![Veraneo en los 'praos' santanderinos](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/2024/08/18/97256053-ksfB--1200x840@Diario%20Montanes.jpg)
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Por esos caminos donde dos coches no pasan a la vez y uno tiene que pararse para ceder el paso o incluso dar marcha atrás se encuentran esos 'praos' separados por morios -muros de piedras redondas que dejan pasar el viento para que no lo ... derribe- en los que los amigos y las familias se juntan y disfrutan del verano santanderino. Algunos son propietarios del terreno, otros lo alquilan junto a más personas y los hay que tienen el permiso del dueño para acceder a su interior. En un recorrido por estos caminos de tierra que serpentean y que unen la playa de La Maruca y El Bocal se pueden ver decenas de terrenos -rectangulares y no muy grandes en su mayoría- en los que se montan y desmontan carpas y sombrillas durante los días que el tiempo acompaña en la estación estival.
Pese a que muchas de estas fincas cuentan con puertas improvisadas -telas oscuras con hierros que abren y cierran- o incluso ni eso, pequeñas cuerdas que sirven para delimitar el acceso con un cartel de propiedad privada, el respeto entre vecinos es máximo. Algunos, como el caso de Marisol, llevan toda la vida viniendo a los 'praos': «Desde que yo era una niña he estado por esta zona, ahora tengo 61 años y he traído a mis hijos desde que nacieron. Al principio estábamos en un 'prao' más cerca del agua y ahora en este que está un poquito más alejado de la playa», cuenta Marisol mientras el resto de la familia espera a que se siente en la mesa. «Antes era mejor todavía, porque lo teníamos todo aquí y no traíamos casi nada. Desde que no se puede tener nada fijo, pues nos montamos aquí nuestro propio cenador, con una mesa de madera y aquí pasamos el día bajo la carpa».
Una de las cosas que más aprecia y valora de esta zona es la posibilidad de despreocuparse de problemas como el aparcamiento y el barullo que tienen las playas del centro. «A mí ya no me gusta ir a otra playa, dejamos los coches aquí dentro y solamente te dedicas a disfrutar con la familia, cosas sencillas como jugar a las cartas te pueden llevar a irte de aquí pasada la medianoche», apunta. Y es que al ser un espacio al aire y no haber viviendas a su alrededor no pueden molestar a ningún vecino. «Lo único que tienes cerca es el Instituto Español de Oceanografía, aquí nos ponemos a cantar que no vas a incordiar a nadie». Y en el caso de que el día se ponga malo, Marisol lo tiene claro: «Te coges, te marchas y ya está».
Sentadas en unas sillas de playa, Rocío y Maite esperan a que regresen sus respectivos maridos para terminar de montar bien la carpa, que ese día estaba dando más problemas de lo habitual. «Se nos ha atrapado ahí y no sube», sonríen tranquilamente. Un hábito nuevo para todos ellos, ya que desde la pandemia decidieron probar este nuevo plan para disfrutar del mar. «Antes íbamos muchísimo a la playa de San Juan de la Canal. Pero mira, entre que tenías que madrugar y no había aparcamiento, era un auténtico follón. Y cuando llegó la pandemia, sí que es verdad que había alguno que era de riesgo y nos dio un poco de reparo seguir yendo», puntualizan. «Un día paseando por aquí vinimos con unos amigos, que llevan como diez años veraneando así, de esta forma tranquila, y decidimos probar. Aquí te da igual venir a las diez de la mañana, cada uno sabe que tiene su sitio, llegas aparcas, y te da la tranquilidad. Hoy somos pocos, pero hay días que si hacemos una barbacoa, igual nos juntamos dieciocho».
En ese trasiego aparecen Emilio y Santi preparados para reparar el toldo. «El otro día, con el viento, se le ha salido un hierro y hemos tenido que ir a por las herramientas porque no veníamos pensando en tener que arreglar nada, la verdad». Ya con todos presentes en el 'prao' valoran el mantenimiento y uso que se les dan a estas fincas que en su mayoría se encontrarían «abandonadas a su suerte».
Durante el camino no es raro cruzarse con animales como caballos y perros, estos últimos salen al encuentro de todo aquel que pasa por los terrenos. Ya en otro de estos espacios, se encuentran José Luis y su mujer, que llevan treinta y cinco años con este estilo de veraneo. «Primero estábamos donde se hizo la piscifactoría y ahora nos hemos venido a esta zona algo más adentro. Somos cinco casetos, cinco familias, alquilamos este 'prao' entre los cinco, y aquí ya pues tenemos la comodidad de tener una mesa». En su caso tienen cuatro hijos y aprovechan estos días de buen tiempo para juntarse: «Normalmente, hay uno, el mayor, que no suele venir, pero los otros tres se apuntan siempre que pueden venir, lo que pasa es que ahora nos tocan algunos días de venir solos. Uno está de cumpleaños, el otro está por Irlanda, pues hoy viene nada más que mi hija. Pero sí, nos solemos reunir aquí».
Y aunque desde hace tiempo que no se puede tener nada fijo en estas fincas, José Luis cuenta con un pequeño camping gas para calentar la comida que se llevan: «Sacas las bolsas con lo que hayas traído para comer, le das un golpe de calor y a disfrutar», sentencia.
Y es que esta forma de veraneo está enfocada en aprovechar los días que haga «bueno». «Este tipo de plan está muy bien para la gente que tiene aún críos, porque es una forma de que estén en un sitio delimitado, corran sin peligro y puedas llevarlos a darse un chapuzón», cuenta Javier, un vecino de Monte, que pasea por los caminos. «Aunque este año no está siendo el mejor para bañarse, el mar está bastante bravo», añade.
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