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Trabajaba en un despacho de abogados de la elite y acababa de comprar una casa de casi dos millones de euros. Siempre había antepuesto sus responsabilidades laborales al tiempo familiar, pero había comenzado a dormitar en sus ratos libres, incluso en el sillón expuesto en ... una tienda, y a desatender a sus hijos cuando se quedaban con él tras el divorcio. «Apático y pálido», le describiría luego su expareja Eliene Zimmerman, en el libro 'Bofetón', editado por Yonki Books. «Muy delgado, tembloroso y agotado». «¿Te encuentras bien? ¿Te pasa algo?», le preguntaba y él respondía: estoy bien, y culpaba al trabajo o a un extraño síndrome que decía le habían diagnosticado.
Todo falso, como sabría en poco tiempo Zimmerman, pocos meses después, cuando le encontró muerto en el baño de su dormitorio, con una dosis de cocaína y opioide preparada en el lavabo y otra pinchada en unas amoratadas extremidades. En este libro, que parte de su experiencia y sigue con una investigación sobre la drogadicción en las altas esferas, la autora desmitifica la idea de que los que mueren de sobredosis son personas marginales y sin recursos.
«Debemos dejar de lado nuestras ideas preconcebidas sobre quién o cómo es un adicto», explica a este periódico quien se reconoció en sus memorias como clasista. «No existe un único tipo de persona que se vuelva adicta a algo, y ser pobre no significa que sea más probable desarrollar una adicción que alguien rico. La riqueza, la educación, el estatus social: nada de eso protege contra el desarrollo de una adicción».
Tras aquella muerte, Zimmerman quiso demostrar que la adicción «no es en absoluto una excepción» en profesiones con una dinámica agobiante. «Cualquier bufete de abogados o cualquier empresa que promueva una ética de trabajo implacable, en la que se trabaje muchas horas, conceda muy poca autonomía y tenga una cultura que imponga: 'lo que el cliente quiera, hágalo, sin importar el costo personal', tendrá empleados sobrecargados, muy estresados, ansiosos y deprimidos. Y esa es una receta para el abuso de drogas y alcohol».
Cuando Zimmerman revisó el móvil de Peter vio que su último uso fue para hacer una reunión con un cliente. Los años posteriores encontró que los abogados solían consumir opioides, cocaína, anfetaminas con receta (adderall), marihuana y alcohol; los financieros, cocaína y medicamentos para tratar el trastorno de déficit de atención y la narcolepsia; los informáticos, opioides; los médicos, LSD...
«Algunos profesionales a quienes entrevisté saben que tienen un problema de drogas pero no buscan ayuda, muchos están en recuperación y otros consumen pero sienten que no tienen un problema», escribe Zimmerman.
El entorno quizás lo sepa y prefieran ignorarlo o no se da cuenta, como ella misma. «Espero que cuando la gente lea mis memorias, salgan conscientes de sus propios prejuicios al asumir qué tipo de persona es un adicto. Porque no existe un único tipo de persona que desarrolle una adicción», responde.
Pero avisa: «No puedo hablar de lo que está sucediendo en España o Europa, aunque creo que hay una conciencia cada vez mayor sobre los riesgos de adicción debido a factores estresantes en el trabajo. En Estados Unidos los abogados jóvenes también han dicho en las encuestas que no quieren aceptar el tipo de vida que tuvieron sus predecesores. Quieren un mayor equilibrio entre vida personal y laboral. Y creo que es una señal muy esperanzadora».
En el historial de su expareja, halló que podía existir una predisposición genética que le hiciera más vulnerable a la adicción. Ya fuera de la trama publicada por primera vez en 2015 y traducida al español este año, estuvo atenta al comportamiento de sus propios hijos. «Tenía mucho miedo de que hubieran heredado esa predisposición a la adicción, eso es cierto», rememora Zimmerman. «Después de la muerte de su padre, hablamos mucho. Fue un desafío cuando estaban en la universidad, debido a la cultura de fiesta, pero ambos eran muy conscientes de que tienen un riesgo diez veces mayor de desarrollar una adicción. Siempre los estoy vigilando, pero han demostrado ser adultos muy responsables».
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