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De arriba a abajo y de izquierda a derecha, Alberto, uno de los jóvenes que vuelve en verano; Miguel, vendedor de verduras; Gabriel, que regresa siempre que puede desde Madrid; Arancha, que lleva el bar de Cabra de Mora, Mari Paz, la asistente social de varios pueblos; y un vecino de todo el año. Manuel Molinés
Pueblos fugaces

Pueblos fugaces

Moribundos en invierno, se reaniman en verano | Regresamos a dos aldeas turolenses de la 'Laponia española' para ver cómo es agosto, el mes de su efímera alegría

fernando miñana

Sábado, 12 de agosto 2017, 09:32

Una adolescente controla a tres niños que juegan sentados en el suelo. Montan un castillo en los soportales de un desproporcionado ayuntamiento en El Castellar, un pueblo del sur de Teruel. De la pared cuelga una especie de mosaico con tres grandes huellas de dinosaurio. ... Al verlas, otros tres chiquillos dejan atrás a sus padres, atraviesan la plaza corriendo y no paran hasta que logran poner sus manos diminutas al lado de este vestigio de cuando el mundo era otra cosa. En la otra punta de la plaza están amarradas las vallas que en unos días delimitarán el espacio al toro que cabeceará sacudiendo sus cuernos de fuego. Al lado está el restaurante. Cinco personas entablan animada tertulia en la terraza. Dentro, acodados en la barra, dos hombres hojean el 'Diario de Teruel', abierto por una página dividida entre una noticia sobre la ruta de los dinosaurios que alude al pueblo y una columna encabezada por el titular 'La criminalidad en la provincia sigue muy por debajo de la media nacional'. A través de la puerta se ve a un chaval con unas rutilantes zapatillas amarillas cruzar la plaza sin dejar de mirar el móvil. Alcanza una sombra bajo el abeto que hay en el centro y se sienta sin desviar la mirada ni un segundo.

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