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Desde que los propietarios de los locales optaron hace dos semanas por vallar dos bajos comerciales de la calle Isabel II, a petición de los vecinos y propietarios de los locales, los sintecho que allí pernoctaban recogieron sus bolsas y sacos de dormir y emigraron ... a otros puntos de la ciudad. En concreto, una mayoría de ellos se ha concentrado en la plaza Porticada, donde en la noche del martes se detectaron a doce personas sin hogar. La cifra se ha reducido a medida que ha avanzado la semana, y los sintecho se han repartido por otras calles como Rualasal, Arrabal, Guevara, General Dávila (en el edificio del Instituto Cántabro de Servicios Sociales), Cisneros y en algunas transversales de la calle Castilla.
En los soportales de la plaza Porticada, un grupo numeroso de sintecho ha encontrado lo que tenía en Isabel II, una zona tranquila y céntrica -para descansar y que les permite moverse fácilmente durante el día-, cubierta -gracias a los soportales- y también de bajo riesgo, ya que la noche es peligrosa y están expuestos a ser atacados. «Por eso, eligen dormir en grupo y en zonas tranquilas, de poco paso», explica un técnico social que trabaja con esta problemática que, a veces, parece invisible.
«Cerrar significa irse a otro sitio, no soluciona el problema de estas personas. Se necesita desarrollar una propuesta digna para ellos», señala por su parte Julio García, gerente de Nueva Vida, la asociación que gestiona desde que se inauguró el albergue municipal Princesa Letizia, que tiene 50 plazas y atiende cada año a 1.400 personas.
Cada noche duermen en las calles de Santander cerca de 35 personas. El sinhogarismo «requiere de una estrategia. No se soluciona con acciones de choque, sino que se necesitan medidas preventivas», continúa García. Entre estas acciones cita «la necesidad urgente» que existe en Santander de poner en funcionamiento un centro de baja exigencia, que se trata de un proyecto que anunció la Concejalía de Servicios Sociales el pasado mes de febrero, pero que se paralizó debido a las quejas de los vecinos de la calle Enseñanza (ubicación prevista para el centro), porque no querían una instalación de este tipo en su barrio.
Un centro de baja exigencia es un recurso habitacional que existe en muchos países y en otras ciudades españolas, donde prevalece el derecho de todo ser humano a garantizar su acceso a dormir bajo un techo.
A diferencia del albergue municipal -que exige unas normas de convivencia y no consumir alcohol y otras sustancias-, los centros de baja exigencia «no exigen a los usuarios estar libres de adicciones ni de consumo, sino que se considera que lo primero es otorgar una vivienda porque todos merecemos un techo donde refugiarnos del frío y recuperar la dignidad. Después, se trabaja desde ahí, poco a poco, en talleres y actividades para sacarles de la calle, pero no hay que ganarse tener un techo», expresa García.
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La concejala de Servicios Sociales, Zulema Gancedo, preguntada ayer por El Diario Montañés sobre esta cuestión, no quiso adelantar nada al respecto, aunque aseguró que «seguimos trabajando y muy pronto habrá noticias en este sentido». También corroboró que la concentración de personas sin hogar en la plaza Porticada «ha ido a menos con el paso de los días».
Las circunstancias de las personas que duermen en las calles son complejas y variadas. Entre los perfiles están las personas con problemas de adicciones, salud mental, sin recursos o gente de otros países que no tienen documentación. «Muchos de ellos son totalmente recuperables», asegura García. «La calle les desestabiliza mucho, su salud mental se ve afectada, pero con ayuda y seguimiento pueden recuperarse. Necesitan un motivo para vivir. No todos, pero muchos pueden salir. Por desgracia hay que gente que nunca saldrá de la calle», insiste.
Respecto a la concentración de personas sin techo en la Porticada, tiene visos de finalizar pronto porque «las luces de Navidad, las atracciones, el gentío, les llevará a mudarse a otro sitio de la ciudad donde puedan descansar y pasar desapercibidos», explican desde Nueva Vida, asociación que acumula una experiencia de un cuarto de siglo implementando programas para abordar esta problemática.
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