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En las primeras páginas del estudio que elaboró el Instituto de Hidráulica de Cantabria (IH) con las distintas alternativas técnicas para estabilizar la zona de La Magdalena había una fotografía clarificadora. Era de 1905 y en ella aparece toda la franja litoral que va desde ... Los Peligros hasta Bikinis. Fue tomada un día apacible con marea alta y las olas del mar rompían contra los acantilados. Apenas se dibujan tres calas con más piedras que arena. Ese era su estado natural antes de las grandes intervenciones humanas. El mismo al que, de no actuar, volvería este paisaje en un corto espacio de tiempo. César Vidal, catedrático de Caminos, Canales y Puertos y uno de los encargados de elaborar este informe, calcula que bastarían cinco años.
Como se aprecia en el gráfico que acompaña esta información, casi la mitad de la superficie (el espacio con rayas amarillas) sobre la que ahora los vecinos y turistas ponen sus toallas o juegan a las palas sería historia. Eso también implicaría que para cruzar de Bikinis a La Magdalena o desde aquí hasta Los Peligros habría que hacerlo a nado, como ocurría hace un siglo, justo cuando se explanaron las dunas que existían en el espacio donde se celebran las competiciones de hípica. Atravesar paseando por la pasarela que existe actualmente sería imposible. Lógicamente, con pleamar la reducción sería mucho más importante.
Esa afirmación sirve tanto para el escenario que existía hace un año, cuando el Ministerio de Medio Ambiente (PP) comenzó la obra de los espigones llamados a estabilizar la arena de estas playas, como para el actual, cuando los nuevos responsables del departamento -tras el cambio de Gobierno en La Moncloa se llama Ministerio de Transición Ecológica y está dirigido por el PSOE- paralizaron la obra a medio terminar. De los dos diques proyectados, sólo se completó -o casi- el primero, situado frente al Balneario de La Magdalena. Cuando el departamento que dirige Teresa Ribera dio la orden de frenar la actuación -es provisional y por el momento se desconoce si en el futuro se retomará o si se hará alguna modificación- faltaba por completarse en el otro extremo, en Los Peligros, el segundo, que en gran parte transcurre bajo el agua.
Si se superponen las dos diapositivas, la primera sin ninguna estructura y la segunda con la actual, el resultado de pérdida de arena y deterioro de las playas es prácticamente el mismo. Es decir, que el dique de piedra ya finalizado «no tiene ninguna utilidad por sí mismo».
Vidal considera que es tan válido defender que hay que actuar para mantener las playas artificiales actuales como que se debe volver a su estado primigenio sin arenales. Eso sí, si la elección es la primera, hay que intervenir. Ya sea con los rellenos que se vienen realizando desde 1972 o con la alternativa planteada por el Ayuntamiento de Santander de los espigones, pero disfrutar de estos entornos tal y como se ven en verano y no hacer nada son dos cosas incompatibles. Eso es, precisamente, lo que ha generado una polémica en la ciudad y argumentos encontrados. Por un lado están los que creen que los diques ocasionan un impacto ambiental y paisajístico imposible de asumir y por otro los que consideran que es la solución menos mala de todas las posibles. El Ayuntamiento de Santander y el anterior equipo ministerial estaban en el segundo grupo. La oposición, los grupos del Parlamento de Cantabria salvo el PP y distintos colectivos ecologistas coinciden en el primero.
El trabajo realizado por el IH no sólo pone de manifiesto las consecuencias de una u otra solución, también explica por qué este entorno es tan inestable. La respuesta es compleja y multicausal. Una combinación de factores como la orientación del paraje, el oleaje, las corrientes de la Bahía y la interacción con otros elementos como El Puntal, que año tras año incrementa sus proporciones. El punto de partida es claro: las playas, por lo menos con las dimensiones y características actuales, no son naturales.
