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Daniel Roldán
Miércoles, 3 de febrero 2016, 10:13
Nunca se debe interrumpir el llanto de una persona, ya sea el paciente o su familiar. Es una válvula de escape necesaria para rebajar la tensión acumulada de llevar días junto al borde de una cama para atender a un ser querido. O simplemente para ... expulsar de alguna manera las malas noticias; o las buenas. Pero nunca se debe cortar. Es una de las ideas fundamentales que se inculca a los voluntarios de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) que quieren echar una mano para superar este duro trance. Unas personas que deben cumplir con un perfil muy determinado, «porque no todo el mundo vale».
El doctor José Ramón Germà Lluch tiene claro que la información, «cuando se comunica con precisión, paciencia y constancia», es mucho más eficaz que cualquier prohibición. Y recalcar esa información una y otra vez, no es un ejercicio baldío. Es necesario persistir en esos datos para convencer a la población. Por ejemplo, con la dieta mediterránea. Todos los estudios indican que es la mejor opción para mantener el cuerpo sano y también una de las herramientas para prevenir el cáncer. Así lo afirma este oncólogo en 'Los siete pilares anticáncer' (Planeta), donde desgrana unos consejos sencillos para evitar que la Hidra de Lerna, la serpiente a la que Hércules cortaba una cabeza y le crecían otras dos, venza. «La extraordinaria capacidad de don Cáncer para crear resistencias a la mayoría de los tratamientos farmacológicos que se emplean contra él es el escollo más importante para conseguir su erradicación», explica el profesor de la Universidad de Barcelona.
La dieta mediterránea es buena por las vitaminas y los compuestos químicos que aportan los vegetales; la prevención, otro de los pilares, está detrás de la reducción de muertes por el cáncer colorrectal; dejar de fumar evita muchos cánceres y las consecuencias del exceso de peso constituyen un riesgo más elevado de enfermedades crónicas como la diabetes o los procesos cardiovasculares y de un número importante de neoplasias. Otros pilares son el sol -el carcinoma de la epidermis es el tumor más frecuente del ser humano-, la vacunación y la herencia dolorosa de los genes, de ahí que sean fundamentales la prevención y las pruebas.
«Muchas de estas personas tienen un buen conocimiento de la situación. Están al tanto de las necesidades que existen y la importancia de que exista un apoyo social no cubierto por profesionales. Son personas resistentes a la frustración y con mucha capacidad para aguantar el dolor», explica Dori Martínez, coordinadora de este colectivo de 5.371 voluntarios que trabajan en 170 hospitales y 33 pisos y residencias repartidos por toda España. Un número que la AECC quiere aumentar en los próximos años. Pero ser un voluntario de acompañamiento -la gran mayoría, unas 15.000 personas, colabora de forma económica- hay que pasar por un proceso de selección y formación que se realiza en las diferentes sedes de la asociación. Además, en cada centro hospitalario hay un coordinador, habitualmente un psicólogo o un trabajador. «Ante el menor atisbo de que la persona se está sobreimplicando emocionalmente con un paciente y que sufre, se valora la situación con el voluntario», explica Martínez. «A veces se plantea desligarlo de la actividad durante un tiempo», añade. Para evitar este exceso de implicación emocional, se intenta que los voluntarios solo acudan a atender a un enfermo o su familia una vez a la semana.
Cuando terminan su turno, deben comunicar las incidencias que han observado al coordinador, pero nunca intervenir ni aconsejar. «Están, sobre todo, para escuchar. Para acompañar. Ni aconsejan ni prometen nada», insiste la responsables de la AECC, organización que ha dedicado el Día Contra el Cáncer a esta legión de personas que han ayudado a los demás desde que esta organización se fundó hace más de sesenta años. En esos informes se evalúa la respuesta de los pacientes, si requieren la presencia de estos voluntarios. «Si está nervioso por el tratamiento, por ejemplo, se le comenta al coordinador para que comunique a los profesionales sanitarios para que tomen las medidas necesarias», añade. Y nunca se interviene en una reacción -por ejemplo el llanto- o se da frases de aliento como no preocuparse.
Este tipo de voluntariado es la última fase de un proyecto como la Asociación Española Contra el Cáncer que ha ido evolucionando desde que nació en 1953. Entonces, se dedicaba a dar cobertura a aquellas personas que no podían a acceder a un tratamiento oncólogico. Después, con la llegada de la sanidad pública universal, el rol fue cambiando. Empezaron a colaborar en los hospitales. Al principio con recelo, «ya que los profesionales creían que estábamos invadiendo su terreno», en este esbozo de la atención psicológica y social a los enfermos. Hasta 1996, no se consigue firmar el acuerdo con el extinto Insalud que diera el paraguas legal necesario a estas actividades. En los noventa, la AECC comienza a ofrecer las primeras unidades de cuidados paliativos en los domicilios de los enfermos terminales. Unos cuidados que luego han ido asumiendo las comunidades autónomas con las competencias. «Los voluntarios reducen el malestar por las esperas, porque son muchas horas y tienen tiempo para pensar en qué me van a decir, qué me van a hacer. El voluntario amortigua, suaviza su estancia dentro del hospital ya sea en consulta o en planta. Es fundamental», indica Martínez.
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