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La verdad en tiempos de la posverdad

La recuperación por la prensa del status de ‘cuarto poder’ pasa por la recuperación de la verdad. Cuanto antes. La capacidad de recuperar la verdad sigue siendo la ventaja competitiva de los grandes medios de comunicación

Javier Vega Viota

Lunes, 3 de abril 2017, 13:45

"¡A buenas horas mangas verdes!", este viejo refrán español alude a que es demasiado tarde para resolver el problema porque ya no tiene remedio, se ha terminado lo que se tenía que acabar. Algo así parece haber ocurrido con un valor social tan imprescindible como la verdad: nadie te dice lo que realmente piensa sino lo que quiere que pienses; nadie confiesa sus verdaderas intenciones; nadie explica lo que realmente ha sucedido. Se ha perdido la confianza en la palabra del otro, las relaciones se levantan sobre un terreno de arenas movedizas constituidas por medias verdades, relatos alternativos, tergiversaciones flagrantes... La palabra se ha devaluado hasta límites impensables, la gente ya solo da crédito a lo que le conviene y en función de quien lo dice no de lo que se dice. La opinión pública ha dejado de tomar forma, es un calidoscopio.

¿Qué puede hacer la prensa en tiempos de la posverdad, cuando un sector de la población ya inmenso pero en progresión uniformemente acelerada- lo tiene asumido como es lo que hay y procede a practicarlo sin ninguna mala conciencia, o sea de forma inconsciente, porque no hacerlo acarrea el claro riesgo de no ser tenido en cuenta para lo que socialmente importa?

La respuesta, en absoluto obvia, sería regresar al abandonado camino de buscar la verdad oculta tras las falsedades ¡y publicarla! No es obvio porque, a corto plazo, resulta más rentable pronunciar el shakesperiano 'As you like it' y darle al público lo que pide. Solo que, al hacerlo, el autor pierde su autoridad, no tiene más credibilidad que la miríada de blogueros que pululan por las redes sociales, se convierte en uno más, pierde el cetro del cuarto poder.

Shakespeare resolvió el dilema, como Cervantes, estableciendo dos niveles de lectura: cantarle al público sus cuatro verdades cuidadosamente envueltas en aquello que más le gustaba oír. Los autores más recientes pudieron jugar con ventaja: trabajaron en las empresas de quienes tenían el control de la circulación. Muchas veces la controlaban ellos mismos pero, en todo caso, gozaron de lo que vino en llamarse la plusvalía del nombre; funcionaban igual que las marcas más populares a la hora de impulsar las ventas, pudieron imponer sus condiciones al socio empresarial y ejercer así su autoridad moral.

Esto se acabó cuando se produce el Big Bang. La Internet gratuita ha puesto el sistema patas arriba. A la prensa solo le queda una alternativa: saciar la sed de verdad que, por muy reprimida que se encuentre en estos tiempos, parece seguir alentando en el subconsciente colectivo. La sed sigue ahí puesto que el público no cesa de atiborrarse con todos los sucedáneos que se le ofrecen. Ahora bien, como ocurre con el jamón serrano y el queso manchego, cuando el público prueba el producto auténtico lo reconoce de inmediato y más lo aprueba cuanto más tiempo hace que no lo prueba. Esto es así porque le funciona la memoria histórica ¿Pero qué ocurrirá con las nuevas generaciones que nunca conocieron el sabor de la verdad? La atrofia, después de todo, es un fenómeno evolutivo tan relevante como cualquier modificación genética positiva.

Sea de ello lo que fuere, creo indubitable que la recuperación por la prensa del status de cuarto poder pasa por la recuperación de la verdad. Cuanto antes. La capacidad de recuperar la verdad sigue siendo la ventaja competitiva de los grandes medios de comunicación, precisamente por tener a su disposición medios prohibitivos para el bloguero independiente. Por citar los ejemplos que tengo más a mano, el New York Times y el Washington Post parecen haberlo comprendido así y han puesto en marcha una campaña regenerativa ejemplar. A nivel español (y conste que no lo digo por barrer para casa) creo que los medios regionales del grupo Vocento también ha visto la luz. Cierto es que tampoco habían caído tan bajo como los desesperados medios nacionales.

La consagración de la prensa como cuarto poder ocurrió en todas partes con el advenimiento de la democracia, que hace de ella una institución a la par del ejecutivo, el legislativo y el judicial. Su futuro, por tanto, está ligado a la misma suerte que ésta vaya a correr. Una cosa es que la única solución al alcance de su mano sea la recuperación de la verdad y otra, muy distinta, que esté a tiempo de lograrlo antes de que todo el tinglado se venga abajo. A la par que por la democracia, tenemos que luchar con uñas y dientes por restaurar la opinión pública sin que podamos hacerlo con la certeza de si habremos traspasado o no la línea roja que marca el punto de no retorno.

Como tantas otras veces en la historia no podemos descartar que estemos peleando una guerra que ya se ha perdido. El no ya lo tenemos, pero es tan inaceptable la alternativa que resulta preferible morir en el intento. Es recomendable en estos casos adoptar ese esplendido pesimismo cristiano que practicaban los jesuitas. Parafraseando una de sus máximas: "Actúa como si no existiera la Verdad y confía en la fuerza de la Verdad como si ninguna fuerza tuvieras".

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