Secciones
Servicios
Destacamos
La restauración de un libro puede prolongarse desde una semana a cinco meses. Algunos, superan el año. La horquilla es tan amplia como las características y el estado en el que se encuentra cada ejemplar de los fondos bibliográficos de la Biblioteca de Menéndez Pelayo ... , que ahora aguardan en la Biblioteca Central hasta que su 'hogar' sea rehabilitado. Mientras tanto, un restaurador y la técnico municipal se ocupan de repararlos y catalogarlos. Es una tarea artesanal que, además de requerir tiempo y dedicación, depende de partidas presupuestarias que se aprueban con cuentagotas. «Y de eso depende que cada año podamos recuperar más o menos volúmenes», explica el restaurador.
El valor de la colección de Menéndez Pelayo, con más de 40.000 ejemplares, supera las decenas de millones de euros, aunque es imposible concretar un precio exacto porque hay libros únicos, como incunables o ejemplares manuscritos de Francisco de Quevedo, Calderón de la Barca o Tirso de Molina, entre otros, a los que no se puede poner precio. Además, aún no se conocen con exactitud todos los libros que Marcelino Menéndez Pelayo guardaba en su biblioteca, ya que algunos están todavía sin catalogar y otros forman parte de facticios -volúmenes que incluyen varias obras en su interior- y que en su día se catalogaron como si fuera solo uno. «Ahora, estamos catalogándolos de nuevo, revisando página por página para que no haya errores», explica la única técnico con la que cuenta la Biblioteca de Menéndez Pelayo y que ahora realiza su trabajo en la Central mientras la primera se rehabilita -aunque las obras están actualmente paradas-.
El proceso para restaurar cada volumen comienza por identificar las patologías. En función de las que tenga, se determina el tratamiento que requiere. Después, se desmonta el libro: por una parte la encuadernación y, por otra, el cuerpo. La cubierta suele ser de piel y es habitual que haya perdido su flexibilidad, lo que impide usar el libro. Por eso, se hidrata para que recupere el movimiento. En cuanto a las hojas, se desmontan los cuadernillos y se lavan una a una eliminando la acidez y las manchas antes de reintegrarlo en el soporte. Además, antes de desmontarlo, se hace un diagrama de la costura para volver a coserlo de la misma forma.
También se reparar los desgarros y se hacen injertos si el libro así lo requiere, con los mismos materiales que el original. Por último, se unen ambas partes para dar por concluida la restauración. «Todos los materiales utilizados tienen PH neutro, son de alta calidad y los adhesivos son reversibles, por si en el futuro tuvieran que volver a desmontarse. En ese caso, el libro no correrá peligro», explica el restaurador.
No todos los libros de la colección de Menéndez Pelayo requieren restauración. Según el informe de la empresa de patrimonio TSA, encargada del traslado a la Biblioteca Central, eran cerca de 700 los ejemplares que sufrían alteraciones, sobre todo por la humedad y la suciedad. Desde 2018 -momento en el que se produjo la mudanza-, se han rehabilitado algo más de cien. Algunos han requerido actuaciones integrales y, otros, pequeñas reparaciones. Además de tratarse de una tarea artesanal que no puede desarrollarse más deprisa, depende de la aprobación de partidas presupuestarias. Tanto del Ayuntamiento de Santander, propietario de la colección, como del Gobierno de Cantabria a través de un convenio.
Con cada partida, se selecciona qué obras van a restaurarse y, una vez finalizadas las tareas, es momento de esperar a que se apruebe una nueva. Por eso, el trabajo del restaurador, que es autónomo, no es continuo. Entre proyecto y proyecto, debe esperar a que se destine una nueva cantidad económica que le permita continuar con los trabajos. También los recursos humanos son muy limitados, ya que la biblioteca, valorada en decenas de millones de euros, sólo cuenta en la actualidad con una técnico municipal. A ella se une el restaurador siempre que los presupuestos lo permiten, mientras el puesto de director sigue vacante desde 2018, cuando se jubiló Rosa María Fernández Lera.
Noticia Relacionada
Los fondos bibliográficos de Menéndez Pelayo están catalogados a mano, en un armario donde se archivan nombre a nombre. Sin embargo, la técnico apunta que contiene errores, falta información y aparecen libros que realmente no forman parte de la colección. Por eso, trabaja ahora en un catálogo informático más concienzudo, en el que revisa página a página cada ejemplar. «Es fundamental identificar si es único, si hay uno igual, por ejemplo, en la biblioteca de Nueva York, o si tiene alguna diferencia en la edición», explica. Además, como en el hospital, se hace una especie de 'triaje' para determinar cuáles examinar antes. «Los manuscritos son lo primero, después los del siglo XIII...».
Tras la catalogación, llega el momento de la digitalización. No de todos los ejemplares, sino de aquellos que se confirma que son únicos. «Si ya se ha digitalizado una edición igual en otra biblioteca, no hace falta hacerlo otra vez», aclara la experta.
La colección de Menéndez Pelayo está repleta de joyas, en muchas ocasiones, desconocidas. Además de manuscritos de grandes literatos como Francisco de Quevedo o Calderón de la Barca, hay incunables, libros impresos durante los primeros años tras la invención de la imprenta. Pero, incluso dentro de esta extraordinaria categoría, hay ejemplares que destacan sobre el resto. Es el caso de una obra del filósofo griego Plotino impresa en pieles. Sus hojas, en vez de ser de papel, son de fina piel de corderos no natos. «Solo personas muy importantes, como reyes o papas, podían encargar algo así».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.