clienta nos pedía algo que no tuviéramos, se lo consiguiéramos como fuera».
Otra de las razones de haber resistido el paso del tiempo, cuando a su alrededor se levantaban titanes en forma de franquicias millonarias, eran los productos que vendían. «Muchas de nuestras clientas lo que más lamentan es que ya no tengan dónde comprarlos. Hay cosas que sólo nosotros teníamos. El alcanfor chino o el limpiaplata eran muy apreciados y no son fáciles de encontrar hoy en día», asegura.
Luisa siempre ha adaptado la perfumería a sí misma, «a mi evolución». Confiesa que nunca intentó adaptarse a las nuevas generaciones «porque ¡todo lo compran por internet!». Sin embargo, «me centré en la gente tirando a mediana edad y mayor, de 40 años en adelante, aunque ya, últimamente, nuestra clientela rondaba los 50 o 60 años. No te imaginas cuántas cremas faciales Albura, que era la que utilizaba mi abuela, hemos vendido».
Se alegra de haber cerrado la tienda en esta época del año, porque «el verano ha sido fantástico para deshacernos de todo el stock. ¡No ha quedado nada!». Además de porque hay más gente, con los veraneantes, «porque nos hemos evitado las obras del Banco Santander en pleno invierno. ¿Sabes lo que hubiera supuesto estar aquí las tardes de noviembre, que ya es de noche a las seis de la tarde?». Ella se imagina una «buena cafetería en este lugar. Es el lugar ideal para ello. A ver qué ofertas tenemos». Y entonces ya no le dará tanta pena pasar por delante de su local.
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