Vidal apunta que la institución tan solo realizó el trabajo que le pidieron las instituciones, aportar distintas soluciones técnicas para estabilizar las playas, pero no entra en la polémica del 'sí' o 'no' a los espigones. En su opinión, las voces en contra habrían sido menores si se hubiera cuidado más la estética y se le hubiera dado «una utilidad». Por ejemplo, con la construcción de una pasarela peatonal por encima. La prueba es que cuando hace una década se expuso el proyecto a la ciudadanía en la Porticada el apoyo a la obra fue mayoritario, del 91%, según una encuesta. El estudio del IH también remarca que los informes se enviaron a una veintena de instituciones públicas y privadas, incluidos grupos ecologistas, y no se presentaron alegaciones. Desde 'Salvar La Magdalena' dicen que eso se explica porque el proyecto presentado era mucho menos dañino que el que finalmente se ha comenzado a llevar a cabo.
Por su ubicación, las olas (líneas gruesas amarillas en la infografía) avanzan en esta zona de la Bahía paralelamente a la playa. Esto provoca un golpe mucho más potente que si lo hicieran de forma perpendicular y al romper se levanta la arena de manera brusca. Se levanta, pero lo que la arrastra son las corrientes (flechas blancas), que se adentran hacia el suroeste, desde el inicio de Bikinis hacia las playas de La Magdalena, Los Peligros, La Fenómeno (frente a las instalaciones del Museo Marítimo del Cantábrico) y el entorno de Gamazo. La prueba es que allí acaba acumulándose cada invierno gran parte de la arena que la primavera anterior se ha utilizado para los rellenos artificiales.
Esa es la ruta de salida de la arena de las playas. La de entrada, ahora mismo, únicamente es posible con camiones. «En La Magdalena no se puede generar de ninguna de las maneras. Todo se pierde», apunta Vidal. El experto del IH firma su estudio junto con Raúl Medina, director general de la institución, referencia internacional en ingeniería marina.
En el pasado sí que había algunas aportaciones de arena, sobre todo en la época estival, cuando las playas no estaban sometidas a las inclemencias de los meses más duros del año ni a los temporales del Cantábrico. La primera la de las dunas que existían en el campo de polo, que devolvían parte de la arena que previamente habían 'robado' con la ayuda del viento en invierno. Estas dunas comenzaron a desaparecer -a causa de la mano del hombre- en 1914. La segunda por otro sistema de olas. No en dirección norte-sur, sino en dirección sur-norte, de vuelta a mar adentro. Estas procedían del interior de la Bahía y se dirigían hacia el exterior. En su avance, estas arrastraban arena que se depositaba en las playas del entorno de La Magdalena. Pero este proceso también se ha frenado por el crecimiento de El Puntal, que ahora hace de barrera. Los 558 metros que ha ganado por Punta Rabiosa desde 1972 complican mucho más la propagación del oleaje por la bocana.
La paralización del proyecto de la construcción de los espigones con uno de ellos ya construido dibuja un escenario completo. Con los dos la solución, aunque polémica, funcionaría. Y sin ninguno de ellos, los rellenos que se han venido realizando anualmente en el mes de marzo con un coste de entre 50.000 y 85.000 euros seguirían permitiendo disfrutar de las playas en verano, aunque el invierno la dinámica del litoral produjera importantes mordiscos y desperfectos en la zona. Así, hasta que el Ministerio de Transición Ecológica tome una decisión, el proceso de erosión continuará imparable porque, como insiste Vidal, «un único dique no hace nada».
La solución intermedia que propone es prolongar con una gran masa de arena el dique hasta el muro de El Balneario. Eso frenaría en parte -no completamente como prometía el proyecto- la degradación de las playas. Para 'Salvar La Magdalena', la plataforma ciudadana que se movilizó para mostrar su descontento con la actuación por su «gran impacto ambiental y paisajístico», lo que hay que hacer es desmontar toda la estructura e iniciar un proceso de diálogo entre agentes sociales, políticos y expertos -algo que también apoya el grupo municipal del PSOE- para buscar una solución basada en el acuerdo. E insisten en que la obra de los espigones sólo se planteó para satisfacer los intereses de los propietarios de los chalés, afectados por el cambio en los límites del dominio marítimo terrestre.
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