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daniel roldán
Lunes, 22 de agosto 2016, 21:54
Altos, fuertes, habilidosos y con ganas de aventura. Eran las cuatro principales premisas que necesitaban los altos mandos de los ejércitos involucrados en la Segunda Guerra Mundial para componer las nuevas unidades de combate. Novedosas porque estaban organizadas y tenían las bendiciones de generales con ... unas cuantas estrellas, no porque el combate tras las líneas enemigas haya sido un hecho extraordinario a lo largo de la historia. Los bandoleros españoles que atosigaron a las tropas napoleónicas hasta desquiciarlos protagonizaron el primer caso de golpear un objetivo concreto contra el enemigo y retroceder a posiciones defensivas. Es más, los ingleses llevaron la palabra guerrilla, en español, a su lenguaje para designar este tipo de combates.
Unas operaciones similares se llevaron a cabo durante la guerra civil estadounidense. Pero es en el teatro de la Segunda Guerra Mundial cuando los altos mandos se dan cuenta de que es necesario golpear más allá de las líneas enemigas. «En muchas ocasiones era simplemente para demostrar que se tenía esa capacidad y demostrárselo a la opinión pública y, en otras ocasiones, eran de gran envergadura», explica Manuel Prieto, divulgador histórico y autor de 'Operaciones especiales de la II Guerra Mundial' (Ed. La Esfera de los Libros, 2016). En esa época se crean los comandos, el Servicio Aéreo Especial (los famosos SAS británicos), el Grupo del Desierto de Largo Alcance (LRDG, en inglés) que atosigó a Rommel en las arenas norteafricanas hasta desesperar a uno de los mitos del Ejército alemán, que también contaba con unas fuerzas especiales muy preparadas.
El rescate de Mussolini
El grupo Friedentahler, por ejemplo, al mando de Otto Skorzeny, realizó alguna de las acciones más sorprendentes del conflicto. «Hicieron las operaciones más espectaculares. La acción del Gran Sasso, donde aterrizaron en un hotel en medio de la nada y rescataron a Mussolini, es impresionante», apunta Prieto, que analiza algunas de estas acciones en 'Operaciones especiales de la Segunda Guerra Mundial' (La Esfera de los Libros).
Skorzeny, austriaco y nacionalsocialista hasta la médula, que después del conflicto se refugió en España hasta su muerte en 1975, dirigió algunas de las operaciones «más audaces», además de rescatar al tirano italiano en la conocida como 'Operación Roble'. Por ejemplo, la 'Operación Greif', en la que los alemanes intentaron golpear a las tropas estadounidenses en las Ardenas disfrazados con los uniformes de sus enemigos; o la 'Operación Puño de Hierro' para arrebatar al almirante Miklós Horthy la presidencia húngara, por díscolo al régimen nazi, y colocar al más manejable Ferenc Szálasi.
Unas acciones espectaculares llevadas a cabo por soldados voluntarios. «Había más demanda que oferta. Tenían más libertad y más paga. Su selección se hacía en el propio entrenamiento. Pero lo más sorprendente es que muchos acudían llamados por la aventura. Es curioso que mucha gente se jugaba la vida por vivir la experiencia», comenta Prieto. Además, estos soldados presumían de ser especiales. «Skorzeny no esconde en su autobiografía que ellos se sentían la elite de la elite», indica. Y aunque todos los ejércitos usaron a estos valientes, fue el británico el que más apostó por ellos. «Era el que más unidades tenía, aunque por número los primeros serían los americanos. Estos, por cierto, crearon sus Rangers copiando al SAS», comenta el autor.
Un engaño tras otro
Entre las acciones militares que realizaron las tropas al servicio de su majestad destaca la operación Mincemat que, además, comenzó en España. El cadáver del supuesto comandante William Martin, de los Royal Marines, aparece en la playa onubense de El Portil. Rápidamente los nazis destacados en España se enteran y registran el cadáver. «Los aliados suponían que los alemanes iban a desconfiar de los documentos encontrados. Así que pusieron algo de la invasión a Sicilia y crearon un engaño para convencer al alto mando alemán de que nada era verdad», explica Prieto. La estratagema coló: los nazis se persuadieron de que el objetivo de la invasión eran Cerdeña y los Balcanes. Hasta se creyeron que el militar era real. Al parecer era un vagabundo galés llamado Glyndwr Michael.
«Todas las estrategias de distracción para el Día D fueron también increíbles, como la creación de un ejército falso de desembarco y las infiltraciones en Francia. O el trabajo anterior, haciendo creer que el ataque iba a ser en Calais o en el golfo de Vizcaya», señala Prieto, quien también destaca el magnicidio de Reinhard Heydrich, el creador de la solución final nazi y asesinado en Praga por militares checos. Entrenados, cómo no, por las fuerzas especiales británicas.
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