En una de las esquinas de la plaza Alfonso XIII hay una carpa blanca no muy grande con una mesa morada y varias sillas. Está repleto de carteles pero hay uno que destaca por la contundencia de su mensaje: sin un sí, no. Se trata ... de un punto violeta, un recurso que busca «proporcionar una serie de ayudas» ante cualquier situación de violencia contra las mujeres durante las fiestas de la Semana Grande y los festivales de música. Lo dicen Leire Velarde y Dayana Oliveros, dos trabajadoras del ámbito social que desde este rincón de la ciudad fomentan espacios libres de violencia hacia la mujer. Pero no es el único. El Ayuntamiento de Santander ha implantado veinte puntos violeta durante la última semana que se han movido desde Mesones a Cañadío y pasando por el Hoki Music y la plaza Alfonso XIII.
El programa, que comenzó el pasado 21 de julio –el día del chupinazo– y se prolonga hasta el domingo, incluye material preventivo y el servicio de dos personas que, de 18.00 horas a 02.00 horas, además de atender en caso de que se produzca una situación de violencia, ofrecen información. Este fin de semana habrá también un punto violeta en la Virgen del Mar, por la celebración del festival Reggaeton Beach Festival y en el parque de Mesones, en El Sardinero.
Leire es muy clara a la hora de explicarlo. Y es que, no están ahí exclusivamente para las situaciones de violencia más evidentes. «Si se siente vulnerable, tiene miedo, se ha perdido y está incómoda porque le están mirando, este es el punto adecuado al que acudir», comenta. Y en el momento en el que cualquiera de las situaciones que cita se produce y llega hasta el punto violeta una mujer, se activa el protocolo. «Lo primero que hacemos es mostrar un respeto absoluto e intentar tranquilizar a la persona. Después realizamos una serie de cuestionarios. Y si el contexto es grave debemos preguntar a la víctima, ante todo, si quiere denunciar. Entonces le explicamos los pasos a seguir». Por ello, tienen contacto directo con los servicios de emergencia, la policía y con una línea de taxi, para que se ejecute «en la mayor brevedad posible». Además, según explican, puede haber casos que aunque no sean de violencia, pueden resultar «muy incómodos» y gracias al taxi las víctimas pueden llegar a casa «sin ningún tipo de riesgo», cuenta.
Trabajadora punto violeta
Leire Velarde
«Si se siente vulnerable, tiene miedo, se ha perdido y está incómoda porque le están mirando, este es el punto al que acudir»
Trabajadora punto violeta
Dayana Oliveros
«Muchas mujereshan venido hasta aquí a contar sus experiencias, algunas muy duras. Han sido muy generosas»
Estudiante
Claudia Ortega
«Hace un mes me siguió un chico hasta casi la puerta de casa y no tenemos por qué aguantar estas situaciones»
«Por suerte» durante la Semana Grande no han registrado casos de violencia contra las mujeres en los puntos violeta desplegados por la ciudad. Aun así, ambas trabajadoras, formadas y especializadas en este ámbito, reconocen que la iniciativa ha tenido una gran acogida entre los vecinos de Santander. Exceptuando un par de personas. «Se acercaron a nosotras para decirnos que no entienden por qué su dinero se invierte en este tipo de iniciativas. Que aquí no hay peligro. Pero ha sido algo puntual y no queremos quedarnos con eso porque hablan desde el desconocimiento», lamentan. Un desconocimiento que les hace rechazar todo aquello que no les ha ocurrido en primera persona, pero que no por ello deja de existir.
Sin ir más lejos, mientras Leire y Dayana explicaban a un grupo de jóvenes en qué consisten los puntos violeta, Claudia Ortega, que pasaba por allí, comentó que hace no mucho ella vivió un episodio desagradable. «Hace un mes me siguió un chico hasta casi la puerta de casa y no tenemos por qué aguantarlo. Claro que hacen falta estos puntos», expresa.
De hecho, en uno de los costados de la carpa, hay una pizarra en la que se cuelgan los mensajes de todo aquel que quiera aportar su «granito de arena». Tiene tres apartados: yo siento, yo deseo y yo pienso. Y junto a cada uno de ellos un mensaje anónimo colgado. Por ejemplo, hay una persona que siente que está «harta», otra dice que las gitanas también sufren. Y una última desea alcanzar el respeto universal. «Muchas mujeres han venido hasta aquí a contar sus experiencias personales, algunas muy duras. Han sido muy generosas», añade Dayana.
Un trabajo conjunto que, en definitiva, busca «promover un entorno seguro en lugares de ocio para que mujeres y hombres disfruten en igualdad, y concienciar a la población sobre la importancia de actuar ante un acoso o una agresión sexual», concluyen.
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