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Hay sucesos que dejan una huella física que marca o condiciona el resto de una vida y otros que, sobre todo, quedan grabados en la memoria de quien los ha padecido como una experiencia muy desagradable. A Francisco Javier Cimiano Calvo apenas le ha quedado un pequeña cicatriz en la barbilla, pero en su cabeza mantiene vivo el recuerdo de «volver a nacer» aquel 27 de enero de 1992 en el que quedó sepultado bajo los escombros del Hotel Bahía de Santander, que se vino abajo debido a la pésima calidad del edificio y acabó con la vida de seis personas.
Él fue uno de los siete trabajadores que resultó herido en ese trágico suceso que conmocionó a la ciudad (uno de ellos, de gravedad, falleció días después en Valdecilla). Otros ocho compañeros consiguieron ponerse a salvo, pero cinco quedaron atrapados bajo los escombros. Las tareas de rescate de los cuerpos se prolongaron durante cinco días. Una auténtica agonía.
El hotel se había cerrado casi dos meses antes del accidente para ser sometido a una gran remodelación que iba a durar un año y medio. Y una veintena de trabajadores, contratados por Ascán, se encontraba derribando paredes en varias plantas del edificio cuando la estructura de las fachadas se vino abajo.
«Ese día llegué a la obra con un compañero y vecino. Nos habían cambiado los turnos y entrábamos a las seis de la mañana para salir a las dos. La suerte que yo tuve es que me mandaron arriba del todo (en la quinta planta), mientras que a él le dejaron en la segunda y murió. De hecho fue uno de los cuerpos que más tardaron en recuperar», rememora Cimiano, a sus 52 años, con el imborrable recuerdo de «los compañeros que ya no están».
Aunque han pasado treinta años de este suceso y su vida cambió por completo –de Santander se fue a vivir a Unquera y dejó la construcción para embarcarse en el mundo de la mar–, aún recuerda muchos de los detalles de aquel suceso. Y eso a pesar de que perdió la conciencia durante el accidente. Eran aproximadamente la siete de la mañana cuando la estructura del hotel cedió. «Noté que se me hundían los pies, perdí el conocimiento y cuando me quise dar cuenta estaba enterrado, oyendo voces de los bomberos que estaban encima mío». Una escena sobrecogedora. «Me pedían que siguiera hablando para localizarme, aunque también me mandaban callar para que no me asfixiara porque había mucho polvo del escombro. Hasta que les di mi localización».
Cuando los bomberos llegaron hasta Cimiano le preguntaron si tenía algún compañero al lado. «Les dije que había estado oyendo a uno y que lo sacaran primero, porque al estar debajo mío, estaba peor, con tan mala suerte de que no sobrevivió».
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Aunque no puede decir cuánto tiempo estuvo sin conocimiento desde que se precipitó de la quinta planta del hotel hasta que vio que estaba cubierto de escombros, si recuerda que el tiempo que tardaron en sacarlo de allí «se me hizo eterno». «Cuando desperté no escuchaba nada salvo a mi compañero de abajo gemir. Dejé de escucharlo y le sacaron». En su caso, cuenta que un policía le comentó a su padre que tenía una piedra encima «que no pudieron mover entre unos cuantos bomberos». También recuerda que uno de ellos le dijo, cuando ya me empezaron a retirar el escombro, que tenía que esperar porque tenían que soldar. «Tuve la suerte de que las vigas me atraparon. Tenía trabado el forjado. Yo veía que las tenía colgando encima y alucinaba. Los bomberos me decían que estuviese tranquilo, que no pasaba nada. Pero yo notaba como la boca se me iba secando y me iba quedando sin oxígeno debajo de los escombros».
Entonces, un bombero empezó a extraer escombro por debajo de él, tiró y le sacó. «Me hubiese gustado mucho verle y saludarle después de tanto tiempo. Al año del accidente me hice una foto con todos ellos, pero no he vuelto a saber de él. Fue la primera persona que vi y fue como volver a nacer», expresa Cimiano.
Peor suerte tuvieron seis de sus compañeros. «Me da mucha pena porque había amigos, éramos mucha gente de mi barrio, de Cazoña, la que trabajamos allí. Fue una sensación agridulce. Estaba contento por haber sobrevivido, pero triste por el fallecimiento de esos seis compañeros de trabajo».
