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Mario Crespo
Miércoles, 19 de octubre 2022, 07:21
No puede negarse su posición privilegiada en el centro de la ciudad: 2.400 metros cuadrados en el Ensanche del siglo XIX, espacio que iba a ampliar las cuadrículas ganadas al mar, al impulso de la creciente burguesía mercantil, entre la plaza del Príncipe y ... Puertochico (que mejor se escribe junto, por cierto), teniendo bien cerca la inminente plaza de Pombo y los edificios de viviendas acomodadas que iban a levantarse alrededor. El comercio franco con América y la llegada de productos castellanos fueron elementos decisivos que acabaron proyectándose en el entramado urbano con necesarias construcciones para uso público y uso particular. Era completamente imprescindible entonces llevar a cabo un plan de organización y saneamiento de la compraventa de productos perecederos; apenas medio siglo antes Jovellanos, al visitar Santander, había ponderado sus enormes posibilidades, pero lamentado el estado en que se encontraban sus calles y, de paso, la incompetencia del alcalde con quien se había tropezado en su viaje.
Para conocer la historia de toda esta parte del Santander decimonónico, uno puede leer los trabajos de María del Carmen González Echegaray, José Simón Cabarga o, más recientemente, Luis Sazatornil. Y completar la lectura con un paseo por el empedrado del Mercado, que es el original reinstalado en este suelo que ya es casi doblemente centenario.
El Mercado del Este se construyó entre 1839 y 1842, durante la alcaldía de José María López Dóriga, sobre dos manzanas del Ensanche. El edificio supuso un acontecimiento, ya que se comenzaban a extender las galerías comerciales en las ciudades europeas y, en este caso, la solución que planteó Zabaleta fue, sobre una planta rectangular (40 metros de ancho por 60 de largo), una sola altura con una grácil y luminosa cubierta de madera y varias puertas que facilitaban el acceso y la ventilación. Parece que en su inicio se había planteado como un 'paseo público a cubierto'. El resultado no es un edificio sobrecargado de decoración, es más bien sobrio y discreto, aunque bien proporcionado e integrado en su entorno. Destaca, pues, sobre todo su diseño, por encima de los elementos ornamentales que pueden ser llamativos en otros mercados similares. Dicen que el interior viene a ser como una pequeña ciudad dentro de la misma, con calles y esas fachadas comerciales que venían a ser los puestos de carnes y frutas de la época.
Precisamente en la exposición 'El Japón en Los Ángeles. Los archivos de Amalia Avia' que puede verse estas semanas en la sala Alcalá 31 de Madrid se ha incluido una vista interior del Mercado del Este santanderino, tema muy del gusto de la pintora realista, a la que le atraían especialmente los escenarios urbanos abandonados. Así se encontró este espacio la artista toledana y así lo pintó en 1988.
Aunque dos años antes, en 1986, fue declarado bien de interés cultural, el Mercado del Este dejó de usarse y estuvo varios años en estado de ruina, a la espera de que se tomara una decisión sobre su futuro: demolición definitiva o rehabilitación que, en el caso del Mercado, fue una auténtica reconstrucción a partir del año 2000, no exenta de las polémicas que casi siempre traen consigo las actuaciones más o menos traumáticas sobre edificios señeros que forman parte íntima del imaginario colectivo. Pero, pasado ese trance, al menos ahí está conservado el Mercado del Este, reutilizado con nuevos materiales y respetada su forma antigua. Actualmente, lejos ya de los viejos puestos que se distribuían en sus callecitas, constituye una galería comercial con establecimientos de alimentación, restauración, joyas, flores, regalos, peluquería, enmarcaciones y hasta un área de juegos infantiles; está abierta de ocho y media de la mañana a doce de la noche. En la planta baja, que no existía antes de la reconstrucción, reside, como siempre temporalmente, el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria.
Merece la pena recordar al arquitecto del Mercado, Antonio de Zabaleta, que, aunque nacido en Madrid en 1803, fue uno de los arquitectos más influyentes en la construcción del Santander mercantil. Contribuyó decisivamente al crecimiento urbano de la ciudad y contentó las expectativas de la pujante burguesía de la época. Figura entre los mejores representantes del abandono del clasicismo formal, en favor del nuevo romanticismo que habría de imponerse desde algunos países europeos, singularmente Francia. Hizo sus primeros estudios en las Escuelas Pías de San Antonio Abad de Madrid. Parece que entre 1815 y 1818 siguió su formación en la Real Academia de San Fernando, dedicado al estudio de las matemáticas, el dibujo natural y la delineación arquitectónica.
En una época tan convulsa para la historia de España, se apuntó Zabaleta, como tantos otros, a la causa liberal, en la pugna contra el absolutismo borbónico, y durante el Trienio Constitucional sirvió a su nación como miliciano. La llegada de los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823 precipitó su exilio hacia París. Aprovechó su estancia para asistir a clases en la Sorbona de los prestigiosos profesores Nachette y Dulhiot. Era asiduo y activo visitante del taller de Félix Duban, situado entre los miembros de la vanguardia del clasicismo romántico. En 1830 y 1831 la Academia de San Fernando le concedió una pensión para residir en París y en Roma, ciudad en la que entró en contacto con el grupo artístico romántico de los 'nazarenos catalanes'.
En 1838 obtuvo la plaza de 'arquitecto-fontanero' que el consistorio de Santander había sacado a concurso. Hasta 1842 en que renunció a su cargo, realizó obras notables: la casa de los arcos de Botín en la plaza de Pombo, el Mercado y la Pescadería de las Atarazanas y el nuevo puente de Vargas, que sustituyó al que había de madera. Reformó parcialmente la fuente del Río de la Pila, la Aduana, el convento de Santa Clara y el conjunto de las casas consistoriales. Durante su estancia en Santander, Zabaleta impartió clases de aritmética, geometría y dibujo arquitectónico en el Instituto Cantábrico. Entre sus amistades montañesas estuvo Agustín de Riancho, de quien fue valedor en sus primeros años pictóricos. Además, en 1844 formó parte de la Comisión Provincial de Monumentos y desde ella hizo una de las primeras investigaciones sobre la arquitectura medieval en nuestra región.
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