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INÉS GALLASTEGUI
Martes, 2 de enero 2018, 07:11
Desear un feliz año nuevo a los demás es tirado. De hecho, es gratis. No hay más que ver nuestros grupos de whatsapp y bandejas de correo, abarrotados estos días de frases, fotos y vídeos en los que reina el optimismo más desaforado, una ... confianza casi infinita en que la suerte nos será favorable. Pero, en el fondo, todos sabemos que si 2018 nos va bien será, sobre todo, cosa nuestra, no del azar. La costumbre de hacer propósitos para que el año que comienza sea mejor que el que acaba tiene 4.000 años. El hábito de incumplirlos, otros tantos. «Las personas somos coherentes, para lo bueno y para lo malo. Cambiar es muy difícil. Si eres una persona sedentaria o consumes dos cajetillas de cigarrillos al día, no puedes convertirte de repente en un atleta o en un no fumador», advierte la psicóloga Raquel Carrasco.
Parece que los 'inventores' de los propósitos de año nuevo fueron los babilonios, hace cuarenta siglos. Eso sí, su calendario empezaba en nuestro actual marzo y, lejos de confiar en sus propias fuerzas, depositaban su fe en la divinidad: hacían promesas de buen comportamiento a cambio de la protección de los dioses.
Algo similar hicieron los romanos cuando, en el año 46 aC, Julio César instituyó el primer mes del año en honor a Jano, deidad de las puertas, los principios y los finales. Considerando su capacidad para mirar simultáneamente al pasado y al futuro, le dedicaban diversos sacrificios y se comprometían a cumplir ciertos preceptos a cambio de que utilizara sus poderes en favor de sus fieles.
Fueron los cristianos los que, por primera vez, empezaron a ver en el cambio de año una buena ocasión para repasar su conducta de los últimos doce meses y hacer votos para mejorarla en los doce siguientes. Y así, hasta hoy.
Dejar de fumar, aprender inglés, perder peso, apuntarse al gimnasio e ir de vez en cuando, ligar más, correr un maratón, encontrar el amor, ahorrar... Da igual lo que uno se proponga: lo más probable es que dentro de doce meses todo siga exactamente igual. O peor, porque fracasar daña nuestra autoestima y hace que perdamos credibilidad ante nosotros mismos. «Si te planteas un objetivo poco realista o demasiado radical, cuando fracasas la creencia de que no puedes hacerlo se instaura aún con más fuerza; te roba la autoestima, te convence de que no eres capaz, que eres un negado», resalta la psicóloga de la consulta Plenum, en Granada.
Por ejemplo, si uno nunca ha hecho deporte, lo ideal para ponerse en forma es empezar por ponerse las zapatillas y dar un paseo de diez minutos. «Eso no te endurece los glúteos, pero consigue algo más importante: comprobar que puedes hacerlo, romper esa dinámica del fracaso», explica Carrasco. O dicho de otro modo: uno no es presa de sus costumbres; puede cambiarlas, pero para eso hace falta tiempo, fuerza de voluntad y, muy importante, motivación.
En ese sentido, la psicóloga cree erróneo que nos dejemos arrastrar por corrientes y modas y acabemos por adoptar las mismas metas que todo el mundo y que, en el fondo, no nos importan nada. «Si la lista está llena de propósitos que tienen que ver con encajar en un estereotipo, y no en lo que de verdad te hace sentir bien, tiene muchas más posibilidades de fracasar», advierte la especialista.
Quizá resulte deprimente que se lo digan a bocajarro un 2 de enero, pero apenas una de cada diez personas que resuelve iniciar una nueva vida al arrancar la última hoja del calendario triunfa. Para ser más exactos, el 88% de los 3.000 participantes en una investigación dirigida en 2007 por el psicólogo británico Richard Wiseman admitió haber sido incapaz de cumplir sus resoluciones de año nuevo. Y eso que más de la mitad tenía expectativas elevadas en su fuerza de voluntad. Otro estudio de la Universidad de Stanford concluyó que hasta el 40% de los descalabros se produjeron en las primeras semanas del año.
Wiseman, profesor de la Universidad de Hertfordshire, no se limitó a constatar esa triste realidad, sino que también estudió las estrategias seguidas por ambos grupos -los que lo lograron y los que no- para averiguar cuáles de ellas funcionaban y cuáles estaban abocadas al fracaso más estrepitoso.
Tras su análisis, el autor de varios bestsellers sobre Psicología elaboró un decálogo de consejos para, este año sí, cumplir los propósitos. La primera, en la frente: «Haz solo uno. Tus posibilidades de éxito son mayores cuando canalizas la energía en cambiar solo un aspecto de tu comportamiento». Sobre la elección de objetivos, el experto recomienda no seguir al rebaño -«Piensa en lo que realmente quieres tú»- y evitar aquellos en los que ya se haya naufragado antes.
Respecto a cómo plantearlos, Wiseman considera más efectivo expresarlos por escrito; dividir una meta en varios pasos y darse un pequeño premio con cada logro parcial; recordarse a uno mismo regularmente cómo mejorará nuestra vida; y contárselo a todo el mundo, para conseguir apoyo. Y sobre los fallos -que, inevitablemente, los habrá-, lo mejor es considerar cada recaída en los viejos hábitos como un revés temporal, no como una razón para rendirse.
Rosa Jiménez nunca ha leído a Richard Wiseman, pero sus estrategias calcan casi a la perfección las indicaciones del experto. Todo empezó hace unos diez años, cuando aprovechó las primeras páginas de la agenda que regalaba en diciembre una revista femenina para apuntar sus diez propósitos para el periodo siguiente. En este tiempo, ha conseguido objetivos de lo más variado, entre ellos algunos que le parecían imposibles, como hacerse 'runner' o aprender idiomas, a base de pequeños logros que van creciendo en ambición año tras año. «La primera vez que corrí aguanté dos minutos de reloj y creí morirme», explica esta funcionaria de Hacienda de 47 años, que hoy en día es capaz de trotar 10 kilómetros y participa en carreras populares en su ciudad de residencia, Sevilla. Para este año se plantea como reto entrenar al menos tres días a la semana. «Y estoy pensando incluir un día de natación, pero me da miedo escribirlo, porque me parece muy duro», reconoce.
Prefiere las metas realistas y prácticas, desde aprender a cocinar los tradicionales 'macarons' franceses hasta seguir una rigurosa rutina de belleza, pasando por editar los álbumes de fotos familiares pendientes desde la comunión de sus hijos. Pero también se atreve con deseos de largo alcance. Hace unos años se planteó retomar su oxidado francés del instituto y este curso ya se enfrenta al B 2 y planea hincarle el diente al inglés el próximo otoño.
Aunque su fuerza de voluntad está fuera de toda duda -es ingeniera de Caminos y aprobó su oposición a la primera-, Rosa evita machacarse con metas que considera fuera de su alcance. «Podría prepararme las oposiciones del grupo A, pero ahora mismo no me veo con fuerza», admite.
«Siempre me ha gustado emprender nuevos proyectos, cerrar cosas y empezar cosas, y esto es como un reinicio -explica-. Me parece muy importante escribirlos; parece que te obliga más, que te ayuda a tomar conciencia. Si eres una persona muy disciplinada, da igual, pero si no, los propósitos se quedan en algo etéreo. Yo los reviso de vez en cuando y a fin de año evaluó cuántos he conseguido alcanzar».
-¿Y qué tal?
-Suelo cumplir el 80%. Los que no cumplo, los paso a la agenda del año siguiente o, si ya no me hacen tanta ilusión, los desecho.
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