A las dos horas del derrumbe, todos los heridos localizados estaban ya fuera. Los familiares y compañeros de los trabajadores habían ido llegando; otros aguardaban noticias en Valdecilla. Los equipos de rescate funcionaban a todo ritmo; contaron incluso con perros especializados en la detección de víctimas procedentes de Vizcaya.
A Cimiano le trasladaron al Hospital Valdecilla con erosiones de carácter múltiple, «aunque no tenía ningún hueso roto. Y eso que caí desde el quito piso y quedé enterrado». Fue un milagro. Desde Valdecilla le derivaron al Hospital Santa Clotilde, donde estuvo «veinte días» hasta que recibió el alta.
Casi cinco años después, la Audiencia Provincial sólo halló dos culpables por un delito de imprudencia temeraria: el empresario Armando Álvarez –propietario del hotel y «que conocía la debilidad del edificio»– fue condenado a un año de prisión, y el aparejador Antonio Gómez Peña –que dirigió unas obras que «carecían de licencia»–, a ocho meses. Entre ambos tuvieron que indemnizar a la madre de uno de los fallecidos con 15 millones de pesetas; las familias del resto de víctimas habían retirado las acusaciones tras llegar a un acuerdo y cobrar cantidades que oscilaban entre los 18 y los 20 millones.
Lo que recuerda Cimiano es que unos días antes de caerse el edificio estuvieron apuntalando la sexta planta y hubo una supervisión técnica.
«Sacaron unas muestras de las vigas y les pregunté: ¿Cómo están? La respuesta es que no daban la resistencia que tenían que tener. Imagino que por ahí vino todo lo que pasó después». Eso sí, pese a las deficiencias del edificio, los obreros siguieron trabajando. «Ahí nadie paró nada. Imagino que había mucho interés en hacer esa obra. Pero la tenían que haber parado. Después hubo una serie de historias de que las grúas se habían amarrado a los pilares, pero ese día no hizo viento... La milonga del poder».
Después de aquello, Cimiano recibió una indemnización, aunque él lo que pidió a la empresa es que le dieran trabajo fijo. «Después de salvar la vida el dinero era lo de menos». Estuvo varios años trabajando para Ascán en diferentes obras hasta que le mandaron a una en un edificio desde el que se veía el Hotel Bahía. «En unos apartamentos que hay junto a Benetton, detrás del Ayuntamiento», matiza. «Tuve la mala suerte de que me mandaron hacer lo mismo que el día del derrumbe. En este caso las vigas estaban reforzadas y estaba todo como tenía que estar, pero a mí me traía muy malos recuerdos y dejé de trabajar con ellos», relata.
Tras aquella etapa, se mudó a Unquera y decidió dedicarse a la pesca, donde dice sentirse «muy feliz». A pesar de ser víctima de un traumático suceso, no necesitó ayuda psicológica. Consiguió pasar página: «Los recuerdos quedan apartados, pero no se olvidan». De hecho, reconoce que cada vez que acude a Santander a visitar a su familia no puede evitar fijarse en el Bahía cuando pasa cerca del hotel.
Antonio González - Dueño de la gasolinera
Abel Verano/ Santander
Eran cerca de las siete de la mañana cuando Antonio se encontraba midiendo un tanque de su gasolinera (Estación de Servicio Farolas), la que estaba situada frente al Bahía, para hacer un pedido. «Oí un estruendo muy grande y el edificio se vino abajo». Sin pensarlo, se dirigió al teléfono que había a escasos diez metros de la gasolinera y dio la voz de alarma. «Se ha derrumbado el Hotel Bahía, se oyen gritos, vengan rápido».Antonio recuerda que primero oyó los gritos, luego hubo «un silencio» y después «una nube de polvo». Según su relato, los bomberos apenas tardaron en personarse «unos cinco o seis minutos escasos». Después, cuenta que estacionaron un autobús junto a la gasolinera para los familiares de los trabajadores que se encontraban bajo los escombros. «Aquello fue un poco como el cuartel general. Utilizaban el teléfono que teníamos allí. Fue una desgracia grande».
