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A su consulta llegan pacientes con una cesta de huevos, una bolsa con tomates y pimientos o un bizcocho recién horneado. «Son muy agradecidos, sobre todo los mayores. El otro día una abuela me regaló la estampita de un santo. 'Es para que le proteja, ... doctor', me dijo».
La cercanía, la desbordante humanidad en el trato y, claro, la familiaridad se erigen como las señas de identidad de una medicina con un nombre que lo dice todo: familiar y comunitaria, la única especialidad que acompaña al paciente a lo largo de toda su vida, la que les cuida de manera integral (no cura una enfermedad en particular), la que valora a la persona como un todo y convierte al médico en un amigo, un psicólogo, un confidente... en un miembro más de la familia.
Pero ese recetario de virtudes no acaba de convencer a los MIR. Un año más ha sido la única disciplina que, tras la repesca, se ha quedado con plazas vacantes, 246, casi el doble que en 2023.
Fran, Herme y Albert son tres médicos de familia que no cambiarían por nada su trabajo en consultorios de la España despoblada, los que más dificultades presentan para cubrir los puestos. Representan a tres generaciones distintas. Francisco Ubet, de 31 años, es residente de cuarto año (el último de la especialidad) y está destinado en un centro de salud de Segovia capital, desde donde también atiende a aldeas de apenas cien vecinos. Hermenegildo Marcos, de 65, es un veterano galeno que lleva ejerciendo 41 años, los últimos veinte como médico rural en varios pueblos de Zamora. Y Albert Foo, de 40, es médico rural en Laza, una parroquia orensana de algo más de mil habitantes.
246 Medicina de Familia y Comunitaria
Tras la repesca del MIR del pasado miércoles, han quedado vacantes 246 plazas de médico de familia, casi el doble que el año pasado (131). Las sociedades que representan a los médicos generalistas lo justifican en que es la especialidad que ha ofertado más plazas, casi 2.500. «Si se hubieran ofertado 500 se habrían cubierto todas de sobra», apuntan. La siguiente especialidad en ofrecer más puestos ha sido pediatría, con 500 plazas, cinco veces menos que medicina familiar. Jimena Riesco, la número 17 del MIR, fue la primera en elegir esta especialidad. La última llegó con el número de orden 11.748.
Los tres conocen al dedillo a sus pacientes, pero también el entorno en el que se desenvuelven, sus circunstancias familiares y sus relaciones sociales, algo que trasciende del mero historial médico.
«La medicina de familia es cercana, accesible, humanista e integral, y genera un alto grado de confianza», describe Albert. «Somos uno más de la familia porque estamos ahí para lo que necesiten. El trato humano con los pacientes es insuperable, y esta parte social no la encuentras en ninguna otra especialidad», apunta Fran. «Sigues la evolución de la persona a lo largo de su vida y si tiene un problema serio de salud como un cáncer o una depresión, sabes qué recursos tiene o si puede contar con los amigos o con la familia», añade el zamorano Herme, que a sus 65 años podría estar jubilado pero se ha reenganchado «porque hacemos más labor trabajando que dando paseos».
Corrales del Vino, El Piñero, Fuentespreadas y Cuelgamures, al sur de Zamora, conforman el territorio donde don Hermenegildo (los más mayores se dirigen a él con un respeto casi reverencial) recibe a paisanos que empiezan preguntándole por un dolor muscular, luego le dicen que no ven bien y acaban contándole que duermen mal porque tienen problemas con un hijo. «Vas cambiando de patologías y hay que tener cintura, pero eso también es lo bonito de la especialidad», valora.
A veces la cercanía se traduce en gestos que les toca el corazón. Fran recuerda una guardia en Aguilafuente, un pueblo a 30 kilómetros de la capital segoviana, en la que atendió a un paciente con un cuadro de ansiedad (sí, en la España rural también hay ansiedad) y con el que a los pocos días se reencontró haciendo otra guardia en las urgencias del hospital de Segovia. «Al ver una cara conocida, simplemente con eso, se tranquilizó. Estuvimos hablando y no hizo falta darle ningún tratamiento urgente», recuerda el joven residente, que sabe bien del efecto balsámico que produce coger la mano de tu paciente, dedicarle unas palabras tranquilizadoras o mostrarle una sonrisa. «Transmitir alegría y confianza cura... ¡sin duda!», exclama el MIR, un tipo entusiasta y la mar de risueño.
En las agendas diarias de nuestros doctores hay Sinforosas, Anastasios y Demetrios, un termómetro de la avanzada edad de sus parroquianos. El otro día a Herme le llegó un abuelo con alzhéimer al que lleva tratando 20 años, cuando la enfermedad aún no había empezado a borrar su memoria. «Cuando entró por la puerta me sonrío y de alguna forma me reconoció. Eso te llega al alma».
Cuentan lo gratificante que es sentirse como uno más de la familia, lo agradecidos que son los viejillos («el que tiene gallinas, te trae huevos y el que tiene un huerto, verduras») y lo entrañable que es escuchar un 'Dios le bendiga' cuando visitan a algún paciente en su casa o les telefonean para ver cómo siguen. «Muchos viven solos y no sabes lo que te agradecen que te intereses por ellos».
Pero si como dice Herme, la suya es la forma más bonita de ejercer la medicina, ¿por qué no resulta tan atractiva para los MIR? «Hay factores como la sobrecarga asistencial, la inestabilidad laboral y por supuesto la falta de incentivos económicos, pero una razón de peso es que es una rama poco conocida. Muchos piensan que ir a una zona rural podría retrasar su formación y actualización; por eso hay que potenciar la medicina rural desde la formación universitaria frente a esa idea tan centrada en la atención hospitalaria», diagnostica Albert.
Herme aboga por difundir las bondades de la atención primaria «porque lo que se conoce se acaba queriendo», pero necesita estímulos como incentivos salariales, viviendas dignas y periodos de formación para que los médicos «puedan desarrollar sus inquietudes profesionales aunque estén en un pueblo».
Y a Fran, ahora mismo, no le preocupa tanto el sueldo (él gana con las guardias unos 2.700 euros al mes) sino que le parece más inquietantes la falta de estabilidad, todo un freno para conciliar y poder formar una familia en el futuro. «Sé que cuando acabe mi residencia no voy a ir al paro, pero vamos encadenando contratos temporales que complican el asentarse en un sitio, y eso desincentiva elegir esta especialidad».
Así que si la medicina familiar se encarnara en un paciente dubitativo y tras la analítica preguntara eso de ¿es grave doctor?, seguramente entre las paredes de la consulta escucharía: pronóstico reservado.
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