«Cómo no iba a ir a buscarla si es como una hija»
De Ucrania a Tanos. ·
Los hermanos Fernando y Julio César de la Pinta rescatan del horror de la guerra a una mujer que acogieron de niña tras Chernóbil y a varios familiaresSecciones
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De Ucrania a Tanos. ·
Los hermanos Fernando y Julio César de la Pinta rescatan del horror de la guerra a una mujer que acogieron de niña tras Chernóbil y a varios familiaresLa primera vez que Alina Sobkova llegó a Cantabria tenía 7 años. Era el verano de 1995, cuando Indurain ganaba su quinto Tour y la canción del Tiburón se escuchaba en todas partes. Los llamaban 'niños de Chernóbil' porque según lo que se rumoreaba entonces, habían padecido los efectos del escape nuclear. Muchos de estos menores ucranianos regresaron verano tras verano a España; un buen número a Cantabria. Como Alina, que ahora, con 34 años y una hija, vuelve un cuarto de siglo después a este refugio de infancia para escapar otra vez de la calamidad. En este caso, para huir de la guerra junto a su niña pequeña, Anastasia Sobkova, que cumple tres años este mes de abril.
«Están realmente asustados, todavía no superan el estado de shock. Cuando los hemos encontrado, nos hemos abrazado porque nos queremos mucho. ¿Cómo no iba a ir a buscarla si es como una hija?». Son las palabras cargadas de emoción de su padre adoptivo, el torrelaveguense Fernando de la Pinta (63 años), que este pasado domingo se armó de valor junto a su hermano, Julio César, para viajar hasta Budapest y recoger a dos familias desesperadas.
«A Alina la conozco desde que tenía 7 años. Vino a casa porque tenía una niña pequeña de la misma edad. Es lo que se hacía entonces, los niños venían a casas donde ya había niños», evoca Fernando. Su hermano hizo lo mismo, pero en su caso fue un niño, Maksim Maksimenko (37 años), que no ha podido escapar de Ucrania. «A los hombres de su edad no los dejan salir, pero se ha venido con nosotros su mujer y sus dos hijos».
Alyona Maksimenko, de 37 años, y los pequeños, Arseniy (13 años) y Sasha (8 años), no hablan ni una palabra de castellano. «Se entienden con el traductor del móvil, y poco más», explica De la Pinta, que ayer conversaba con El Diario Montañés mientras continuaba al volante en algún lugar de Francia. «Pretendemos llegar mañana (por hoy) en la noche. Queríamos haber ido algo más rápido; pero cuando vas con niños pequeños...», cuenta.
En el asiento de atrás los rostros son fríos. No hay apenas risas y el silencio está demasiado presente. A los recién llegados les costará mucho tiempo asimilar la gravedad de los últimos acontecimientos. «Era gente que tenía hecha su vida, que tenían proyectos, planes de futuro. Todo se ha truncado ahora por esta barbarie».
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Alina había comprado una casa con su marido. Ella confiesa con tristeza que no sabe si algún día podrá regresar, si cuando lo haga seguirá en pie, o incluso si mantendrá la familia con la que pretendía crear ese hogar. Son testimonios que hablan de la sinrazón de la guerra, de la mala suerte que parece perseguir a ciertas personas. «Mira que vinieron cuando eran niños por lo que pasó con la central nuclear, y ahora tienen que huir de su país porque comienza una invasión».
En el corto plazo, lo más importante será descansar. «Han tenido un viaje muy intenso. Cuentan cómo han salido de Ucrania y es desolador. Hablan de horas de atascos en mitad de la noche y con mal tiempo, sin poder dormir. Luego, parecido en la frontera con Rumanía, porque está saliendo tanta gente que está todo colapsado. Y ahora, con este viaje, aún no han podido relajarse», explica Fernando de la Pinta, consejero delegado de Cantur.
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Luego vendrán los trámites. Tienen pensado regularizar su llegada a España, requisito indispensable para gozar de todos los derechos y obtener el permiso de trabajo. Y después, «lo que quieren es trabajar». Julio César viajará con Alyona a Canarias, allí pasa diez meses al año. Piensa que ella, que conoce bien el idioma inglés, tendrá más posibilidades de encontrar trabajo allí.
«Lo más importante ahora, en todo caso, es que puedan tranquilizarse. Han dejado allí a sus maridos y a sus padres. Al marido de Alina ya lo han reclutado». Contaba hoy que ya empezaba a escuchar las bombas en Kamenets-Podiskiy, una ciudad de unos 100.000 habitantes localizada en las márgenes del río Smótrich, al suroeste del país. El lugar de donde provienen todos ellos.
«Les quedan las llamadas telefónicas. Poder comprobar, cada poco, que todos están bien allí, en Ucrania. Pero el problema es que un día fallen las comunicaciones. Entones van a sufrir porque no van a saber de ellos. Va a ser complicado lo que venga porque esta guerra no se va a acabar hoy ni mañana», reflexiona Fernando, que luego de pensar en todo esto, mira por el retrovisor y en los ojos de Alina redescubre a la niña que acogió cuando sólo tenía 7 años. «Es una más de la familia».
Después mira a la niña más pequeña, hija de Alina, que tiene el codo roto y tuvo que salir del hospital con lo puesto por culpa del estallido del conflicto. «Es como una nieta». Y así, entre evocaciones del pasado y los planes de un futuro incierto, Fernando planifica los próximos días de estas familias y le agradece a la suya la comprensión. «Si no fuera por mi mujer y mis hijas, que me han apoyado en esta decisión, nunca los habría traído».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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