Francisco José López Escalante - Bombero
Mariña Álvarez/ Santander
Francisco José López Escalante entraba de guardia al amanecer cuando se recibió el aviso. «Se ha caído el Bahía». Al momento fue movilizada la plantilla al completo. Al llegar allí, «la imagen era dantesca, el edificio prácticamente estaba en el suelo», y un detalle se ha quedado para siempre en su memoria: «los gritos de auxilio de los heridos los tengo grabados». El dispositivo duró cinco días, en los que los bomberos trabajaron sin apenas descanso. Explica que su misión fue muy laboriosa, porque hubo que ir retirando el amasijo de hierros y escombros de manera manual para no dañar a las personas atrapadas. «Y teníamos que hacerlo rápidamente, porque parte del edificio estaba sin consolidar y había que sacar a la gente de entre los escombros. Por desgracia hubo muertos y recuperamos sus cadáveres; pero a los que pudimos salvar la vida es un gran orgullo para nosotros».
Manuel Huerta - Exalcalde de Santander
Abel Verano/ Santander
Manuel Huerta se encontraba en Valencia, en un acto del PP, cuando se vino abajo parte de uno de los hoteles de Santander, municipio del que entonces era alcalde. Sin dudarlo un segundo regresó a la capital cántabra para estar «al frente» de las labores de rescate. «La ciudad vivió con consternación este suceso. Santander siempre ha tenido desgracias, pero en este caso no se sabía qué había pasado». Huerta, que resalta la labor que desempeñaron los bomberos en el rescate, recuerda que «se vació por completo el edificio y eso fue lo que causó el derrumbe». Dice que hubo un comentario en la calle de que el propietario había tirado el edificio para levantar más alturas. «Pude cortar ese rumor y desmentirlo porque el Ayuntamiento, a través de los servicios técnicos, le había ofrecido al propietario tirar el edificio entero y hacerlo nuevo con más alturas (con las que debe tener actualmente)».
Celedonio Martínez - Fotógrafo
Abel Verano/ Santander
Celedonio Martínez apenas llevaba trabajando tres meses en El Diario Montañés cuando se produjo el derrumbe del Bahía. Iba en su coche cuando se enteró del suceso por la radio. «Cuando lo oí me quedé... No me lo imaginaba. Se daba la circunstancia de que quince días antes había estado en el hotel haciendo un reportaje gráfico de las instalaciones porque se iba a cerrar para hacer una remodelación». Desde un primer momento, se quedó «impresionado». Pero el impacto fue mayor cuando llegó al lugar de los hechos. «Había un lateral del edificio totalmente destruido. Veías trozos de habitaciones, era dantesco». Aunque ya había oído en la radio que había gente trabajando en el momento del derrumbe, «cuando vi aquello pensé que iba a haber más víctimas». Él fue el fotógrafo que captó la imagen de los dos últimos fallecidos, que fueron rescatados cinco días después. «La verdad es que fue muy triste», recuerda.
Andrés Fernández - Fotógrafo
Abel Verano/ Santander
Como el resto de fotógrafos que trabajaban entonces en El Diario Montañés, Andrés Fernández hizo turnos de ocho horas durante los cinco días que transcurrieron hasta que aparecieron los dos cadáveres que faltaban. «Lo más duro fue la tensión de no saber en qué momento podían aparecer los cuerpos de los dos trabajadores que faltaban por sacar».
Entiende que un periódico que tenía un fotógrafo las 24 horas del día en el lugar del suceso «no se podía quedar sin la foto de los cadáveres que faltaban». Aunque también reconoce que fue «duro» gestionar esa tensión «porque, aunque estás trabajando y tienes que estar al margen de sentimientos, al final es inevitable involucrarse con lo que sucedió».
Fernández reconoce que si ese suceso como este se produjera en la actualidad, la cobertura informativa sería «mayor». «Seguramente habría imágenes del Bahía derrumbándose».
Ángel González - Fiscal
Abel Verano/ Santander
Tenía 33 años cuando recibió con «estupor» el encargo de llevar la acusación pública de este caso. «Recuerdo que fue una instrucción larga porque había muchas personas afectadas y hubo muchas declaraciones. Además, teníamos que jugar con todas las negociaciones que había entre las partes para intentar asumir responsabilidades y presentarlo al juez», apunta el fiscal Ángel González.
La complejidad de este caso estuvo en que había una «legislación muy fragmentada, no había una legislación unificada de la Ley de Edificación». De ahí que era «complicadísimo» determinar las responsabilidades de cada uno de los intervinientes en una obra», según señala González.
El actual teniente fiscal explica que «nos guiamos por los criterios generales del Derecho Penal. Una imprudencia temeraria, grado de previsión y grado de implicación de cada una de las personas de la obra».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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