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Daniel Fernández
Gijón
Jueves, 29 de febrero 2024, 10:55
Ana Cuartas tenía cuatro años cuando fue violada por primera vez. Su agresor era su padre, el hombre que debía protegerla, pero que convirtió su vida en un auténtico infierno. Cada vez que pedía ayuda se la negaban. Buena parte de su entorno familiar ... e, incluso, la Policía. Ni siquiera la paliza que le propinó su padre por negarse a ser sometida y que le obligó a permanecer 45 días ingresada en el hospital sirvieron para que saltaran las alarmas. «Déjate de inventarte cosas», le llegaron a decir en su casa y en una comisaría. Y así, hasta que cumplió los 17 años. Alguien la creyó y su padre fue detenido y llevado a juicio. El delito había prescrito, pero su abogada encontró la forma para que fuese juzgado. Gracias a una fórmula llamada «cuasiprescripción», logró llevarle a la cárcel -ocho años de prisión y 35.000 euros de indemnización-, donde ingresó el 2 de marzo de 2016. Ana Cuartas vuelve a vivir la pesadilla. Este miércoles, tras cumplir su condena, su padre, su violador, salió de prisión. «No hay derecho a que mi padre me haya violado durante años y salga de la cárcel sin ninguna orden de alejamiento. Las víctimas de los agresores estamos totalmente desprotegidas. El sistema no nos protege», afirma.
Ana Cuartas es un ejemplo de un sistema que tiene fallos. «Nos convierte en víctimas de por vida», afirma. Esta mujer, que hoy tiene 44 años, reclama que para las víctimas de agresiones como ellas se articulen medidas que garanticen su protección. Empezando porque casos como el suyo se consideren como de violencia de género. «Yo no estoy considerada así porque quien me violó desde los 4 hasta los 17 años fue mi padre, no mi pareja», explica. Y luego, porque una vez que sus agresores cumplan condena dispongan de una orden de alejamiento que les impida encontrarse. «Mi padre está en la calle y yo no puedo ir a Asturias a ver a mi familia», afirma Ana Cuartas, que reside desde hace un tiempo en Galicia.
«Son cosas incomprensibles. Mi padre, que no ha pedido perdón, que sigue negando las agresiones que sufrí por su parte, que no se ha reinsertado, está en la calle y yo, que soy su víctima, tengo que vivir con miedo a salir de casa por si me está esperando», lamenta.
«Mi padre es una persona violenta, que nos ha intimidado toda su vida y agredido», insiste esta víctima de agresiones sexuales continuadas. Por ello, reivindica que se elaboren protocolos de actuación para proteger a las víctimas una vez que el agresor haya cumplido condena y que se fijen órdenes de alejamiento que impidan a sus víctimas encontrarse con ellos. «¿A qué hay que esperar? ¿A qué pase alguna desgracia?», se pregunta.
El infierno que empezó a vivir Ana Cuartas comenzó «cuando tenía tres o cuatro años» en Colloto, donde residía la familia. «Recuerdo la primera vez. Tenía tres o cuatro años y, cuando se tumbó sobre mí, le intenté apartar con mis piernas y me pegó». Lo hizo muchas veces más. Nadie la creyó. Cuando tenía quince años fue con una amiga a la Comisaría a contar lo que pasaba. Tampoco la creyeron. Ni su familia. «Los trapos sucios se lavaban en casa», le decían. Logró grabar una confesión de su padre en una cinta y demostrar los abusos, pero volvieron a intentar silenciarla.
Especialmente su hermano, el principal apoyo de su padre, y con quien no mantiene relación alguna. «Ni siquiera a mi madre, que es invidente, y a mi nos dejó estar con mi hermana, fallecida de cáncer en 2020. No nos dejó despedirnos de ella ni tener sus pertenencias».
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